Capítulo I

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Un año antes...

New York, Wall Street

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Silencio era lo que predominaba. El pesado ambiente que rodeaba la sala, hacía que nadie se atreviera a hablar.

El gran salón estaba sumido en oscuridad, de no ser por el gigante candelabro colgando desde el techo que iluminaba gran parte de la silenciosa sala; rodeaba y decorada de terciopelo. Tenía un estilo antiguo con remodelaciones modernas.
Muy bella y agradable a la vista; pero la belleza de aquel salón, no parecía importarle en lo más mínimo a los presentes de la reunión.

—Bartolo... Yo...

Las palabras del hombre anciano se ahogaron en su boca. Sus pobladas cejas formaban un perfecto arco de preocupación.
Tomó el pañuelo de la chaqueta de su traje, y se limpió el sudor de la cara con movimientos torpes de sus dedos.

—Bartolo... Juro que yo...

—¡¡Silencio!! – gritó otro desde el otro extremo con un fuerte golpe a la mesa.

Bartolomeo Gallaghan miraba con total desdén al hombre nervioso. Su semblante dominante y su avanzada edad solo dejaba temor en los demás.

Unos cortos segundos pasaron y el señor Bartolomeo parecío calmarse. Un seco suspiro abandonó su boca mientras se masajeaba la sien.
Se aflojó la corbata y se dispuso a soltar los botones de los externos de su camisa.

La expresión calmada con la que se comportaba dejaba a los demás presentes atemorizados ante lo que podría hacer.

—No jures frente a mí, Lombardo. – comentó con una voz grave.

Bartolomeo no levantó la vista ante sus secas palabras. Sus manos adornadas con anillos enormes, se entretenían limpiando las arrugas de su chaqueta.

Era un desprecio notorio para los presentes, pero nadie reclamaba nada. Los 5 hombres sentados en la mesa se quedaron mudos al escuchar la respuesta del señor Bartolomeo.

—Te lo advertí. – lo señaló con su dedo en un vago gesto –. Te dije que seas muy cauteloso con tu muchacho. Pero mira ahora – extendió ambos brazos como si señalara a su alrededor –, todos reunidos aquí y no por buenas noticias exactamente...

La dureza de sus últimas palabras hizo un eco en el cuerpo de cada individuo presente.

El señor Bartolomeo sacó un puro de su chaqueta y lo colocó en sus labios a la espera de que uno de sus guardias lo prendiera.
Con rapidez, su guardia más cercano extendió el encendedor, logrando prender el puro cubano de su jefe.

El humo abandonaba la boca del señor Bartolomeo, dio un par de caladas y cogió el habano con su manos.

—Señores, les diré el motivo de esta reunión. – dijo, expulsando el humo de sus pulmones –. El señor Álvaro Lombardo, perteneciente a la familia “Lombardi” aquí presente. Ha cometido desacato ante la alianza de paz, arremetiendo contra las principales reglas de nostra famiglia.

El señor Lombardo no paraba de sudar ante las palabras de su adversario.

—La intención de tu muchacho es admirable. – mencionó Bartolomeo, ahogando una risa –. Sabiendo las consecuencias, logró ejecutar todo casi a la perfección.

Déjame Amarte | ASP #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora