Capítulo VI

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Escuela Privada de Connecticut

9 años atrás...

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—Joven Gallaghan... – llamó el maestro por segunda vez, echando humos por las orejas.

El repetitivo sonido de su zapato chocando contra el suelo, daba señal que estaba impaciente e irritado. Tal vez era porque uno de sus alumnos estaba placenteramente dormido en su asiento sin prestar atención desde hace una hora.

—¡Joven Gallaghan! – repitió por tercera vez a punto de reventar.

Los estudiantes alrededor empezaron a susurrar entre risillas por el gesto endurecido del maestro a punto de tornarse rojo.

Pero a todo esto, el protagonista del espectáculo seguía dormido sobre la mesa de su asiento, solo limitándose a cambiar de posición sus brazos por la incomodidad, acompañado de un bostezo. La sudadera negra que portaba le cubría del frío con excelencia y algunos cabellos castaños se escapaban de la capucha por lo largo de estos.

Se rasco la cabeza sonámbulo sin prestarle atención a su alrededor.

Sus compañeros atrás de él se empezaron a reír por su pesado sueño. 

—¡Despierta, ricitos de oro! – le gritó uno del grupo, con clara ascendencia asiatica, al momento de patearle la parte baja de su asiento.

El joven de bellos ojos verdes se levantó de golpe y giró su cuerpo en dirección al ocasionante de su martirico despertar. Su mirada transmitía enojo que no dudo en demostrarlo.

—¡¿Qué mierda te pasa, ojos de alcancía?! – gritó enfurecido, frotándose los ojos.

—Ey, rubiesita. – le contestó antes de que se pusiera de pie y lo muela a golpes –. El maestro te está llamando, idiota. No me vengas a echar tu mierda encima.

El joven de sudadera negra chasqueó la lengua con molestia y se quitó la capucha para peinar sus largos cabellos que estaban a punto de llegarle al cuello. Levantó su vista con flojera y chocó miradas con su irritado maestro.

—¿Qué? – preguntó desafiante al verlo de tal modo.

El maestro se hartó, tomó la regla del tamaño de un palo de escoba, y se arremangó las mangas de su camisa blanca para decirle todas sus verdades. Señaló al joven de arrogante semblante y le grito:

—¡Daymon Gallaghan, levántate en este preciso momento! – vociferó para toda la clase.

Daymon ladeó su cabeza con fastidio, y con un suspiro de molestia, se levantó de su asiento.
Toda la clase intercambió algunos susurros cuando el joven de pesado semblante se levantó, porque al hacerlo, fácilmente llegaba al techo del aula. No era una sorpresa que algunas de las estudiantes miraban de forma provocativa al gigante con claros ojos.

—Suéltelo rápido... – mencionó Daymon aburrido, rascándose la nuca.

El maestro apretó los dientes y se acercó con regla en mano, pasando por entre medio de los asientos hasta quedar frente a él. Se posicionó con enfado, pero tuvo que levantar la vista porque su rebelde estudiante le ganaba por una cabeza y más.

—¡¿Acaso por tener una estatura más alta que el promedio lo hace creer superior a los demás?! – exclamó enojado, señalándolo con la regla.

Daymon apartó la mirada con un chasquido de su lengua. El profesor notó ese gesto y estaba a punto de sacar canas verdes.

Déjame Amarte | ASP #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora