—¡Buenos días! ¿Cómo estamos el día de hoy?
Un hombre alto y de cabellera oscura levemente teñida por algunas hebras de blanco, con una gran sonrisa había entrado a la habitación. Ha de ser el doctor Rivas.
—Mejor —intenté sonreír mientras me acomodaba mejor en la cama—
—Permíteme revisarte, Clarissa.
—Hoy te ves mucho mejor —agregó— y eso que eres realmente bella. Con todo respeto por supuesto.
Reí ante el comentario que había hecho. Era muy agradable y en cierto sentido me recordó a papá.
—Muchas gracias doctor.
—¿Cómo siguen esos raspones?
—Duelen menos.
—Perfecto. Pues yo te veo muy bien, creo que podemos darte el alta hoy mismo. Aquí están los resultados de los análisis que te practicamos ayer, todo está perfecto.
—Me alegra saberlo, ya no soporto más esta camilla —Dije y él rió—
—Ve que no quisiera, pero te dejaré ir. En cuanto termine la solución podrás irte. Pasa por mi consultorio, te indicaré algunos medicamentos para que cures nuevamente y sanes los golpes que has sufrido.
—Lo haré, muchas gracias doctor.
Cuando salí del hospital, tomé un taxi hacia la casa de Karina, ella era mi amiga a quien había conocido en la universidad casi culminando mis estudios. Sabía de los constantes maltratos de Ian, pero me apenó mucho contarle lo que había pasado la noche de ayer, esto era demasiado. Yo no quise hablar, sólo le pedí quedarme con ella algunos días y ella entendió. De seguro imaginaba lo que había sucedido.
Fue por mí a la Farmacia y consiguió los medicamentos que necesitaba, luego de una ducha apliqué una de las cremas que el doctor Rivas me había indicado, maquillé la mayoría de los golpes que eran visibles, incluyendo el más fuerte en una de mis mejillas y luego bajé a desayunar.
Eran las 8:30 de la mañana.
Desayuné lo más rápido posible y luego junto con ella, salí a trabajar.
Mientras me dirigía hacia la entrada fui preparándome mentalmente para el posible regaño que había de recibir por haber llegado hora y media más tarde en mi segundo día de trabajo. Pero nada pudo estar más lejos de la verdad, afortunadamente el señor Daniel no se encontraba fuera de su oficina y pude rápidamente reincorporarme sin que él lo notara.
—Señorita Clarissa, ¿le ha sucedido algo? —Yanis se burló al verme—
—Nada en absoluto.
—Por la cara que traes yo diría todo lo contrario.
—¿Acaso alguien te ha preguntado?
—Yanis. —se oyó una voz detrás de mí—
Era él.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada, señor, sólo le informaba a la señorita Clarissa que usted está aquí, acaba de preguntarme por usted. —Dijo nerviosa—
Abrí exageradamente mis ojos y le di una mirada acusadora. Él me miró esperando alguna respuesta.
—Buenos días, señor. Es que Isabel necesita unos documentos en relación con la nueva campaña, para lo de su propuesta, ya sabe.
Al verme, sus ojos denotaron confusión, su mirada era intensa y me ponía realmente nerviosa.
—Yo se los haré llegar. —Dijo serio, luego se fue sin decir más nada—