No poder sentir.

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- Lyan, quiero que ordenes tu pieza, o si no, no sales.

Se quedó callada y prefirió no salir. Odiaba ordenar, ya que el desorden era su propio orden. Era día domingo y vendrían todos sus hermanos, hasta su padre.

No había algo especial, simplemente era un día familiar el cual ella odiaba. Hipócritamente saludaba, almorzaba y conversaba, para finalmente encerrarse en su pieza, a volver a su mundo. A veces escribía, miraba Facebook o leía. Pero lo que más le gustaba, era crear cosas, a partir de desechos que guardaba. Decían que tenía un mal de acumuladora, pero le encanta reutilizar y darle una nueva vida a las cosas, aunque era cinismo puro, ya que no lo aplicaba en su vida diaria. Podía reconstruir un libro, pero no su memoria. Podía reutilizar botellas, pero no sus aprendizajes.

Un día, se encontraba sola en casa y lo estaría todo el día y la noche, así que fue a una fiesta. Su madre iría de viaje y su hermana no llegaría a casa. Su amiga, Almendra, fue a buscarla y la llevó a otra casa totalmente desconocida. Conoció a unos tipos y a unas dos chicas más. Había mucho alcohol y todos sentían curiosidad por Lyan, ya que demostraba seguridad y madurez, pero igualmente actuaba como niña. Marco, un chico de su misma edad, la invitó a su pieza. Ella sabía a lo que iba, pero no quería, no ahora, por lo menos. Y el chico le preguntó:

- Sé que quieres, pero no entiendo por qué te niegas.

-Ni me conoces y dices esas cosas. Soy puta, pero con personas que conozco aunque sea una semana. - aclamó muy sincera.

- ¿Una semana? Y no eres puta, según tú.

- Ándate a la mierda. Tú eres el que quiere acostarse con cualquier persona.

- Tengo un gran instinto, que me dice que eres buena. Pero he escuchado que nada te produce placer. No me preguntes como sé eso, sólo tenemos a alguien en común. Por lo que sería un gran logro...

- Ah, sí. Sería un logro de hombre si me haces sentir placer. Esta bien, inténtalo, yo también quiero probar.

La besó en el cuello, bajó a su torso, a sus caderas. Jugó con su lengua por doquier y usó su masculinidad al máximo, pero ella seguía igual, mirándo al techo, inmersa en su mundo.

Èl no paró, pero sabía que había fracasado. Terminó, Lyan se levantó, se vistió y le dirigió la última mirada diciéndole: - Sólo hay una persona capaz. Piérdete, maldito pseudo-machista. Ah, y dile a tu amigo que sé quien es. Si quiere contar cosas, también puedo contar las de él, como que no duraba más de 3 minutos sin correrse.

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