Capítulo 3

45 14 20
                                    

—¿Estás segura? —Asiento en respuesta —Bien, andando.

Llegamos a una gran mansión a las afueras de la cuidad. Hay guardias con armas custodiando todo el perímetro. Esto es una maldita fortaleza, le deseo suerte a quien intente entrar.

Al llegar al recibidor veo a un hombre canoso sentado en la sala, mueve sus manos en señal de impaciencia, y a medida que me voy acercando, observo como una imponente mujer de cabello rojo baja despacio la gran escalinata de mármol.

No puedo parar de mirarla, ella tampoco a mí, baja las escaleras con esos tacones que si soy yo, me caigo. Su mirada cristalina me hace ver lo emocionada que está. Caminamos a paso lento acercándonos la una a la otra olvidando que hay más personas a nuestro alrededor, ahora, solo importamos nosotras y lo que estamos sintiendo, por loco que parezca.

Cuando solo unos centímetros nos separan, mi mano toca su rostro limpiando la lágrima que se ha salido de su hermosa mirada. Parece como si me estuviera viendo yo misma en el espejo. Ella sonríe y nos abrazamos. Apreciar la calidez de sus manos me hace sentir que estoy en casa, me hace olvidar todos los sentimientos negativos que mi corazón tenía por ella.

—Perdóname, por favor. No sé cómo pedirte perdón por el sufrimiento que pasaste estos años por mi culpa —dice llorando sin despegarnos—. Lo único bueno de ese maldito robo es haber descubierto que no estoy sola en el mundo —susurra con pesar en mi oído.

—Todo eso queda en el pasado hermana. Verte, conocerte, ha hecho que olvide todo eso —admito en voz alta y ella sonríe agradecida.

—Bienvenida a la mansión Santarém Karina, aquí serás tan bien recibida como mi hija —Veo como la observa y el amor entre ellos, es notorio.

—Gracias, señor Santarém.

—Nada de eso muchacha. Puedes llamarme Octavio.

—De acuerdo.

—Bien, entonces, Max dejemos solas a las hermanas. De seguro tienen mucho de qué hablar.

—Sí —dice él concordando con Octavio y se pierden en una de las muchas puertas de la mansión.

—Tengo muchas cosas que contarte —Empieza Karime.

—Lo sé, yo también —admito—. ¿Por qué? ¿Por qué te convertiste en lo que eres hoy? —le pregunto.

—La mujer que me encontró me hizo sufrir mucho en ese bar, maltratos; humillaciones. A los 15 años me convirtió en bailarina de ese lugar lo que provocó mucho sufrimiento para mí por culpa de un hombre que se obsesionó conmigo. Un día conocí a Octavio, era un cliente regular del lugar. Me prometió sacarme de allí, darme una mejor vida con la única condición de que trabajará con él en el robo de las piedras preciosas, los diamantes. Era eso, o morir en aquel bar. Acepté. Terminé disfrutando de esto, soy la mejor. Que vieran mi cara fue un descuido, siempre la tengo cubierta, pero ese día en un enfrentamiento, me la quitaron. Nuevamente te pido perdón.

—Vámonos de aquí. Empecemos de nuevo, juntas —Le pido tomando sus manos entre las mías.

—No puedo, Karina. Le debo mucho a Octavio. No puedo dejarlo solo. Quédate conmigo —Me ruega ella.

—Yo no quiero esta vida. No quiero tener que estar cuidando mi espalda. No le temo a la muerte después de la cárcel, pero deseo una vida tranquila.

—Eso es imposible, Karina. Desde que saliste estás en la mira. No tardarán en saber nuestro parentesco y debemos estar preparadas. Debemos luchar juntas.

—¿Tú tienes los diamantes? —interrogo.

—Sí. Con todo el revuelo de tu caso, ha sido imposible trasladarlos a Suiza donde el dueño espera. A lo largo de estos años han intentado dar con el escondite, pero no han podido, por eso te pido, te imploro que no te marches. Corres peligro sin protección y aquí puedo cuidarte. Me muero si algo te sucede —La preocupación en su voz es notoria.

—Vale, tranquila —contesto rápidamente para que se calme—. Solo hasta que se calmen las aguas me quedaré. No deseo estar lejos de ti, pero una vez los diamantes lleguen a su destino, tendrás que tomar una decisión —Aseguro.

—Decidiremos eso en su momento. Ahora cuéntame de ti.

—A mí me dejaron en la puerta de un orfanato recién nacida con un papel con mi nombre. Milda, la mujer que nos cuidaba era muy mala, desde los 8 años teníamos que trabajar duramente, lo menos que hacía era cuidarnos, hasta que a los 16 años conocí Abraham, mi peor error. En ese tiempo era una jovencita que no sabía nada de la vida ni lo que un chico como Abraham pudiera representar para mí. No sé cómo logró sacarme del orfanato sin haber cumplido la mayoría de edad —en ese instante llega Maximiliano y como si lo hubiéramos invitado a la conversación se sienta en un sillón y con la mirada me incita a seguir, lo cual hace que Karime, arquee la cejas —. Esos tres años a su lado fueron peor que todos los años en el orfanato. Se dedicaba a vender droga, pero también las consumía logrando que perdiera el control de sí mismo y me moliera a golpes, en dos ocasiones, me violó. Aguanté eso demasiado tiempo, encontré la manera de huir cuando supe que lo estaban buscando por un ajuste de cuentas. Tomé el dinero que había descubierto meses atrás, y me fui. Pensé que no sabría más de él, pero apareció hoy en el parque exigiéndome diamantes. Max lo detuvo—lo miro nuevamente dándole las gracias. Él se levanta y se va.

—¿Qué onda con Maxi?

—No sé de qué hablas —digo haciéndome la desentendida.

—Las miradas, lo llamas Max —Enumera.

—No me dice nada por llamarlo Max. —Los ojos de Karime se abren.

—Hermana, Max no es un hombre para ti. Es una excelente persona, un abogado espectacular, pero en temas de corazón, es muy cerrado. Terminarás sufriendo y no quiero eso.

—No te preocupes. Lo que hay, lo mantendré a raya y oculto. No deseo problemas ni mucho menos sufrir más.

—De acuerdo. ¿Por qué no te acuestas un rato? Te ves cansada.

—Sí, lo estoy.

Narra Karime

Le pido a la empleada que guie a Karina a la habitación que mandé a preparar para ella cuando salió de la cárcel en caso de que deseara venir, no fue así, una semana después, aquí está. Estoy feliz de tener una hermana sangre de mi sangre. Amo a Octavio, pero no es lo mismo. En cuanto mi hermana se va, mi celular suena en el bolsillo de mi pantalón. No reconozco el número, pero aun así respondo.

—¿Quién habla?

—Así que tienes una hermana idéntica a ti. Será un placer conocerla. —Automáticamente reconozco su voz. Esa que detesto con todo mi ser.

Somos Una (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora