Capítulo Cinco

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Capítulo Cinco

Para estar embarazada, Anahí era muy rápida corriendo.

Alfonso nunca había conocido a ninguna mujer tan difícil de capturar. Era absurdo lo difícil que le estaba resultando conquistarla.

Entonces, de pronto, al recordar la última vez que le había pasado lo mismo, se quedó paralizado. No era la primera mujer que lo abandonaba cuando intentaba atarla a él.

Aunque aquello no era lo mismo.

Buscando entre la multitud y el tráfico, Alfonso se maldijo a sí mismo por lo mal que habían salido las cosas. Había sabido que Anahí tenía un estado de ánimo muy volátil. Era normal, en su situación. Lo que no había previsto había sido cómo iba a estar su piso. Esa no era manera de invitar a una mujer a casa.

¿Pero por qué no entendían las mujeres que si obligaban a un hombre a perseguirlas eso solo lo excitaba más? Cuando más corría tras ella, su sangre más se incendiaba con un único objetivo.

Por si no hubiera metido la pata lo bastante todavía, sentía la necesidad primitiva de tomarla cuanto antes. Allí mismo, en la calle. O, al menos, llevarla a su cama y poseerla hasta que ella se rindiera entre gritos de éxtasis.

Al mismo tiempo, sentía el contradictorio impulso de tratarla como si fuera de fina porcelana. Esa mujer lo tenía hecho un lío.

El corazón le latía a cien por hora cuando, al fin, la alcanzó. Al ver cómo la mirada de ella se endurecía al verlo, se encogió. Quiso agarrarla y besarla, deslizar la lengua en su boca hasta que le temblaran las rodillas. Pero, conteniéndose, se limitó a tocarle el brazo.

–Anahí. Por favor. Cálmate.

Ella dejó de correr para caminar deprisa, sin querer parar.

–¿Qué estás haciendo? ¿Adónde vas? –preguntó él con voz tensa, sin aliento–. ¿Por qué corres?

–Voy a regresar...

–¿Por qué? De acuerdo, soy un bastardo, Anahí, pero yo...

Con tanto estrés, Alfonso apenas podía escuchar lo que ella decía y no se dio cuenta de que estaba regresando a su piso.

–... a por mis cosas.

–¿Pero por qué? –inquirió él. Entonces, en medio de la confusión, unos gritos que hacía tiempo que había estado oyendo sin escucharlos, al fin, captaron su atención. Al girarse, reconoció a Louis, el camarero del café, corriendo tras él con las bolsas de las compras.

Aunque Alfonso no tenía ganas de sonreír, reconoció que la escena era bastante cómica. El hombre tenía la cara roja y jadeaba de tanto correr. Él se detuvo y, con alivio, comprobó que Anahí se paraba también, mirando con una sonrisa cortés mientras él le daba a Louis las gracias y algunos euros de propina.

Con las emociones bajo control, siguieron caminando, mientras Alfonso se estrujaba los sesos buscando algo que decir para arreglar las cosas.

–Quizá tenga que explicarme –dijo él con toda la calma de que fue capaz–. No pretendía que lo que dije en el café sonara como sonó. No quería que pensaras que no confío en ti.

–¿No? –repuso ella, lanzándole una mirada de asco.

–Chérie. Hablé sin pensar, me salió del corazón.

–Eso es.

–Pero no me malinterpretes. Intentaba demostrarte por qué tenemos que confiar el uno en el otro. Estamos en el mismo barco tú y yo.

LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora