Capítulo III.

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El sol aún no salía, pero en una noche así, no había sueño que valiese la pena.

La pequeña peli plateada se encontraba inquieta, paseando de aquí para allá dentro de la cabaña, rascándose tras las pequeñas orejitas de perro, estornudando con ternura, intentando oír lo que decían las personas del exterior con la mayor claridad posible.

Si, pobrecitos...

Esto no será nada bueno...

Justo cuando se encontraba recostada, a poco de dormir, un grupo de hombres llegaron a la aldea y, aparentemente, sus padres venían con ellos. Por lo que la preocupación no le permitió volver a la cama.

—¿Qué ocurre?... ¿qué ocurre?... —susurraba con angustia, mientras se paseaba con insistencia de esquina a esquina.

—¿Qué vamos a hacer, Yang? —Le preguntó la joven pelinegra al azabache, sumamente angustiada.

Ambos se encontraban a los pies de una larga escalera, a unos metros de la cabaña en la que sabían, su hermanita esperaba noticias.

—No lo sé... —respondió él a penas.

—¿Qu-Qué le diremos a Inna, si...?

—¡No, ni siquiera pienses en ello! ¡Debemos confiar en Kouga!

Sin creer muchos en sus propias palabras, observo el estrellado cielo en un vano intento por ser fuerte. Pero... ¿cómo?


POV. Inuyasha.

Era un tranquilo domingo de ocio, o por lo menos eso creí.

—¡Inuyasha! —Me llamó Kagome, desde dentro de la casa.

Me hallaba recostado sobre el césped del jardín trasero, disfrutando el escaso calor que quedaba en el aire.

—¡Inuyasha! —insistió.

—¿Qué quieres, bruja? —respondí, logrando que el desánimo se filtrara en mi voz.

La verdad es que luego de una agitada semana de clases y deberes, los quehaceres de la casa no eran del todo llamativos. Su figura se asomó por las puertas traseras, y pronto estuvo junto a mi, bloqueando el agradable calor del sol.

—¡¿Cómo que "qué quiero"?! ¡Que me ayudes, sabiondo!

El suave golpe que me dio con su pequeño pie, estuvo a punto de hacerme estallar en risas. A duras penas me contuve.

—¡No estoy! —gimotee, para luego girarme boca abajo con rapidez, soltando un suspiro.

—¡Vamos! ¡No me puedes dejar sola con todo! —berreo.

Su pie volvió al ataque, solo que esa vez aplastando mi torso con su escaso peso.

—¡Hey! —Me queje, conteniendo una carcajada—. ¡No soy tapete!

—¡Ayúdame! —gritó molesta, antes de que sus pasos resonaran sobre el césped, alejándose.

Rezongando, me puse de pie con un salto y le seguí hacia la cocina. A cinco años de vivir juntos, y a pesar de nuestra edad, se podía decir que parecíamos una verdadera pareja de "casados". Su afortunado esposo...

Sacudí la cabeza intentando apartar el tonto pensamiento. Para ella siempre seriamos primos.

—No te quedes ahí parado. —Me habló nuevamente, sacándome de mi auto-regaño.

A su orden.

Sonriendo, me senté en la silla más cercana de la mesa de desayuno. Cuando ella volteo, alzo una ceja interrogante, fulminándome con su preciosa mirada chocolate.

Volver a vivir (Inuyasha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora