IV

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Ahora me hallaba sola conmigo misma. Sola sin saber qué hacer. ¿Cómo vería a Frank? ¿Y si el trato era solo una broma de mal gusto? Y entonces consideré la idea. Me gustaría que hubiera sido una broma, porque ahora no estoy tan segura de querer entregar mi alma. Pero aun así, si me aseguraban que vería a Frank, lo volvería a hacer sin arrepentirme.

Al notar que estaba parada sin hacer nada, comencé a caminar. Estaba nuevamente en busca de alguien que supiera como encontrar a mi prometido. Seguí recorriendo en silencio el vacío cementerio, cuando encontré en el suelo un papel con la publicidad de una medium… ¿será verdad? Bueno, eso sería fácil de demostrar. Si podía verme a mí, que estoy muerta, podría ayudarme con Frank.

Miré bien la dirección y la memoricé. No quedaba tan lejos, así que comencé a caminar desganadamente hacia ese lugar. Luego de aquel pacto, se me había ido el entusiasmo por todo. Por todo a excepción de ver a Frank. ¿Por qué era tan difícil?

Casi sin darme cuenta, me encontraba en la puerta de la casa de esta mujer. Ni me moleste en intentar hacer que me abriera. Solo la atravesé y busque a la medium dentro de la casa. Recorrí algunas habitaciones, hasta que la encontré en lo que supongo era su pieza, ordenando el ropero. Me quedé parada a un paso de la puerta, mirándola, hasta que ella noto que no estaba sola. Y se dio vuelta.

—vaya vaya… una nueva. —se dijo en tanto me vio. —vení, acercate —me dedicó una sonrisa. —soy Beatrice, y puedo ayudarte. ¿Estás buscando el camino al descanso?

La miré confundida. ¿De que hablaba? Pero aun así, me acerqué a ella. Le pediría ayuda, aunque no sé si puede oírme.

—yo…

Caminé hacia su cama, donde ella se había sentado. Me acomodé al lado de ella, aun sin saber por dónde comenzar. Beatrice me analizó con la mirada. Sus ojos se abrieron en lo que pareció ser sorpresa. Continuó observándome por unos segundos. Yo seguía sin saber que decir, hasta que finalmente hablo.

— ¿Cómo es?

Fruncí el ceño. No entendía de qué me hablaba.

—… ¿Cómo es Él?

— ¿Cómo es quién? —pregunté finalmente confundida.

—Él. El Rey de las Profundidades. —mencionó con profundo respeto. Cosa que me llenó de miedo. —Además… ¿Por qué cerraste trato con él? Vamos, habla.

La miré sorprendida. ¿Cómo sabia eso?

— ¿Quién te dijo que hice eso? —inquirí con la voz más temblorosa de lo normal.

— ¿Qué quién me dijo? Tu rostro. A la gente que determina pactos de ese tipo se le nota en la cara.

—oh…

—No deberías haberlo hecho ¿Sabes?

—No. ¿Por qué?

—No vas a salir beneficiada bajo ningún aspecto. Jamás. Además, se va a quedar con tu alma. Ya estas determinada a pasar el resto de tu infinita existencia en el inframundo.

— ¿Qué? ¿Pero y Frank?

— ¿Quién es Frank?

Así comenzó una larga charla, para la cual, Beatrice estaba dispuesta a escuchar. Una vez ya comprendida mi historia y mis motivos, pasó a explicarme algunas cosas sobre mi “nueva vida”. Me aclaró que es cierto que cuando alguien muere, su alma abandona su cuerpo. Pero yo, era mi alma. La gente viva normal no podía verme a mí ni a los demás muertos porque ellos pueden ver “cuerpos”, no “almas”, por lo tanto ningún otro ser vivo notaria mi presencia, a menos que sea otro medium, o alguien con mayor sensibilidad. Por otro lado, las almas post-mortem se separan en dos clases. Los de nivel alto y los de nivel bajo. Los del nivel alto eran personas que morían debido a enfermedades o accidentes; es decir, que no tenían intención de morir. Estos podían comunicarse cada cuanto quisieran con los seres vivos, aunque siempre con un límite de restricción.  Y los de nivel bajo, eran personas que se suicidaban o pedían a otros que los mataran; es decir, que decidían cuando terminar con sus días. Estas dos clases no podían mezclarse, es por eso que no podría interactuar jamás con alguien de clase alta al ser yo clase baja. A todas las almas que vi y les hable, eran suicidas. Y mi prometido no entraba en esa categoría. Era por eso que yo no volvería a ver jamás a Frank. Al momento en que me di cuenta de eso, sentí como si me estuvieran clavando una daga en el corazón. Pero esto era peor, ya que esa daga jamás saldría de allí. Porque yo nunca podría transformarme de categoría, y tampoco podría terminar con mis días, porque ya estaba muerta. Ahora solo podía esperar a pasar la eternidad. Cosa que no terminaría jamás.

Agonía eterna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora