Capítulo 4

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Me llevé la servilleta con el número de Scott escrito en ella a la cama, me senté y apoyé el portátil encima de mis piernas.

-Cariño, ¿qué haces despierta a estas horas?- Mi madre asomó la cabeza por el hueco de la puerta de mi habitación.

Cerré el portátil con la servilleta dentro y lo aparté a un lado.

-No tenía mucho sueño y…

-Duérmete, Alice.- Me cortó.

Mi madre esbozó una pequeña sonrisa y a continuación, bostezó.

-Buenas noches, cariño.

Le devolví la sonrisa y ella, apagó la luz y cerró la puerta tras ella. En cuanto abandonó el cuarto, abrí de nuevo mi portátil y el papel voló por mi rápido movimiento aterrizando en mi regazo. Miré la hora en el despertador de encima de la mesita de noche a mi derecha, no era demasiado tarde, así que con la servilleta en mano, me levanté, cogí mi móvil del escritorio y marqué el número.  Contestó al tercer pitido:

-¿Si?

-Eh…hola.

-¿Quién eres?- Preguntó confundido.

-¿A cuántas chicas les das tu número de teléfono sin conocerlas?- Bufé.

-Hola, preciosa.- Noté como esbozaba una sonrisa al otro lado de la línea. –Pensaba que tardarías más en llamarme.

-No hagas que me arrepienta.

-Y dime, ¿por qué has decidido llamarme, preciosa?

-Te agradecería que no me llamases preciosa.- Dije imitándole. –Me pone de los nervios.

Éste soltó una carcajada.

-Dejaría de hacerlo si supiese tu nombre.

-Alice.- Murmuré.

-¿Qué?- Preguntó en un mayor tono de voz.

-Que me llamo Alice.- Repetí.

-Y dime, ¿cuál es el motivo de tu llamada, Alice?- Pronunció mi nombre enfáticamente para destacar el hecho de que ya no me llamaba “preciosa”.

Enmudecí al percatarme de que ni yo misma sabía la razón de mi repentina llamada.

-Porque…- Improvisé. –No me había despedido de ti en la fiesta y…

-¿Pretendes que me crea esa excusa?- Volvió a reír al otro lado.

-No es ninguna excusa.- Dije cortante.

-Sabes que no te rechazaré.- Fruncí el ceño. –Mañana a las cinco y media en la nueva cafetería del centro de la ciudad.

-¿Qué?- Pregunté. Me había perdido completamente.

-Sé puntual.- Y colgó dejándome boquiabierta con el teléfono pegado al oído.

Nada más abrir los ojos a la mañana siguiente, mi móvil vibró bajo la almohada. La aparté a un lado y cogí el móvil ansioso, pero la sonrisa que se había dibujado en mi rostro se desvaneció tan rápido como apareció al ver el nombre de Rosalie iluminado en la pantalla. Colgué sin pensarlo dos veces, no quería hablar con ella. Esta vez se había pasado de la raya y tenía claro que no iba a perdonarla nunca más. Me dijo que si le daba una segunda oportunidad, cambiaría, y después de mil oportunidades más después de aquella, no lo había hecho. Porque la gente jamás cambia, es estúpido pensar que sí…yo fui estúpido al pensar que ella era la chica con la que tantos años había estado obsesionado. Giré en la cama y me pasé las manos por la cara. Hoy también había soñado con ella. El mismo sueño de siempre, la misma chica de siempre; ella y yo en un parque, nadie más en la redonda, ella frente a mí dándome la espalda. Yo me acerco para saber quién es, y justo en el momento en el que le tocó el hombro para hacer que se gire…me despierto.

Dulces SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora