Capítulo 7.

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Al día siguiente me desperté muy temprano. 
Las noticias del doctor Rivas sobre Vanessa fueron muy alentadoras, ella aún se encontraba débil, pero con un poco más de ánimo.

Al llegar a casa me di un largo baño, las suaves gotas que como lluvia caían sobre mi cuerpo me ayudaron a relajarme y a liberarme de todo el estrés que en tan pocos días había acumulado.

Era un día agitado en la empresa, todos caminaban de aquí allá y en las oficinas personas entraban y salían sin que transcurriera mucho tiempo entre una visita y otra.

Al llegar me instalé en mi oficina y me dediqué a continuar con las actividades que había dejado pendiente el día anterior. Era bien sabido que las especulaciones de lo ocurrido ayer serían objeto de distracción para muchos en la empresa, pero sin darle más importancia a todo lo que oía, me concentré en terminar la actualización de los documentos que debía presentar a los ejecutivos que se hallaban con los demás ingenieros.

Fueron más de 5 horas concluyendo actividades de programación empresarial, actualización de documentos y atención a las actividades de la junta directiva.

Sin duda un día muy agotador.

El día llegaba a su fin cuando alguien se acercó a mi oficina, se colocó en el marco de la puerta y sin que tuviese tiempo de reaccionar, me sorprendió con los pies descalzos mientras acomodaba mi chaqueta y me preparaba para colocarme nuevamente mis tacones.

—Señor.

El movimiento involuntario que hice al percatarme de que estaba ahí parado observándome, más el aparente interés por ocultarle mis pies descalzos debió revelar que me encontraba nerviosa. Mas él demostrando que le agradaba haberme visto de aquella manera tan informal, me tomó de la cintura y juntó mi mejilla sonrojada a la suya.

—¿Cómo estás?

—Bien, bien. Un poco agotada nada más pero ya iba de salida.

—Ven, siéntate acá un momento. —Dijo tomando mi mano. Obedecí colocando mi bolsa y mis llaves nuevamente sobre el escritorio y me dispuse a escucharle.

—¿Qué noticias hay sobre Vane?

—Creo que muy buenas, el doctor Rivas dice que si todo sigue como hasta ahora podrán darla de alta mañana mismo.

—¿De verdad? —su rostro se iluminó.

—Sí, de verdad.

—No sabes cómo me tranquilizas, —Sus manos se colocaron sobre las mías acariciándolas suavemente, y yo las zafé de su agarre pasando la derecha por detrás de mi cuello. —Clarissa, yo sé que quizá no es el lugar ni el momento, pero hay algo de lo que quiero hablarte.

—¿Sí?

—Yo sé que te preocupaste muchísimo ayer y quiero agradecerte por eso. Aunque hay algo que no entiendo todavía, ¿por qué en un determinado momento dijiste que fue tu culpa?

Tomé aire por la nariz y lo expulsé suavemente por la boca, —Porque antes del accidente Vanessa estaba conmigo.

—Ya no hace falta que te calme, ¿no? —Sonrió irónicamente, como recordando el momento en que me había encontrado llorando en el hospital. —Yo...

Le miré expectante indicándole que esperaba escuchar aquello que con dificultad intentaba decirme. Y le animé a hacerlo con la mirada.

—No sé qué me pasa, Clarissa. Ayer te vi así, tan triste, tan preocupada, y sentí una gran necesidad de abrazarte, de protegerte. De calmarte... Pero...

—Pero llegó su esposa, —Le interrumpí. La tensión era evidente.

—Sí. Sobre ella...

—No, no se confunda, no tiene por qué darme explicaciones. ¿No se da cuenta que no tiene ningún sentido lo que está haciendo?

—Clarissa, yo soy un hombre que habla de frente. Y lo que tengo que decirte es necesario que lo sepas. Mírame, yo sé que no tengo ningún derecho de confundirte, ni de pretender acercarme a ti más que como un jefe se acerca a su empleada. Pero cuando te miro, Clarissa, cuando Dios me da el privilegio de poder mirar esos ojitos, te juro que soy otra persona. 

—No entiendo, ¿por qué me está diciendo todo esto?

—Porque cuando te dije que eras diferente, era verdad. Y porque todo tiene una explicación, las miradas, las risas, el haberte defendido así de tu ex, y en especial esa actitud tan canalla de anoche.

—Ah, ¿ya me va a decir por qué me trató tan mal?

—Perdóname, de verdad. Sé que me comporté como un idiota, y tú no mereces que te traten así.

—Bueno pero dice que todo tiene una explicación, ¿no? A ver, justifíquese.

—No es justificación, pero... creo que estaba celoso.

—¿Qué? —Fruncí el ceño. No pude ocultar que estaba confundida.

—En la noche, cuando llegaste, te vi con el doctor Rivas.

Mis ojos le demostraban que estaba anonadada con lo que acababa de decirme, pues no hallaba yo una razón lógica para lo que estaba diciendo.

—Sé que no tengo derecho, pero es algo que no puedo explicar, lo que sentí al verte con él es algo que nunca había sentido. Y no supe cómo controlarme.

—Sea más claro.

—Desde que el doctor se acercó a nosotros la primera vez para darnos noticias de Vane, noté que hubo un trato especial entre ustedes, como si se conocieran de mucho antes. Y luego, en la noche, lo vi cuando se acercó a ti, y te dio un beso.

Mi respiración se irregularizó y un fuerte ardor estaba alrededor de mis mejillas, —Eso... No fue lo que usted piensa.

—¿No?

—No.

—Clarissa, —Sus ojos estaban firme sobre los míos, y su expresión se mantenía seria, —ese hombre está interesado en ti.

—Pero ¿cómo puede pensar algo así?

—¿Piensas que no?

—Por supuesto.

—¿Tan convencida estás?

—Lo estoy.

—Sabes bien que el que tú no estés interesada en él no quiere decir que él no lo esté en ti.

—¿Sabe qué pienso? —Dije acercándome a él de la manera más sutil y provocativa posible, —Sus ojos no pudieron evitar desplazarse a mis labios al ver que estaba yo tan cerca.

—¿Qué piensas? —Dijo en un suspiro. Como quien se ha embriagado a la primera copa.

—Pienso... Que es usted un descarado. —Sus ojos respondieron con sorpresa.

—Si el doctor está o no interesado en mí, —dije aún manteniendo la serenidad y el toque de seducción que le había impregnado, —o si me besa, él o cualquier otra persona, eso a usted qué más le da.

Con mi cuerpo aún inclinado sobre el escritorio tomé las llaves y mi bolsa que había dejado previamente, y me marché sin mas, dejándolo con cara de éxtasis y
sin la oportunidad siquiera de que pronunciara mi nombre.

Al salir de mi oficina, tomé nuevamente la dirección al hospital para ver a Vanessa, y allí lo encontré otra vez. Una saga de miradas intensas me indicaban que estaba inquieto y que deseaba verme, pero yo, sabedora de la intensidad de mis sentimientos, intenté hacer lo posible para no encontrarlo a solas.

Una vez en casa no hizo falta estar en la ducha para que de mis ojos se desprendieran un par de lágrimas, todos los recuerdos de lo vivido en los últimos meses vinieron a mi memoria para atormentarme, y esta situación con Daniel, es muy difícil de manejar.

Cierro mis ojos en el baño y dejo que la suave lluvia artificial me relaje mientras mis pensamientos viajan lento y lejano. Al llegar a la habitación, tomo mi pijama, me la coloco, me aplico unas cremas por todo el cuerpo y me dejo caer suavemente hasta que mis ojos se vuelven a cerrar. Las maravillosas colchas y almohadones que cubrían el lecho, y la extasiante melodía del Amaoto me produjeron una sensación casi divina al experimentar un poquito de descanso después de tanto esfuerzo físico, y finalmente me quedé dormida.

Donde el alma sonríeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora