Capítulo Uno

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Capítulo Uno

Desde que había roto con Manon, su amante más duradera, Alfonso Herrera se había vuelto difícil de seducir. Pensaba que el deseo no traía más que complicaciones y enredos emocionales.

Por eso, cuando entró en D'Avion Sydney y los bonitos rostros de las recepcionistas se iluminaron, las sonrisas no le hicieron mella.

–Alfonso Herrera –se presentó él, tendiéndoles una tarjeta–. He venido a ver a Rémy Chénier.

–¿Alfonso Herrera? –preguntó una de las chicas, quedándose petrificada–. ¿De...?

–París. La sede principal –respondió él con una sonrisa–. ¿Puede avisar a Rémy?

La recepcionista miró a sus compañeras. Parecían las tres paralizadas.

–Esto... no está. Lo siento, señor Herrera. Hace días que no lo vemos. No responde las llamadas. No sabemos dónde está. No sabemos nada, ¿verdad? –aseguró la joven, y miró a sus compañeras en busca de confirmación. En un pedazo de papel, anotó una dirección–. Puede intentarlo aquí. Estoy segura de que, si lo encuentra, el señor Chénier se alegrará de verlo.

Alfonso lo dudaba. Su plan era obligar a su primo a dar explicaciones por el desfalco que había sufrido la compañía y, después, retorcerle el cuello.

Lo más probable era que fuera por culpa de una mujer, adivinó Alfonso. Rémy siempre estaba enredado en líos de faldas, aunque nunca con la misma dama.

Era la dirección de un elegante complejo residencial en la costa norte de Sídney. Alfonso llamó al telefonillo dos veces, hasta que alguien respondió con voz ahogada, como si hubiera estado llorando.

–¿Quién es?

–Alfonso Herrera –contestó él–. He venido a ver a Rémy Chénier.

–Ah –dijo la voz de mujer al otro lado del telefonillo, con cierto alivio–. ¿Es del trabajo?

–Sí, soy de D'Avion.

–Pues no está. Gracias a Dios.

Alfonso frunció el ceño.

–¿Pero es esta su casa?

–Antes lo era. Pero ya no está aquí. No sé dónde está ni me importa. No tiene nada que ver conmigo. Yo ya me voy.

Alfonso bajó la vista a un montón de equipaje apilado junto a la entrada.

–Disculpe, señorita. ¿Puede decirme cuándo fue la última vez que lo vio?

–Hace meses. Ayer.

–¿Ayer? ¿Entonces todavía está en Sídney?

–Yo... espero que no. Quizá. No lo sé. Mire... mire, señor, estoy muy ocupada. No puedo...

–Por favor, una última pregunta. ¿Se ha llevado su ropa?

–Mmm –repuso la voz e hizo una pausa–. Digamos que su ropa ha salido de aquí.

Alfonso titubeó, tratando de imaginarse a la interlocutora. Sintió el abrumador deseo de ver el rostro que acompañaba a aquella voz llorosa.

–¿Es usted la novia de Rémy, por casualidad? ¿O la criada?

–Sí. La criada –respondió ella tras un largo silencio.

–Perdone, señorita, ¿pero le importa si subo y hablamos cara a cara? Tengo algunas preg...

El telefonillo se cortó. Alfonso esperó a que se abriera la puerta y, cuando no fue así, volvió a llamar con insistencia. Al final, ella respondió de nuevo.

LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora