Mis manos se helaron. Además de las ropas de Yanis vi en el suelo la corbata de mi jefe, y sin pensarlo, abrí la puerta.
Ambos se quedaron paralizados al verme. Las manos de Daniel se encontraban sobre los brazos de ella que agarraban intensamente el cuello de su camisa. Esperé inmediatamente un regaño, un reclamo, alguna ofensa. Pero nada salió de su boca.
Sentí que había cometido una falta por haber entrado sin tocar.
—Yo... Perdón.
A penas dije eso di media vuelta para marcharme pero él corrió hacia mí.
—¡No! ¡Espera!
No me importó lo que oía, sólo seguí caminando avergonzada. De pronto sus manos me tomaron por la cintura y me giraron para encontrarme con unos intensos ojos oscuros, tanto como la noche, y su mirada profunda.
Me sorprendí al ver que estábamos tan cerca, su respiración era agitada y su cabello lucía despeinado.
—¿Qué hace? Por favor suélteme.
—Discúlpame, no quise ofenderte —su voz era tierna como la de un niño. Y su mirada, imposible de describir—
—Sólo trato de detenerte, no quiero que te vayas.
Cada palabra que decía me confundía más.
—Quiero decir —se aclaró la voz— tengo que explicarte. Lo que viste...
—No —lo interrumpí— yo no debí abrir la puerta. Usted ha de pensar que soy una atrevida. Créame, no volverá a suceder.
—Está bien, yo te creo. Y no estoy molesto, no te preocupes. Pero necesito que me creas también que todo esto es un malentendido. Entre Yanis y yo no hay nada.
Lo miré confundida.
—Está bien, señor. No tiene que darme explicaciones.
—No, sí tengo. Porque no quiero que tengas una imagen equivocada de mí. A penas nos estamos conociendo y, no quiero que pienses que entre mi secretaria y yo...
—No pienso nada, —dije colocando mi mano sobre su brazo derecho, —pero si así fuera, usted estaría en todo su derecho, y yo no soy quién para juzgarlo.
—Bueno de todas formas, no quiero que pienses lo que no es.
—Está bien, señor, lo entiendo.
—Necesito hablar con ella porque lo que hizo es realmente grave.
Asentí dedicándole una mirada comprensiva.
Una sonrisa se formó en sus labios. Y yo sonreí al pensar que ellos realmente no eran nada. Caminé hacia mi vieja camioneta y posteriormente me dirigí a casa.
Una vez en mi pequeño departamento me invadió la soledad, la noche fría me abrazaba, y otra vez el vacío volvió a mí. Abrí la puerta e inmediatamente solté los tacones que me atormentaban. Caminé con ellos en manos hasta llegar a la habitación.
Me despojé de mi reloj, de mi cartera, de mi camisa y me recogí el pelo. Me coloqué un camisón y un short debajo de ella, necesitaba cocinar la cena cuanto antes o Ian se pondría furioso.Horas más tardes mientras yo me bañaba, él llegó. Sentí la puerta del baño abrirse, me quedé fría al ver el estado en el que se encontraba, su aliento a alcohol era penetrante y debo confesar que sentí miedo.
—Hasta que por fin estás en casa, cielo, te he esperado durante horas.
—Yo... Me retrasé un poco por el tráfico, pero ya estoy aquí.