Capítulo 3: Verdades como puñales

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Año 842:

El día a día en la casa del comandante era un pequeño caos. La joven de cabellos dorados se preparaba cada mañana para ir a entrenar. Su complexión delgada le dificultaba muchas cosas, por lo que se obligó a si misma a ejercitarse para ganar masa muscular. Aunque sus esfuerzos aún no parecían haber manifestado cambios en su cuerpo, pues tan solo tenía trece años, si que había mejorado su resistencia y velocidad.

Helena pensaba que su madre no le iba a permitir llevar a cabo su loca idea de alistarse en la academia militar; contra todo pronóstico, fue su padre el que lo hizo.

— ¿Otra vez te vas cariño? — preguntó la mujer desde el salón mientras recolocaba los cojines en su sitio. Como de costumbre, se había levantado temprano para ponerlo todo en orden.

— Sí mamá — contestó tomando una pequeña bolsa.

— Helena — la llamó Dot apareciendo desde la puerta de la cocina.

— Ya sé lo que me vas a decir — hizo una mueca — Pero es que yo siempre os he obedecido sin chistar, y esta es la única  decisión que puedo de tomar por mí misma... Y si por ello me tengo que convertir en una rebelde... ¡Lo haré!

— De acuerdo — la muchacha miró ojiplática al mayor.

— ¿De verdad? — dijo incrédula.

— Si ya eres lo suficientemente madura como para elegir tu futuro, seré yo quien te entrene a partir de ahora para que puedas cumplir tu propósito — se aclaró la voz — Pero no creas que por ser mi hija voy a ser más permisivo, todo lo contrario. Quiero que seas la mejor de la promoción.

— ¡Gracias papá! — con un gran entusiasmo, se acercó al hombre.

— Nada de "papá", desde este momento soy tu comandante, y deberás de referirte a mí como tal.

La cara de la mujer era todo un poema, no podía creer las palabras de su esposo, ¿de verdad estaba dispuesto a llegar tan lejos para conseguir salirse con la suya y sacarle de la cabeza a su hija la idea de unirse a las tropas? Parecía que sí.

— Dot, ¿no te parece demasiado excesivo? — Marie tocó el hombro de su marido intentando hacerle entrar en razón — Creo que cuando estemos en casa podemos dejar de lado las formalidades de los títulos y temas del trabajo.

— En la milicia no puede haber lazos afectivos como este, por lo que cuanto antes se acostumbre a desligarse de mí, mejor que mejor.

Y es que ciertamente llevaba razón, el afecto por una persona puede llevarte a cometer errores o incluso locuras, pero ¿no es eso lo que nos hace más humanos? ¿no son los sentimientos que, de alguna manera, han colaborado para conseguir perpetuar nuestra especie?

— Pero es sólo una niña... No creo que sea muy bueno para ella eso que estás proponiendo — murmuró.

— También es una niña para unirse al ejercicio, Marie — sus cejas casi se unen en una expresión fruncida.

Helena miraba atentamente la cara de sus padres discutiendo delante de sus narices. Lo cierto era que muchos de los reclutas de la escuela militar no eran mucho más mayores que ella, por lo que no terminaba de entender qué era lo que la hacia diferente al resto. En un último arrebato de valentía decidió hacerle frente a su padre.

— Comandante Pixis — llamó la atención del casi anciano — Sé que es una decisión que no debe tomarse a la ligera, pero algo me dice que yo he nacido para esto, que mi misión está junto a la milicia — mantuvo la mirada firme y una postura erguida — No sé si sea mi instinto o un capricho de niña tonta, pero déjeme que lo descubra por mi cuenta.

Alas de libertad [Levi Ackerman x OC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora