12. Tiempo de celos

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"¿Quieres saber algo curioso, querido diario?

Cuando el posó sus labios con los míos, cerré los ojos sin pensarlo. Fue algo como mágico y cuando por fin aceptamos que la relación se elevaría a otro nivel, simplemente sonreí.

Si, era una sonrisa verdadera, llena de amor y alegría, como esas que soltaba cuando mamá y papá aun existían en este mundo.

Ahora, parece que estoy en otro mundo. Las intenciones de herirme a mi misma han desaparecido por completo, parece que aquellas fases realmente nunca ocurrieron. Además, no solo he aceptado la muerte de mi canino preferido, si no que soy la novia formal de mi gerente desde hace una semana.

¿Genial o no?

Ana casi grita cuando se enteró de lo que había ocurrido tras la bodega, hasta parecía una adolescente a comparación de que tiene solo un año menos que yo.

Podría decirse que en estos momentos, mis lágrimas nunca más saldrán. Walter y yo somos muy felices. Aún trabajo con él, pero siempre nos vemos en las salidas y el muy tonto no trata de disimularlo, siempre pone nuestros horarios idénticos. Es tan cómico.  

Hablando de eso, se me hace tarde y seguramente no tarda en molestarme por celular. Deséame suerte."

.

Terminé de escribir con alegría y salir corriendo hacia la puerta de la entrada. Sonreí y suspiré antes de asegurar el departamento.

Llegué al elevador rápidamente y entonces oprimí aquel botón para que pronto llegara el aparato a recogerme. Pronto se abrieron las puertas y sin pensármelo, entré con alegría. Además, la música clásica del ascensor se vió interrumpida por una de Paramore, esa que me indicaba que alguien esperaba seguramente en la línea para que contestara.

—Bueno.

—¡Se te hace tarde!

Sonreí al escuchar esa voz juguetona y que en cierta forma me hacia estar risueña la mayor parte del día.

—Es tu culpa —dije confiada—. ¿Quién deseo estar hasta las cuatro de la madrugada hablando por teléfono? —Intente recordarle.

—Pues… —Sonó pensativo, para de alguna forma regresarme una respuesta molesta—. ¿Quién te obligo a quedarte despierta hasta tarde? —sonó dolido—. ¿Me engañas?

Dejé salir una carcajada.

—Ja, ja —Imité su risa traviesa—. ¡Alguien cuyo nombre empieza con W y termina con alter!

Escuché una risa.

—Buena esa —soltó vencido—. ¿Y en dónde vas?

—Apenas salgo del elevador.

—¡Pues apúrale que te quedan cinco minutos!

Miré mi reloj, era cierto. Bufé como a una niña.

—¿Cómo pretendes que llegué en cinco minutos?

—Pues camina más rapidito a la salida.

Yo, que sostenía el aparato en mis manos, volteé a ver como el ascensor se abría y las puertas me dejaban ver un carro que conocía muy bien. Walter me esperaba haciendo un gesto con su muñeca, seña que tardaba demasiado. Sonreí y entonces colgué la llamada.

—¿Me extrañaste? —preguntó divertido.

Sonreí antes de subirme en su auto y darle un pequeño beso en sus labios.

—Anda, vamos que solo nos quedan cuatro minutos —dije, mostrándole la hora de mi celular

Esbozó un gesto luminoso antes de arrancar el automóvil.

No tardamos mucho en llegar y salir corriendo hacia el local juntos. Ana como Félix nos miraron con una sonrisa.

—¡Llegaron tarde! —comento Ana juguetona.

—Seguro estaban listos desde hace dos horas —soltó mi compañero Félix, dando a parecer otra situación.

—Cállate gato —solté avergonzada.

Y si, cuando se trataba de trabajo, cada quien estaba en lo suyo. Walter estaba en su oficina, yo hacía lo mío. Alguna que otras veces se escapaba de sus quehaceres y por resultado, iba y venía para robándome besos y sonrisas. Eso creo que era lo que lo hacía verse más dulce y no podía negarlo, me encantaba.

Más para que decir, el tiempo siempre pasaba lentamente cuando él no estaba. Ese día, creo que hubo más clientes que de costumbre, el chocolate y el caramelo hacían varías veces que se acababan, asi que esta vez, cuando Ana explicó el poco dulce que había, ya era mi turno de rellenar. Caminé ciertamente sonriente, dirigiéndome a la despensa con nostalgia. ¿Quién diría que ahí empezaría mi historia de amor?

—¡Apurate! —gritaron por el pasillo.

Sonreí ciertamente risueña. Era divertido ver la desesperación de mi amiga.

—Ya voy —grité, mientras salía corriendo ya con el chocolate en la mano.

Cuando llegué, sonreí por momentos al recordar lo que había pasado hacia siete días y entonces moví mi cabeza a los lados, saliendo del trance. Tomé el bote de cacao y salí de nuevo hacia el mostrador.

Fue entonces cuando le pasé el frasco a Ana y volteé a ver hacia adelante.

Alguien más estaba ahí junto con Walter, abrazándolo con mucha cercanía y cierto amor, acariciándolo el rostro sin pudor y jugueteando con sus pestañas y sus cachetes. Esos que solo me pertenecían a mí.

Y casi como si el colmo me lo faltara, mi hombre volteó precisamente a verme. Aunque no quisiera hacerlo, recibió de mí una faceta celosa y sospecha, cual evadió su mirada con un claro sentimiento de traición y odio.

La vida no es solo suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora