Prólogo

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—Lo siento.

—Cariño, no fue tu culpa.

La señora Ji Hye-mi, esposa de Lee Beom-soo, lleva en su vientre mellizos que no son de él.  Esa vez fue la última que trabajaba un turno nocturno en el mercado. Gente peligrosa ronda los pasillos a esas horas. Y ni un gastado dólar valía el sufrimiento que tuvo que pasar. Ahora, tienen que lidiar con las vidas que ella carga dentro de sí.

—La señora de la verdulería al lado de mi puesto me contó de una mujer que hace...

—¿Y si te pierdo?

Hye-mi sonríe tristemente. Acomoda su cuerpo pesado sobre el sofá y abraza su abdomen levemente hinchado.

—¿Cómo vamos a mantener a dos niños? Apenas podemos vivir nosotros.

—No voy a dejar que una mujer ignorante te apuñale el útero con las agujas que después usa para coser suéteres a sus propios nietos, Hyennie. Fin de la discusión— toma asiento al lado de ella. Agarra su menton y le deja un beso en la frente—. Ya pensaremos en algo.

Beom–soo la acobija entre sus brazos.

—Uno— dice ella—. Los mellizos nunca salen iguales, uno siempre es más delicado que el otro. Nos quedemos con el bebé débil, y el más fuerte lo demos en adopción.

—¿Qué dices?— la mira.

—Porque es el más fuerte, también será el de mayor bravura y podrá salir adelante por su cuenta.

—¿Y qué pasa si no sale como esperas?

Ella hace contacto visual con sus ojos apagados.

—Hay que tener fe de que así será.

—Pero estuvieron tanto tiempo juntos y separarlos de repente...no quiero imaginar la soledad que van a atravesar.

—Si el destino lo quiere, se van a reencontrar...aunque sea de la peor forma posible.

Siete meses después nacieron prematuros dos bebés unidos por los contados de su abdomen. El más grande pesaba tres kilos con quinientos gramos y el pequeño apenas llegaba a los dos kilos. Tenía el mismo tamaño que una botella de gaseosa, de esas de un litro. Fue un milagro que no muriera durante el parto y que sobreviviera hasta que ambos estuvieron lo suficientemente desarrollados para operarlos.

El bebé Donghyuck tenía uñas largas. Arañaba a las enfermeras que querían cargarlo en brazos, a su madre cuando le daba el pecho y a su padre cuando le acercaba la mano. Al único que no lastimó fue al bebé Mark. Este diminuto neonato no tenía voz ni para llorar. Era imposible saber si tenía hambre o si había ensuciado el pañal.

Pero Donghyuck lloraba por él cuando Mark lo necesitaba. Era mágico.

Donghyuck fue adoptado por una familia surcoreana unos meses después. Mark se quedó en Estados Unidos con sus padres. Y a pesar del vínculo extraordinario, se hicieron grandes y ninguno de los dos recordaba al otro.

Hasta que el destino decidió que la peor forma posible era la mejor manera de reencontrar a los hermanos Lee.

Worldwide Bond [YuMark/RenHyuck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora