Capítulo IV

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El espantoso ruido de las turbinas del avión eran tan molesto que Victoria se tuvo que tapar los oídos con ambas manos.

—¡¿A dónde se fue a mudar que tengo que subir a un jet?! – preguntó alzando la voz.

El señor de avanzanda edad, de tez oscura y aparentemente calvo, la miró con sus ojos oscuros sin saber que responder y sólo se encogió de hombros.

—¡Lo entenderá cuando suba!

El pastizal a su alrededor se mantenía curvado por los fuertes vientos que expulsaba la aeronave.

Victoria pensaba que la iban a recoger en auto, pero se llevó una gran sorpresa cuando alguien la cito en un aeródromo y con solo un guardia esperando por ella; que de no haber sido por él y su advertencia de mantenerse agachada, por poco y la pequeña pelinegra salía volando.

—¡¿Pero a dónde vamos?! – preguntó Victoria en voz alta.

—¡Es un lugar cercano! – mencionó el señor frente a ella –. ¡Solo tengo órdenes de escoltar hasta allá! ¡No demorará ni 20 minutos con esta cosa! – señaló atrás de él.

Victoria a regañadienses aceptó y fue guiada por él hasta el pequeño avión.

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Victoria bajó cada escalón del avión agarrándose fuertemente de las barandas de los lados. Sus piernas temblaban por cada que las levantaba.

—¿Segura que se encuentra bien? – preguntó el señor con calvicie, mirándola desde abajo.

La pálida Victoria asintió como si tuviera un tic que le hacía bajar la cabeza repetitivamente.

—Lamento la turbulencia, no nos avisaron que era temporada de patos y que estaban volando por doquier. En verdad, le pido una humilde disculpa por eso.

—Si... Hug. – frenó sus palabras de golpe al sentir su comida digerida volviendo a su boca. Se cubrió su boca con su mano, pero fue una falsa alarma. – So-solo, no diga lo que vio ahí dentro.

—¿Sobre que empezó a rezar e insultar a los patos?, o, ¿sobre qué empezó a recitar sus últimas palabras porque decía que era su tiempo de estar al lado de Dios mientras decía: “la sangre de Cristo tiene poder”?

—Ni-i una de las dos, por favor. – rogó mientras terminaba de bajar los escalones.

Su pie pisó tierra y por fin su angustia desapareció.

—¡Por fin, piso firme! – bociferó al momento de que sus rodillas colisionaban con el suelo –. ¡Oh, señor, gracias!

Victoria no notó la presencia de los demás espectadores, quienes en silencio reprimian sus risas al verla.

Cuando se calmó, levantó la mirada y ahogó su sorpresa, cuando vio a varias personas uniformados como oficinistas, rodeándola.

Sus mejillas se sonrojaron, y de un solo movimiento, se levantó como pudo y se sacudió los restos de tierra en sus rodilla mientras sentía toda la vergüenza del mundo.

—Bue-enos días.

El señor de antes se aclaró la garganta y dijo:

—Según mis órdenes, ellos la llevarán a su verdadero destino. Mi trabajo queda hasta acá porque tengo que llevarla de vuelta.

Un suspiro se escapó de los labios de Victoria pero entendió que en la próxima vez sería con más cuidado.

—Por aquí, por favor. – mencionó alguien a su lado.

Déjame Amarte | ASP #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora