Me desperté en mi cama junto la cabellera de una chica castaña y aperlada.
—Ángel, hazte a un ladito cariño.
Me moví, accediendo a la petición de la chica.
Diana, mi novia, había pasado la noche junto conmigo. Además, la noche anterior a esa había ido junto con Roselyn al bar con los amigos. No recuerdo muy bien lo que había pasado realmente, pero recuerdo a muchos chicos tirados en el suelo y a mi amiga vomitando en el piso.
¡Ja! Seguramente cuando la viera hoy por su cumpleaños, me lo reprendería en seguida.
—Diana ¿Qué le compro a Rolyn? —Soné medio adormilado pero consciente de que ella sabía de su veinticinco aniversario.
Mi chica se sentó en la cama, acomodándose el largo cabello castaño que le llegaba a la cintura. Tallándose los ojos e intentando estirarse.
Sonrío.
—¿Aun no le compras nada, bebé? —Se acercó a mi rostro para luego besarme—. Pensé que ya le habías comprado algo. ¿No eres su mejor amigo?
La besé de nuevo. Ella sonrío para luego salir de la cama en un brinco alegre y armonioso.
—¡Pues tu! —Le eché entera la culpa—. Que me entretienes con toda tu… hermosura —dije, vitoreándola de arriba abajo y con una sonrisa picarona.
Diana sonrío avergonzada y entonces caminó aún más sensual a la cocina.
—¿Quieres cereal? —gritó desde aquel cuarto.
—Mucha leche —dije, a la vez que me estiraba y me tallaba los ojos para igual despertarme.
—¿Zucaritas o Chocho chips?
—Los dos —grité con gracia mientras me ponía mi camisa y salía hacia el cuarto entrante, donde se encontraba Diana con una de mis camisas que le quedaba como pijama.
Mi novia me pasó el plato junto con el suyo. Nos sentamos a desayunar mientras platicábamos sobre el día de hoy y sobre el regalo que aún no compraba.
Me aconsejó a que le llevara el pastel o que le llevara algunos globos, ya que ella era la que sabía de esas cosas.
—¿Y si le llevo las dos cosas? —pregunté curioso.
—Pues mejor —Sonó molesta.
—Cariño ¿Por qué te pones celosa?
—No estoy celosa —Hizo un puchero infantil—, pero quería pasarla contigo hoy.
Le miré derrotado y es que ella era la chica de mis sueños. La amaba a más que a nada en el mundo y además la entendía. Sabía que con mi trabajo y con el de ella, la siguiente cita sería dentro de la semana entrante. Le miré con una sonrisa apenada y entonces, giré mis ojos hacia arriba.
—Bueno, está bien… pero solo hasta las seis de la tarde, ¿si?
—¿Seis y media? —Sonrío traviesa.
—¡Siete! —Le besé al instante.
Terminamos de desayunar juntos y nos alistamos para salir al cine.
¡Y, si! ¿Por qué las mujeres tardan tanto en arreglarse?
Terminamos saliendo a las tres y media y entrando a la función a las cuatro cincuenta. Compramos lo necesario: las palomitas, el refresco refil y claro, los chicles para después de comer, ya saben, no veríamos la mayoría de la película.
Pero no tiene caso ¡No me entiendes!
En eso te equivocas…Te amo ¡Siempre lo he hecho!
Juliana ¿Quisieras casarte conmigo?
Claro que si Frederick, claro que si
Dejamos de besarnos, porque la sala comenzó a encenderse. Sonreímos como un par de adolescentes y nos tomamos de las manos. Salimos imitando a los actores y a sus cursos dialectos.
—Juliana ¿Quisieras... quisieras casarte conmigo? —dije, exagerando las palabras al tanto que hablaba.
Diana río al instante.
—Claro que si Frederick, claro que si.
—Ven acá, Juliana, brindemos por el nido de amor que formaremos.
La cargué entre mis brazos, imitando a una pareja llegando al cuarto de luna de miel.
—Oh querido mío, solo porque te he amado siempre ¡Hazme tuya!
—¡Uuuy! —Solté un gritillo antes de soltarla—. Eso estuvo fuerte —Reí ante las escenas inventadas—. ¿Quieres que te haga mía? —Alcé las cejas travieso.
—¿No tienes que ir con Rolyn? —Expreso traviesa y a la vez, celosa.
Llevé mi mano a mi muñeca.
—¿Siete en punto? ¡Wow! Contigo, el tiempo se me pasa volando nena.
—Y podría ser a un mejor.
—Nena, en serio, te lo compensare —Le besé con ternura en los labios—. Tu escoges a donde quieres ir la próxima vez, ¿si?
Giró los ojos y entonces dejó salir un suspiro.
—Bueno, está bien ¡Anda, ya vete y compra eso!
—¿Tu? ¿Qué harás?
—Una amiga me pidió que la esperara para irnos juntas de compras.
—Bueno, está bien —Me acerqué para despedirme—. Te hablo en la noche.
Nos separamos tras un largo beso y, en minutos, llegué a mi auto, saliendo directo hacia la pastelería de la esquina. Ya que aunque pareciera extraño, todo lo que necesitaba estaba a media manzana. Si me apuraba, podría llegar en media hora a casa de mi mejor amiga, la cual seguramente me esperaba.
Lo mejor de todo era, que su casa estaba a pocas cuadras del centro comercial, así que no me tardaría nada para llegar. Compré el pastel casi de inmediato y con un pequeño globo, me estacioné en los lugares afuera de su departamento. Subí el ascensor tras saludar a la pequeña mujer que ya me conocía y, tras cinco minutos, ya me encontraba en la puerta de la entrada.
Toqué el timbre. Una, dos... tres veces; pero nadie me abrió. Extrañado, grité su nombre y, con un temblor en mi cuerpo, traté de hacer presión. La puerta se entreabrió sin prisas. ¡Estaba abierto!
Me alerté por esto y entré con rapidez. Dejé las cosas en el suelo y grité por mi amiga más de cinco veces seguidas. Busqué en la cocina y en su habitación. No había nadie. Corrí al armario, donde rememorizaba esas terribles imágenes, pero gracias a Dios, no la encontré ensangrentada como la última vez.
Pensé en que había dejado solo el lugar abierto, así que llamé a su celular casi aprisa para regañarla. Sin embargo, tras llamar, el tono que ahora me pareció espectral, se escuchó en el fondo, justo en la lavandería.
Corrí con el corazón bombeándome como loco. ¡¿Se había cortado otra vez?! Me detuve en el umbral del lugar, encontrandome con una escena diferente a la que creía que me toparía. Ahí, en medio del suelo, se encontraba Tobias bañado en un sin fin de moscas que se alimentaban de su cuerpo putrefacto y, en la rincón, mi mejor amiga yacía con su rostro entre sus piernas, sollozando por un perdón.
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La vida no es solo suicidio
Ficção AdolescenteRoselyn Marfán perdió a sus padres en un terrible accidente vial a sus veintiun años de edad. Madurar le fue imposible, así que tras tres años de la tragedia, ella aún no puede superar la pérdida y sigue sin poder continuar con una vida normal. Vivi...