Capítulo cincuenta y seis

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Hacía tiempo que tenía pensado cada uno de los sitios de Barcelona que quería enseñarle a Natalia y, en medio de la tormenta, cargada de incertidumbre por si volvería algún día o no, se limitaba a recorrer las calles.

Hacía una foto de todo lo que llamaba su atención y la almacenaba en la memoria de su móvil, en la carpeta 'para Nat' que había creado para no perderlas, y a la espera de poder enviárselas algún día y contarle como olían las calles, lo bien que le trataban por allí y lo feliz que estaba de haber aceptado la propuesta de Sabela.

Pero parecía que tenía la suerte de su lado, cuando aquella mañana de enero recorría esos rincones tirando de su mano para que no se detuviera de más porque no les daría tiempo de verlo todo.

-Mira, esto es La Casa Batlló, es uno de los edificios diseñados por Gaudí. - Le dijo emocionada mirando hacia la fachada. - Si te fijas, puedes ver que está hecha de calaveras, que son los balcones, y los huesos, los pilares.

La morena observaba boquiabierta todo lo que le enseñaba y no podía evitar estremecerse allí, viviendo lo que a ella le habría gustado vivir en Pamplona pero que no tuvo oportunidad.

Se dejó guiar por la rubia que hablaba por los codos y rápido, cargada de una emoción que no pasó desapercibida para la más alta, que en más de una ocasión, tuvo que aminorar el paso para secarse las lágrimas que le caían a traición por las mejillas.

Ni ella misma entendía porque estaba así, si desde que se habían besado de nuevo, se le había borrado la pena de un plumazo, o de un besazo más bien.

Siguió los pasos de la rubia que dejaba caricias en sus manos entrelazadas, como si no tuviera suficiente con aquel contacto inocente. Y escuchó atentamente todo lo que le contaba.

En los segundos de tregua que le daban los semáforos, aprovechaba para mirarle como si esa rubia de metro sesenta, fuera uno de los monumentos más impresionantes de toda la ciudad.

Y Alba, que estaba concentrada en no perderse detalle del rostro de la más alta, por si todo se volvía a torcer, no se dio cuenta de los suspiros frustrados que se le escapaban a la morena cuando tenía que dejar de mirarle por tener que prestar atención al resto de la humanidad.

- ¿Qué haces esta tarde? - Rompió el silencio Alba mientras entraban en la boca de metro.

-Creo que he venido a Barcelona a ayudar a Sabela con la galería. - Dijo divertida. - ¿Tú a qué hora tienes el tren? - Preguntó con la boca pequeña.

-Después de comer, creo. - Se encogió de hombros y le entregó su tarjeta de metro para que pudiera pasar también. - Venga, vamos que no llegamos.

Sin dudarlo, porque ya habían perdido mucho tiempo, volvió a buscar su mano y tiró de ella para correr hasta la siguiente línea que tendrían que tomar para ir al siguiente destino.

Corrían por aquellos pasillos como si les fuera el alma en ello, llamando la atención del resto que pasaba alrededor por sus carcajadas al verse así.

Y porque si no se reían en voz alta, sentían que les iba a explotar el pecho.

Tal y como Alba esperaba, llegaron al tren por los pelos y, ocuparon una de las esquinas libres junto a la puerta, quedando una frente a la otra.

-Hola. - Dijo con una sonrisa pequeña Alba en cuanto vio a la más alta demasiado cerca. - ¿Qué tal?

La morena bajó la mirada a la boca de la rubia, logrando que boqueara como un pez en aquel vagón de metro, apoyada en la pared, buscando un poco de equilibrio.

-Muy bien, ¿y tú? - Respondió sincera la morena sin dejar de mirar los ahora húmedos, labios de la rubia.

-De puta madre. - Respondió con un hilo de voz y suspiró resignada. - ¿Del uno al diez... cuánto de bien que te bese ahora?

Aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora