Sueño

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–Tienes que comer un poco más –le suplique sosteniendo la cuchara de comida frente a él. Hacia una semana ya no levantaba la mano derecha.

–Ya no quiero –suspiro tomando aire –no me sabe a nada, quiero comer otra cosa.

–¿Qué cosa? –deje caer la cuchara en el cuenco de comida. La papilla que comía  se salpicó en el cuenco.

–Cualquier otra cosa, ya no quiero comer más papillas y puré –me sonrío y volvió a suspirar por aire –no te enojes conmigo.

–No me enojó Rei –sostuve sus dos manos y acaricie estas. Podía ser que no las moviera pero aún había sensación ahí –solo, me preocupa que no quieras seguir tu dieta... también me preocupa que...

–No quiero hablar de nuevo de la operación –miro hacia otro lado, me evitaba –ya dije lo que quería hacer.

Su decisión había sido clara. Nos lo dejo claro a su familia, al doctor y a mi: no quería la traqueotomía. No quería conectarse a un respirador artificial.

Volvió a suspirar por aire.

–Akira –solte sus manos y tomé su rostro entre mis manos –sigue pensándolo, por favor.

–Esta bien –sonrío un poco y mordió ligeramente su labio inferior.

Sabia que mentía. Pero sabía que no podía obligarlo a hacer algo que no quería.

–Te quiero... –bese su frente y me dirigí al fregadero con el plato de comida en mis manos ¿Qué podía hacer por Reita?

Será que de verdad estábamos agotando todo lo que nos quedaba. Realmente era muy malo que Akira no quisiera usar un respirador artificial ¿quizá era yo el egoísta? No lo sabía.

–También te quiero.

Recibí de su boca con su voz lenta y a penas audible. Los músculos de su boca estaban comenzando a dejar de funcionar, todo había sido más rápido de lo que parecía. Habían pasado casi 5 años desde el momento en que supo que tenía la enfermedad.

Había investigado mucho sobre pacientes de ELA y el tiempo que habían vivido. Había muchos casos esperanzadores y una media de 3 a 5 años de muerte.

Y Reita. Podía vivir aún más.

Cierto, sus piernas ya no lo sostenían. Su brazo izquierdo ya no se levantaba y la mano derecha tenía una semana sin  moverse. Los músculos de su cara estaban próximos a dejar de funcionar: su habla y su alimentación estaban siendo perjudicadas.

Y sus pulmones.

La neumonía. La asfixia.

–¿Aoi?

Volví a mirarlo fijamente y él sonreía un poco.

–¿Podemos ir al parque? Quiero ver las flores de cerezos.

Sonreí ligeramente y asenti.

Ya no podía ¿Quién de los dos ya no podía?

***

–¿Recuerdas nuestra primera cita? –me preguntó una vez en el parque. Estaba sentado en una banca mientra le ofrecía un poco de jugo con una pajilla.

–Claro que la recuerdo, vinimos a este parque a comer pan y leche –reí a carcajadas, él también se rió un poco. Su risa –fue la cita más mala que he tenido.

–Y a pesar de eso, nos hicimos esposos –dijo entre risas, aunque ahora su risa parecía necesitar aire –¿sigues sin arrepentirte?

Devuelveme el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora