Llego a mi casa bien entrada la noche y sin ganas de cenar, eso me pasa por alimentar la mente inquieta de Andrea con tanta revista nupcial mientras yo satisfacía mi sed de ginebra para no oírla.
Cuando se fue Lucas, y tras pasarme veinte minutos relatando sus defectos, por los cuales jamás podría gustarme un hombre como él, por fin conseguí desviar la atención de mi hermana.
—Mira, Gorrión, a ver si encuentras algo aquí que haga que Leo llore —le dije al poner las revistas en su cara. Y así fue cómo la perdí el resto de la tarde.
Claro que su entusiasmo por la lencería blanca no fue suficiente para hacerme olvidar lo que me había dicho de Lucas. Por favor, ni de coña, ¿gustarme a mí semejante hombre? Si quitamos lo guapísimo que es, lo simpático que resulta con todo el mundo que no sea yo, o lo detallista y espléndido que es con sus compañeros de trabajo, menos conmigo, ¿qué le queda?
No, Andrea está equivocada, para nada me gusta Lucas.
Cuando tengo decidido tomar un baño antes de dormir, que iguale mi nivel de remojo tanto por fuera como por dentro de mi cuerpo, mi teléfono suena al otro lado del pasillo.
En otras circunstancias lo hubiese dejado sonar, que para eso estoy en mis cinco minutos y mojada hasta las cejas. Pero recuerdo los dos días que llevo esperando por él y que puede ser Pablo quien está llamando. Por eso me levanto de la bañera sobresaltada.
Lista de la compra: una alfombrilla de baño que evite partirme la boca contra el lavabo.
Corro por el pasillo con la toalla que me ha dado tiempo a coger, y no la llevo precisamente por no ponerlo todo chorreando, sino por mis vecinos “los mirones”: tres estudiantes de arquitectura que están todo el día fumando maría en la ventana del patio comunitario.
Llego desesperada al sofá donde dejé el móvil cuando entré, ¿por qué no alquilaría un piso más pequeño que no me llevase más de dos segundos atravesarlo? La carrera hará que se me note la voz excitada cuando hable.
—¿Sí, quién es? —digo en cuanto descuelgo el número desconocido.
He querido sonarle distraída, no sé si lo habré conseguido después de más diez años sin que oyese mi voz.
—Mmm, Cara pan, no habré interrumpido algo, ¿verdad? Se te oye muy sexi.
—¿Lucas?
Ya sabía yo que se me oiría extraña. Lo que no entiendo es por qué el corazón se me va a salir por la boca si mi piso no tiene los pasillos del Buckingham Palace.
—El mismo. Solo que tú puedes llamarme Trepa.
—Capullo también te queda que ni pintado, ¿sabes? ¿Qué quieres ahora? ¿No has tenido bastante humillación por hoy?
—Quería darte las buenas noches, y desearte que duermas bien, preciosa. —¿En serio Lucas quiere enterrar cualquier hacha que pueda clavarme a traición por la espalda?—. Porque tal vez mañana en la reunión ya no sonrías tanto.
Y ahí noto cómo me corta la cabeza de un corte limpio con sus palabras.
—¿Qué sabes tú de la reunión de mañana?
—Más que cualquiera de vosotros.
—Claro, será parte de tus honorarios, ¿no? Verónica no deja de sorprenderme.
Debería no hablar así de mi jefa, sobre todo porque no estoy segura de que Lucas no esté grabando nuestra conversación para chivarse con ella.
—Sé lo que se dice de mí en la redacción, y déjame decirte que te hace falta mucho más que eso para que me enfade.
—No es lo que pretendo, Lucas, no te equivoques, para mí eres indiferente.
—¿De verdad?, ¿y por qué me prestas más atención que al resto?
—Porque cuando mi puesto de trabajo depende de alguien como tú, necesito estar alerta.
—Ya, por si mi culo se sienta en tu silla, ¿no?
—¿Me estás diciendo que yo te miro el culo?
—Tranquila, si no me importa, de verdad, Cara pan, porque yo sí miro el tuyo.
¿Cómo se responde a eso? Mi lengua afilada se queda muerta, incapaz de dar una estocada final.
Pero bien que mi dedo reacciona cortando la llamada.
Cinco minutos, solo necesito cinco minutos para relajarme, pensar rápido e intentar contestar a Lucas, ¿qué es eso de que me mira el culo?, ¿le gusta mirarlo, o es que no puede evitarlo, porque lo tengo tan ancho que ocupa más del cincuenta por ciento de su campo de visión?
El teléfono suena dándome la oportunidad de contestarle. Bien, noto mi lengua resucitar.
—Si no vas a disculparte, no tengo nada que hablar contigo.
—No sabía que tuviera que hacerlo, pero si tú quieres, lo hago.
Y ahora es Pablo quien me deja muda.
Lista de la compra: Una alfombrilla para el baño y un casco de moto para contestar las llamadas de Pablo, presiento que estoy a punto de desmayarme y que me golpearé la cabeza.
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No me toques las palmas
ChickLitCata, creía tener su agenda bien estructurada: trabajo, citas varias, ir de compras y, de vez en cuando, visitar a mamá. Pero una sola foto y un artículo para otra revista, desmontan su perfecta estructura vital. Pablo Alcántara, su ex de la adoles...
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