Después de pasar el día más vergonzoso y desesperante de mi vida, por fin me encontraba ya en mi departamento.
¿Qué había pasado? Tras haber comido un miserable waffle y haber recordado a mi canino muerto, salté a por mis ropas. La entrada se abrió sorpresivamente frente a mí y entonces recibí la mirada más temible de todas. La chica que había entrado en la casa de Walter simplemente era hermosa, pero la humillación, la pena, lastima y enojo que me había lanzado, terminó por hacerme enfurecer. Era como si me hubiese etiquetado en menos de un segundo, como si de cualquier ramera me tratase. Seguramente por qué, por ser un espectador racional, había deducido que me marchaba después de recibir mi ración de sexo y la paga por el servicio.
Ese tal Walter esperó a que me cambiara y entonces se ofreció a llevarme de regreso a casa. Lo que debí de haber aceptado, lo rechacé en palabras secas. No necesitaba una burla tan grande. La humillación de hacerme sentir sucia y promiscua, no tenía limites. Terminé despidiéndome al tomar mi chamarra y, entonces, me di paso por las calles en un recorrido que duro no más de cuatro horas.
—¡Rayos! —Volví a quejarme del dolor de los pies—. ¿Toby podrías…
Dejé hablar entonces y mojé mis labios con mi lengua. Sitúe entonces uno de mis dedos en mi mejilla izquierda. Una lágrima se había derramado y lloraba. No lo había previsto, simplemente había ocurrido.
Tragué saliva difícilmente e intenté no caer en pánico de nuevo. Pero honestamente, eso no podía hacerlo.
Caí en depresión por varias horas al observar la fotografía adjunta a mi buró. Ahí estábamos él y yo, cuando mi perrito aun era solo un cachorro. Tomé con necesidad un poco de alcohol y volví a repasar los hechos. Me maldije y me golpeé la sien con culpabilidad. Recordé quien había matado a quien y que mi castigo aún no se había pagado.
Mi mente se bloqueó y por alguna razón, llegué hasta la cocina. Fue un tanto torpe, pero mis manos tocaron uno de los cajones. Caí con él y los tenedores en el piso.
Hacía mucho que no lo pensaba pero no sé por qué todo mi cuerpo parecía que pedía a gritos que me lastimara a mí misma.
Tomé entre mis manos frías uno de los cubiertos y entonces, me quité el vendaje que aún traía en mi cuerpo; el que me había colocado seguramente Walter con esfuerzo.
Me rasgué por entre las heridas recientes y sentí por fin ese dolor fino e infinito. La lesión emocional le dio paso a la física, así que grité de agonía, olvidándome de lo que me hacía sentir triste y taciturna.
La sangre comenzó a caer a chorros y entonces, me dejé caer en el piso, con una sonrisa de satisfacción.
Ya no pensaba en Toby y ahora sentía el helado piso de la cocina enviarme al mundo de los sueños. Esta vez, si moriría.
* * *
Cuando regresé del planeta comúnmente conocido como las pesadillas, ya era de noche. Estaba en mi cama, de nuevo vendada. Ángel estaba a un lado mío, sonriéndome y a la vez enojado de cómo me había encontrado.
—¿Por qué hiciste eso?
Mis ojos se llenaron de lágrimas en instantes. Ni yo misma sabía la respuesta.
—Lo siento —Fue lo único que entre mis palabras pude encontrar para decir—. Yo… lo siento —Lloré ahora sin control.
Mi amigo, que ahora me veía afligido, me tomó entonces en un abrazo improvisto. Intentando así, sacar la soledad que yo misma había intentado expulsar ante aquellas acciones egoístas, sangrientas y terroríficas.
—¡No lo vuelvas a hacer! —Me dijo en susurro, aún apretándome contra su cuerpo—. ¡Casi me da un paro cardiaco cuando te vi tirada en ese charco de sangre!
Le abrasé con más fuerza y entonces accedí en silencio.
Durante toda esa tarde, hicimos y me festejamos por mi cumpleaños, ese día que Tobías arruinó sin saberlo. Comimos fuera, ya que el pastel que me había llevado, simplemente se había echado a perder ante estar toda la semana fuera del refrigerador. Me llevó a un restaurante limpio, pero nada extravagante.
Al principio, el ambiente era tenso y nada relajado, pero poco a poco este me sacó una que otra sonrisa. Terminamos manchándonos la cara con Ketchup o una que otra salsa.
—¿Qué harás ahora? —preguntó mientras se metía una papa francesa en su boca.
Yo mastiqué en cambio, mi hamburguesa.
—No lo sé —respondí al terminar de digerir aquel pedazo de carne y pan entre mis labios—. El dinero que ganaba en ese entonces, me sobraría ya que To... —Dejé de hablar por unos instantes—, ya que ahora estoy sola. —Corrige intentando no ponerme de nuevo en un estado lamentable.
Ángel me comprendió mientras se metía otra papa en su boca y la comía con gusto.
—¿Y si te buscas otro empleo? Algo así como mesera o algo en donde te paguen menos pero te alcance.
Me quedé pensante. Esa no era para nada una mala idea. Le sonreí y con eso dimos por terminada la plática. Decidimos que en cuanto acabáramos de comer, iríamos a por una papelería y compraríamos juntos la solicitud de empleo. Luego este mismo, me llevaría a algún lugar para entregarla, esperando a que me llamaran pronto.
—¿Y qué tal en las Alitas? —pregunto este mientras manejaba
—Odiare las alitas.
—¿Carls Jr?
—Odiare las hamburguesas.
—¿Cinepolis?
—Odiare las películas.
Sonrío ante mis respuestas rápidas y pensadas.
—¿Entonces en dónde mujer? —preguntó inquietado y un tanto desesperado.
Me quedé mirando por la ventana. Quería un lugar limpio, sofisticado. En donde claro, me dieran una buena paga. Fue entonces cuando un local de cafés se presento ante mi mirada.
—¿Starbucks? —pregunté, intentando aceptar mi idea y conseguir su consentimiento.
Mi amigo dibujó una sonrisa en su rostro, para luego girar su carro en “u” y darse paso hacia el local, que era bien concurrido y estaba cerca de casa.
—Se ve agradable —dijo este, una vez entrado.
—Se ve bien —respondí también dándole un visto bueno y favorable.
Bueno, lo se, parecía como si fuera mi primer trabajo, pero en realidad, de una forma u otra, sentía que con este empleo, simplemente tendría todo. No estaría de un lado u otro pero no involucraba muertes en él y los empleados parecían amables y no tan amargados como los del hospital.
—Disculpa, ¿sabes si están necesitando personal? —pregunté con vergüenza pero necesidad a la vez.
—¡Me creerás que el gerente esta aquí! Chance y te consigo un puesto. Espérame un poco, enseguida vuelvo —dijo la chica que me había atendido—. ¡Félix, cúbreme por favor!
Me di media vuelta para poder así mirar con un gesto de victoria a mi amigo Ángel, que me mostró sus pulgares en señal de buena suerte. Mi dentadura apareció y entonces volví a girarme.
Fue entonces cuando un rostro de felicidad se apagó y la vergüenza llegó a mi cara.
No podía ser cierto..
—¿Qué haces tú aquí?
—¿Eres tú la que necesita empleo?
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La vida no es solo suicidio
Teen FictionRoselyn Marfán perdió a sus padres en un terrible accidente vial a sus veintiun años de edad. Madurar le fue imposible, así que tras tres años de la tragedia, ella aún no puede superar la pérdida y sigue sin poder continuar con una vida normal. Vivi...