La Piedra de Rosetta del universo

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Algunas escrituras antiguas nunca han podido ser descifradas.
Sonia Betancourt.

Los 67.425 signos del texto extrasolar encontrado en las ruinas del planeta Karachi, en la estrella Epsilon Indi A, continuaban sin poder ser descifrados. De algún modo, todos empezábamos a pensar que nunca serían entendidos, como tantas otras inscripciones misteriosas de otras civilizaciones perdidas. A Sonia Betancourt le gustaba hablarme del llamado disco de Festos, un disco de arcilla muy antiguo encontrado en la isla de Creta en la Tierra con unas inscripciones que resistían cualquier intento de desciframiento.

Unos meses después de la fallida conferencia que habíamos organizado, nuestra decepción se tornó en esperanza cuando fue propuesto un análisis hasta ahora no intentado. Y esta vez la nueva sugerencia parecía avanzar en la dirección correcta. Una publicación deslumbró a toda la comunidad científica. Su autor era el matemático portugués Nuno Almeida, de la Universidad de Porto. Buscando algo similar a esos cartuchos en los que los jeroglíficos egipcios mostraban los nombres de sus faraones —y que fue una de las bases de su desciframiento—, Nuno se había concentrado en analizar algunos grupos de símbolos que se repetían a menudo. En ellos aparecían siempre diversas combinaciones de siete signos distintos. Solo siete. Nuno, al identificar estos siete signos como números, encontró que podía interpretar numerosas expresiones aritméticas de carácter básico. Los números parecían estar expresados en un sistema posicional de base siete.

Podía ser el camino a seguir. Sin embargo, no convenció a todos. La base siete era sorprendente. El ser humano suele utilizar sus extremidades para contar y por ello emplea la base decimal (porque tenemos diez dedos en las manos), o también la base veinte como hacían los mayas (porque contaban con los dedos de las manos y los pies). Cuando menos, eran casi siempre bases pares y raramente impares: bases dos, diez, veinte y sesenta (como la de los sumerios) están documentadas en distintas civilizaciones humanas. De cualquier forma, alguien apuntó que algunas civilizaciones terrestres habían usado sistemas base cinco: el número de los dedos de una mano.

¿Qué clase de ser vivo podía relacionarse con la extraña base siete?

La abundancia en la Tierra de bases pares era debida a que los seres humanos, como todos los mamíferos, tienen simetría bilateral (una parte derecha simétrica con una parte izquierda y viceversa) y que otros animales podrían contar con simetrías distintas, como las estrellas de mar que, además de la bilateral, presentan también la simetría pentarradial al contar con cinco brazos.

Y la cosa quedó así hasta que el filósofo argentino Rubén Ramos sugirió que existía un signo en el texto que era un punto del que salían siete líneas rectas, algo así como siete brazos emergiendo de un organismo. No había otros signos similares con menos o más «brazos»; siempre eran siete. Era alucinante. Se denominó a este símbolo «el signo del alien». Aquello nos impresionó mucho porque, si era un pictograma, podía representar la tosca imagen de un ser inteligente extrasolar.

Por supuesto (¡faltaría más!), los europanos se lanzaron a decir que ese signo no era una estrella de mar extrasolar de siete brazos, ni ningún otro tipo de equinodermo, sino más bien un cefalópodo con siete tentáculos... Es más, Sam [Silbido Largo], el Sembrador de Titania, planteó que el medio en el que vivían aquellos misteriosos seres extrasolares era acuático y que las ruinas de Karachi no eran otra cosa que ciudades submarinas en el fondo del mar de un antiguo mundo oceánico. La evidencia de ruinas de puertos e incluso barcos, así como la presencia evidente de ciudades en continentes no permitió que el original planteamiento fuera desechado porque en los lechos secos de los antiguos mares se encontraron lo que parecían asentamientos bajo el mar...

El expansionismo europano no cabía en sí de gozo. Junto a las ciudades terrestres aparecían otras bajo el mar, como las de Europa y Encélado. Quizá estos seres eran anfibios o eran terrestres que convivían con otra raza marina. No se sabía.

Si algo quedó claro fue que, de alguna manera, de algún extraño modo, el siete tenía que ser algo relevante en esta civilización.

Sea como fuere, poco a poco, fue calando en el pensamiento de todos la idea de que esta escritura alucinante no era la habitualmente utilizada por la civilización de Karachi; más bien se estaba intentando leer una escritura diseñada para que fuera leída por otras civilizaciones: ¿era aquello un mensaje dejado para que pudiéramos descifrarlo con nuestros escasos medios?, ¿quizás el testamento póstumo de una civilización perdida?

Y si era así, la ciencia parecía ser el lenguaje que habían elegido para comunicarse con nosotros, porque la Ciencia era lo que teníamos en común con ellos. Habíamos encontrado la clave.

La ciencia era nuestra Piedra de Rosetta.

Teníamos nuestra Piedra de Rosetta, pero, por desgracia, carecíamos de un Champollion que nos ayudase a interpretarla. Los prometedores avances del primer año de estudio se frenaron de forma brusca. Una enorme comunidad de expertos compuesta de arqueólogos, epigrafistas, filólogos, informáticos neuroelectrónicos, expertos en inteligencia artificial, estadísticos y matemáticos trabajaron con ahínco, pero no se progresaba. Quizás había algo obvio que estábamos pasando por alto, quizás las primeras asunciones realizadas eran erróneas. Nadie lo sabía.

Fue entonces cuando se comprendió que solo había una salida posible.

Estábamos ante un desafío digno de MENTE.

Exoplanetas y Contacto (FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora