Capítulo Dos.

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El niño indefenso y tembloroso, llorando silenciosamente, con ojos vacíos de amor, vacíos de esperanza, sólo se cubría el rostro con sus pequeñas, suaves y ligeras manos.

-¡Pedazo de estorbo!- Le Gritó al niño el hombre que era su padre, sanguíneamente, pero el título de Padre no se lo merecía. -Lo único que quiero es dárselo a esos traficantes, 'Hip' para que hagan de ese mocoso nada más que una bolsa de huesos, ¡asi lo mandan a pelear y se muere de una vez!, 'Hip' ¡y más encima me pagarán por eso!- Dijo el hombre con gozo de "su poder", con voz triunfante y no muy firme, de vez en cuando soltaba unos 'Hip' del alcohol.

-¡Estás loco!, ¡Estás loco!, ¡No le tocaras ni un pelo mientras yo este aquí!- Gritó la madre, furiosa y alterada, aún con su cabeza entera sobrepansando los límites de seguridad, más y más cada vez.

-¡Calla mujer!, mejor me hago cargo de tí primero.- Proclamó el hombre indiferente a lo que sería quitarle la vida a su mujer.

La agarró del cabello, y con la otra mano la sostuvo en el torso, inclinandola más y más a el nivel bajo, donde posaba la línea del tren. Se oyó un silbato a lo lejos, se apróximaba, el tren venía. Oscuridad seguía en la mañana fría, sin más que horror. El niño lloraba y lloraba, sus manos seguían cubriéndo su pequeño rostro, pálido por completo. El tren se acercaba, ya estaba cerca. La madre sabía que si ella moría el hombre seguiría vivo, no tenía opciones de librarse de el, sólo le quedaba matarlo a él también.

El tren ya estaba aquí. El niño bajó sus manos, y sólo observó como su padre la empujó, sin antes que la madre se aferrará a él, fuertemente, y cayeran los dos al bajo nivel de la línea del tren. Después de eso, sólo se vió la luz del tren, se sintió el estruendo de el tren al pasar por la vía. Y ahí estaba, justo en ese lugar, observandolo todo, sintiendo cada pulso, cada respiración, ahí estaba, el Vigilante.

El niño lloraba, muy silenciosamente, con miedo de que alguien lo escuchara, que alguien fuera igual a su padre, que le quitara a su madre, y dejarlo totalmente solo, bajo un asiento frío de fierro.Su carrito de juguete se deslizo por el viento producido por el tren, el niño lo siguió con la mirada, detrás del carrito, vió unos zapatos negros, subió la mirada, pasó por un gran chaqueton negro, luego una bufanda negra también, hasta llegar a un frío, pero frío rostro, lo observó con curiosidad. Se oyó un cuervo a lo alto, llamó la atención del niño, el niño lo observó, luego volvió al rostro, que ya allí no se encontraba, en ningún lado, había desparecido a la distracción por un cuervo, pero aquel rostro, aquel rostro frío, inexpresivo, solitario. No lo olvidaría jamás, se grabó en su memoria junto con la perdida de su madre, que se quedaría en su mente, para siempre.

A sus 6 años, Jack Wells, había descubierto lo que era ser huérfano, solitario, y horrorizado.

El VigilanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora