El incesante sonido de la alarma llegó hasta la profundidad de mis sueños, con vista distorsionada tomé el reloj que se encontraba a mi derecha y con mis ojos cerrados la detuve.
Horas más tarde mientras me estoy dirigiendo hacia la empresa, una llamada anónima entró a mi celular. Sin pensarlo dos veces atiendo pero del otro lado de la línea no hubo respuesta alguna.
Al llegar tomo mi cartera y otros utensilios y me dirijo a mi lugar de trabajo, con mucho estima saludo a todos los empleados que se encontraban en la planta baja y ellos me responden igual.
—¡Buenos días, señorita! —Darling, la recepcionista, como de costumbre se dirigió a mí en cuanto me vio para hacerme llegar todos los recados.
—Darling, un placer saludarte. ¿Cómo te encuentras?
—¡Muy bien!
—¿Hay alguna novedad?
—Sí. El ejecutivo de la empresa de licorería John Edwards, canceló su cita de hoy y la reagendó para el miércoles próximo.
—Excelente.
—Los ingenieros y demás miembros de la junta directiva tienen una pauta imprevista para hoy y es fundamental que asistas. Parece que hay una situación con algunos empleados y te necesitan allí.
—Muy bien, ¿algo más?
—Sí, el señor Daniel la está esperando.
Mi corazón se heló al escuchar su nombre y rápidamente levanté la vista de la hoja que estaba firmando.
—¿Sabes para qué?
—No señorita, no me lo dijo.
—¿Hace mucho tiempo?
—20 minutos.
—Muy bien, gracias Darling, eres muy amable.
—Para servirte.
Con el corazón entumecido me dirijo hacia mi oficina para dejar mis instrumentos y mis cosas personales. Luego paso por la oficina de Isabel con la intención de saludarla y de ver cómo seguía de sus malestares estomacales; Diego me encontró en uno de los pasillos y me dio un gran abrazo, él es el tipo de persona que es noble, tierno, y que además tiene una forma muy particular de querer. Sin duda es un hombre que vale mucho. Con la misma alegría de verle le abrazo, y luego con mucha curiosidad me dirijo hacia la oficina de quien me esperaba hacía 20 minutos.
—Puedes pasar. —Dijo Yanis en cuanto me vio, con la vista fija sobre unos papeles.
—Gracias, —dije seria, y procedo a tomar la manija que me llevaría hacia donde él estaba.
—Buenos días. —Dije al entrar. Sus manos se encontraban fijas, una sobre su barbilla y la otra sobre su pierna.
—Buenos días. —Respondió él, con cierta seriedad que me dio a entender que pasaba algo.
—Ya estoy aquí, señor.
—Ya te vi, —respondió sin levantar la vista.
—Usted... ¿me mandó llamar no? —Pregunté incrédula.
—Sí. —Respondió.
—¿Pasó algo con Vanessa?
—No, ella está bien.
—¿Entonces?
—¿Tiene que pasar algo para que yo desee hablar contigo?
—Lo siento, es que no entiendo por qué no me dice nada.