Pastillas.

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- Sólo son medicamentos para saber qué exactamente tienes Lyan.

- ¿Por qué mejor no me internan? Sería más fácil para ustedes y para mi familia - exclamó, perdiendose en la cara decisiva de Teresa y Adolfo, el psiquiatra que la psicólogo llamó, para sortear uno de sus casos más difíciles.

- Debes tomarte estos, te ayudarán a dormir además de estos, que controlan las emociones fuertes.

- Vaya, felicidad en pastillas, quién lo diría.

Salió de la oficina de la psicóloga, caminó por el amplio pasillo blanco y se detuvo al ver a su padre y madre juntos esperándola al final. El pánico se posicionó en su cara y sólo atinó a caminar con pasos fuertes.

- ¿Cómo te fue hija? - preguntó el señor de la cabellera canosa.

- Vayan a trabajar, no los necesito aquí.

- Queriamos acompañarte a casa y luego ira trabajar. Además podríamos ir a comer algo...

Lyan interrumpió con una estrepitosa carcajada.

- Lo siento -aguantándose la risa- es que me parece divertido escucharlos hablar así. No iré a casa, llegaré tarde, así váyanse.

Los padres de Lyan, indiferentes, solo se marcharon.Lyan, los vio alejarse una vez más, sin ningun ápice de tristeza, pero si de aburrimiento. Estaba cansada de que sus padres intentaran fingir algo que no son.

Se dirigió hacia su casa, con el cóctel de pastillas en una bolsa. Pensó en el suicidio a partir de éstas y encontró que es una pésima forma de morir, con tu hígado intoxicado y botando espuma por la boca. Horrible, pues ella quería morir digna dentro de lo posible, con un disparo o perdida en un bosque; esas serían las mejores maneras.

Comió una pequeña cucharada de comida y salió. Visitó su antigua casa, su antiguo pasaje y los caminos por donde había marcado sus pasos durante muhos años. Su ex casa lucía distinta, bonita, grande y reluciente. Se preguntó por qué al pasar el tiempo nada había cambiado en ella, mientras todo lo demás se transformaba a cada segundo. Quiso soltar lágrimas, pero una vez màs, las encontraba innecesarias.

Volvió a su casa, se encerró en su pieza y recordó tener que tomar esas malditas pastillas que los "especialistas" le dieron. No, no necesitaba eso, lo único que siempre pidió y esperó, era la verdad. Era poder decir lo que siempre quería decir y nunca pudo. Y esas pastillas, no provocarían eso.

Buscó un vaso de agua, puso las pastillas en su mano y se convenció de que tenía que intentarlo, debía tener la oportunidad de cambiar su vida aunque no quisiera. Las puso bajo su lengua y las tragó con un abundante sorbo de agua. Inmediatamente, se sintió adormecida, como si hubiera fumado marihuana y acogido los efectos de un golpe.Lo que ahora necesitaba, era estar con alguien.

Llamó a un tipo, el cual era el único que aceptaba acostarse con ella, sin pedir tener una relación.

- Hola, Pin.

- Lyan.

- Necesito... iré a tu casa.

- ¿En qué estado estás? Suenas ebria y drogada.

- Eso te gusta más, no te hagas.

- Ven.

Tomó el metro, buses y hasta un taxi. No recordaba completamente donde quedaba la casa de Pin, ya que la última vez, salió escapando cuando la novia de su amante apareció y casi los descubre juntos. Recordó todas aquellas cosas que hace tiempo no hacía con Pin y de pronto, sintió asco.

Llegó al ascensor del edificio, subió hasta el séptimo piso y camino al departamento 301. Tocó el timbre y un alto hombre, de 25 años, con ropa deportiva y una toalla en el cuello la recibió.

- Apúrate en ducharte, no lo haremos si es que estás todo sudado.

- Y aún sigues pidiendo cosas. Te recibo en mi casa y aquí vas a hacer lo que yo diga.

La agarró de la muñeca, la jaló hasta dentro del departamento y la botó al piso. Lyan se asustó.

- ¡Déjame!

- Deberías callarte un rato - dijo tranquilamente encima de ella, aún sujetandole las muñecas con una mano y la otra apoyada en el piso- Siempre haces lo que quieres no? Manipulas a diestra y siniestra a los demás, pero ahora llegó tu turno. Estás aquí para eso.

Lyan, drogada y sumisa, no pudo escapar. Pin la llevó a la pieza y amarró sus manos a los fierros cabeceros de la cama,  con una polera de él.

- ¿Crees que así será mejor, maldito sadomasoquista?

- Nunca lo hice antes, porque creí que conservabas algo bueno en ti, pero últimamente, te has dedicado a hacer daño a los demás. Más que una puta, te has convertido en una perra, por lo que ahora recibirás lo que te mereces.

Rompió sus vestimentas, y manoseó su cuerpo. Adentró su miembro bruscamente y Lyan arqueó su espalda. Firme y fuerte, la masculinidad de Pin, combinada con el grotesco dolor que sentía, por un momento, le produjo placer, después de tanto tiempo sin sentirlo. Esto, llamó la atención del hombre.

- Vaya, así que te gusta con dolor.

Y continuó el festín de golpes y empujones hacia Lyan.

Despertó y se encontró sola en la habitación, sin recordar nada. Descubrió decenas de condones tirados en el piso, entonces se dió cuenta de que se desmayó. Se levantó, completamente adolorida, buscó su ropa, volteó hacia la cama cuando la mancha de sangre en las sábanas, se hizo mas notoria. Salió de la habitación y del departamento, tranquila y sorprendida. No le molestaba el hecho de que probablemente lo que pasó podría llamarse una violación, si no, más bien que el dolor provocado, le causó excitación y placer.

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