Sentencia

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Todos los habitantes de Hyrule seguían en sus habituales actividades matinales, ajenos al escándalo ocurrido al interior de las paredes del palacio.

En los aposentos del príncipe Alvar, Impa y Yago aún seguían sin palabras, estupefactos debido a las acusaciones del joven, tan imposibles de creer. El ministro de ninguna manera podía pensar que alguien como Link habría sido capaz de semejante bajeza, y ni se diga la Sheikah, quien confiaba ciegamente en él para la protección de su pupila.

- Príncipe... – dijo Yago, incrédulo a lo que habían escuchado sus oídos. – No puede ser lo que está diciendo. Debe estar confundido.

- ¿Confundido? – preguntó el príncipe, agarrando de los hombros al ministro. - ¿Acaso cree que miento? No es así. El escolta de la princesa intentó abusar de ella, y por más que intenté impedirlo, no pude. Me atacó como un loco.

- ¡Un momento, alteza! – intervino Impa, llena de dudas. – No logro ver lógica en lo que usted dice.

- ¿Qué hace una mujer interviniendo en mis asuntos? – preguntó Alvar, con arrogancia. – Yo manejo esto con el ministro. Tú no eres más que la criada de Zelda.

- ¡Pero cómo se atreve! – reclamó Impa, enfurecida.

- ¡Príncipe Alvar! – exclamó Yago, alzando la voz, enojado, para luego controlarse. – Le voy a pedir de favor que respete a Impa. Ella es la mentora de la princesa y la General del Ejército real, y por lo tanto merece un buen trato.

La impresión de Impa se hizo presente ante la reacción de Yago para defenderla, incluso por sobre el respeto que le tenía al príncipe Alvar. Desde hace tiempo que las actitudes del hombre la estremecían, causando que regrese a viejos y dolorosos recuerdos del pasado.

- ¡Yo estoy diciendo la verdad! – expresó el príncipe, enfurecido. – Link es el abusador de la princesa.

- ¡Entonces explíqueme, alteza! – consultó Impa, enojada. – ¿Cómo es posible que la barbaridad que usted dice haya ocurrido en sus aposentos? ¿Qué hacía la princesa Zelda por aquí?

- Lo que pasa es que... – el príncipe dudó, buscando una respuesta rápida y convincente. – Por favor, Lady Impa, estamos comprometidos, solamente queríamos estar solos.

- ¡Imposible! ¡La princesa es una dama y se hace respetar! – dijo Impa, indignada ante las falsedades del hombre. – Ella jamás hubiera aceptado estar a solas con usted.

- Tampoco tiene nada de malo, no hicimos nada. – siguió el príncipe con las mentiras. – Iba a mostrarle uno de mis libros, y en ese momento entró el barbaján ese. Estaba como loco, desquiciado, intentó abusar de ella y cuando quise impedirlo me golpeó.

Yago escuchaba la discusión en trance, sin poder hablar. Se le hacía imposible que Link, el caballero de su entera confianza, hubiera sido capaz de tales actos, y lo que es peor, usar su fortaleza física indebidamente para lastimar a otros.

Interrumpiendo la acalorada disputa que se estaba dando, se presentó un caballero a hacer un importante anuncio.

- Príncipe Alvar. – dijo el caballero, nervioso. – Sé que no es un buen momento, pero quiero anunciarle que sus padres acaban de arribar el castillo. Lo esperan en el bastión central.

- ¡Maravilloso! – expresó Alvar, irónico. – Ahora mis padres sabrán del trato que he recibido aquí. ¡Nefasto!

El joven, sin siquiera arreglar la precaria imagen que lo vestía, con la intención de dramatizar, se dirigió a recibir a sus padres. Yago se disponía a hacer lo mismo, pero Impa lo detuvo.

El deber del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora