Capítulo 8

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—¿Por cuánto tiempo vas a jugar con él?

Hay un beso corto en su hombro, él exhala, disfrutando la sensación de esos labios suaves y delgados que siempre envían escalofríos a su columna cada vez que acarician su piel. Se desploma, recostando su espalda contra el pecho suave.

Ella tararea feliz, brazos delgados serpentean alrededor de sus costados para abrazarlo, acunándolo más cerca de su abrazo, para que pueda descansar la barbilla sobre sus hombros sin tener que estar de puntillas.

—¿Mmm?

Exhala nuevamente, fijando su vista en la pared.

—Nueve meses —murmura, inclinando su rostro hacia un lado para besar su mejilla. —Ese es el tiempo que Jinyoungie ha sufrido.

Ella se ríe. —¿Tres meses más? —pregunta, cambiando de ángulo para atrapar sus labios. —Dudo que Im dure tanto tiempo.

—Él lo hará.

Irene resopla, sus labios se arrastran para mordisquear su lóbulo. —¿Y cómo terminaras con él?

El menor sonríe.

—De la misma forma que él lo hizo.

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Irene conoció al castaño en un centro médico.

Solo una enfermera en proceso en ese entonces, tan joven e inocente, cuando se acercó a su eventual prometido. Estaba tan agotada después de un largo turno de noche y prácticamente estaba arrastrando su cuerpo por pura determinación para llegar a dormir a su cama. Se detuvo en seco cuando chocó con el cuerpo de alguien y fue inmediatamente duchada con café caliente.

Ella había gritado en ese entonces (algo que nunca admitiría ahora), se agitó para quitarse el líquido caliente de la ropa cuando tropezó con sus propios pasos.

Se habría golpeado la cabeza si no fuera por el fuerte brazo que rodeaba su cintura y que evitó que cayera.

(Ella se enamoró al instante).

(No es que fuera a admitir eso alguna vez).

Tan cliché como sonara fue atracción a primera vista.

Nunca en su vida pensó que terminaría enamorándose de un hombre mucho más joven. Él tenía solo diecisiete años frente a sus veinte en ese entonces, todavía no era legal, pero el menor exudaba una extraña clase de confianza y vibra que la sedujo directamente. A pesar de estar vestido con el feo atuendo de hospital, el niño merodeaba por los pasillos como un depredador al acecho, sus labios un poco lastimados pero hermosos nunca dejaron de curvarse en una sonrisa que aterrorizaba a los médicos y que les encanta a las jóvenes enfermeras.

No había muchos pacientes interesantes en esa apartada instalación, por lo que Irene pasó los primeros meses después del fatídico encuentro pasando su tiempo libre con este extraño chico.

No hablaba mucho, ya que su respuesta a cualquier pregunta era principalmente una sonrisa y una mirada. Pasar tiempo con él era básicamente estar en su habitación con un inquietante silencio.

El chico era espeluznante.

A Irene le encantaba.

Junior pasaba la mayor parte del tiempo dibujando en su viejo cuaderno, líneas rojas y negras formaban bocetos mórbidos que hacían que los ojos de Irene brillaran con fascinación mientras sus labios se curvaban con asombro, y cuando no estaba asustando a otros miembros del personal con creaciones, dibujaría su propia cara.

Lengua dulce y dientes afilados | JJPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora