9. Desayuno compartido

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Al azotar la puerta, me pude ver por completo las marcas. Mi cuerpo casi parecía al de una momia. Miles de vendas me cubrían por doquier, probablemente las tres cuartas partes de mis brazos y piernas estaban cubiertas por ellas.

No me importó siquiera el dolor que sentí al bajar las escaleras de la provincia de la cual acababa de salir furiosa. Podría jurar que mi rostro reflejaba claro ese sentimiento de odio, ese color rojo de alteración pero a la vez tensión.

Llegué a la acera rápidamente y fue entonces cuando volteé a ambos lados sin saber en donde me encontraba. ¿Les había mencionado antes que vivía en el lugar medio de la ciudad? Bueno, si me pagaban bien, pero tampoco me bastaba para tener billones y billones de billetes. Suspiré. Seguramente por lo que veía me encontraba en la clase alta de la ciudad. ¡Celebremos todos juntos mi pérdida! Estaba en lugares que nunca en mi vida hubiera pensado que recorrería con humillación tras una noche de un intento fallido de suicidio.

Las personas se me quedaban viendo con asombro. Bueno, ver a una chica cubierta de vendajes no era muy común en marzo y mas si parecía que brotaba sangre de ellas. Tragué con mi mirada el menoscabo y alcé la visión a lo alto, como si tuviera aún mucha dignidad en mi cuerpo.

Bufé con mucho más molestia cuando miré las grandes construcciones y mansiones lujosas que parecían querer que mi orientación se extraviara aún más de lo que ya estaba.

Caminé a donde los autos andaban, descalza. Sin importarme el cotilleo y miradas de negación.

—¡Espera! —Escuché de tras de mi.

Sabía que había sido aquel chico de la mañana y no por aquello iba a detenerme. Seguí andando, intentando ignorarle.

—¡Chica pervertida, espera!

Abrí los ojos con sorpresa. Las parejas o las familias que caminaban me observaron como si se tratara de la mas vil cucaracha rastrera, imaginando quien sabe que de mi persona.

Me giré más colérica que antes.

—¿Qué rayos quieres, violador?

Sus orbes verdosas parecieron sorprendidas y a la vez divertidas de que había caído en su juego. Mi rostro yacía con un horrible gesto de enojo. ¡Si, por su culpa ahora era la sensación del momento de los nobles! Seguramente pronto las mujeres ricachonas hablarían mal de mí en sus meriendas de la media tarde.

—¿Quieres desayunar?

—¿¡Qué!? —solté impresionada, impetuosa y violenta—. ¿No prefieres ir a un motel? —Salí bromista—. ¡Pero por supuesto que no iré a ningún lado contigo! —Chillé como si nadie pudiera verme.

El chico se percató de ello y llegó rápidamente a mi antebrazo, tomándolo con cautela pero a la vez aprisa.

—Te estas poniendo en ridículo —susurró alegre y sensual pero a la vez, entretenido de mi comportamiento.

Tragué saliva antes de mirar hacia las calles.

Ahí estaban ya todos, mirándonos con detalle. Asombrados por mi pauta, riendo y murmurando. Parpadeé varias veces, sintiendo entonces vergüenza y pudor en mis mejillas. El maldito se había salido con la suya de nuevo. Me silencio en un dos por tres, pero tampoco dejé que este siguiera tomando de mi brazo como si fuera un padre o un hermano. Lo moví con brusquedad antes de darme camino a por donde había llegado, pocas cuadras… de nuevo hacia aquella casa a la que no me había fijado bien hasta entonces.

Fue realmente impresionante que cuando llegamos de nuevo hacia su hogar, aquella casota fuera monstruosamente gigante por fuera. Seguramente era la envidia del vecindario y yo estaba a varios pasos para entrar en ella de nuevo.

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora