Capítulo 3

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Inuyasha miraba con el ceño fruncido la pierna de su hermano, ésta se movía de arriba abajo con un ritmo rápido.

Estaba impaciente.

—Eh... —comenzó a decir— ¿Estás bien?

Sesshomaru le miró mal y regresó la mirada a la pantalla de la laptop frente a él.
Era patética. No había nada más que odiara que ésta tecnología absurda.

La persona frente a él en esa vídeo conferencia decía algunas cosas que podían importarle menos.

Sus pensamientos se fueron a la noche anterior, necesitaba estar seguro de sus sospechas y sobre todo, adquirir respuestas a interrogantes surgidos.

—Entonces, señor Sesshomaru, eso es lo que se ha decido para el acuerdo.

Sesshomaru asintió.
—De acuerdo.

—¿De acuerdo? —preguntaron Inuyasha y el interlocutor en la pantalla.

Sesshomaru no sabía si mirar mal a Inuyasha o a la persona tras la pantalla; optó por la segunda opción.
—De acuerdo —repitió lenta y amenazante.

El hombre asintió con temor.
A pesar de estar a millas de distancia, el temor hacia Sesshomaru era imponente.

Cuando la pantalla quedó oscura, Inuyasha se acercó a su hermano, quedando frente a él por detrás del escritorio de cristal.
—¿Me vas a decir qué mierda te pasa?

Sesshomaru volvió la silla hacia los ventanales.
El Sol de medio día iluminaba el cielo.
Se perdió unos segundos en dos aves que pasaban volando hacia el sur.

—La humana que ayudaste anoche... —comenzó a decir, llamando la atención de Inuyasha.

—No me jodas, Sesshomaru. No la vamos a matar, no es amenaza para ningún ser sobrenatural en este lugar.

Sesshomaru volvió la mirada hacia él de manera que indicaba que perdería la paciencia.
—No seas imbécil, animal. Sólo quería preguntar si sabes algo de ella.

Inuyasha parpadeó sorprendido un par de veces antes de responder.
—Se llama Amaya, es O+, un poco rara, vive con una anciana...

—¿En dónde? —preguntó sin medir las ansias en su tono de voz.

Inuyasha carraspeó
—¿Por qué? —definitivamente era raro que su hermano preguntara por una humana. O por alguien en general— ¿Estás interesado? —preguntó con asombro evidente. Había notado la similitud con la esposa de su hermano, pero no había esencia en ella.

Sesshomaru se puso de pie y abrochó el botón de su saco. Si el imbécil de su hermano no le podía dar información sin entrometerse, entonces lo averiguaría él mismo.

Inuyasha le siguió fuera de la oficina.
—¿Qué piensas hacer?

Los presentes en los pasillos se hacían a un lado al ver a Sesshomaru caminar con tal genio.

Shido se acercó.
—Señor Sesshomaru, ¿Se irá tan temprano? ¿Le preparo el auto? —trataba de sonar no alterado. ¿Acaso había olvidado que hoy saldría temprano su amo?

—¡Bueno, imbécil! Te hablo. ¿Qué demonios piensas hacer? —gruñó Inuyasha.

Sesshomaru detuvo su paso.
Se volvió a Inuyasha; Inuyasha se detuvo, en la espera de algún golpe, un tirón de orejas, algo.

—No le haré nada —dijo Sesshomaru inexpresivo.

Shido miraba a ambos sin entender.

Inuyasha le mantuvo la mirada a su hermano, luego suspiró resignado, miró al joven de cabello oscuro.
—Dame las llaves del auto, Mocoso.

ALMAS DEL PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora