FINAL

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Capítulo Siete

Mientras desayunaba, Anahí no podía dejar de pensar en la prueba de la amniocentesis. Estaba preocupaba por la salud de su bebé, por los riesgos que podía correr con el test.

Además, la actitud de Alfonso, que estaba dispuesto a que se lo hicieran, a pesar de que había leído el panfleto, había buscado información en internet y había escuchado las palabras de la doctora, decía mucho de él. Todavía no confiaba en ella.

A pesar de todas sus palabras y sus gestos de afecto, Alfonso jamás le había dicho que la amara. Ella, por su parte, había tenido que contenerse en muchas ocasiones para no ponerle en una situación embarazosa confesándole amor eterno.

–He pensado... podíamos darnos una vuelta mañana por algunas tiendas de ropa, para comprar algo que quieras ponerte en la boda.

–No lo creo. Ya te he dicho que me pondré algo de lo que tengo.

Ya habían hecho alguna visita al consejero municipal, que miraba con sospechas su unión. Era importante que eligieran testigos que acreditaran que su relación era genuina y no un mero intento de que Anahí consiguiera la nacionalidad francesa. De hecho, el consejero casi les había obligado a que esos testigos fueran de la familia de Alfonso.

Por otra parte, el que fuera cuñada de Emilie, la prima de Alfonso, ayudaba un poco. Y sería de utilidad que otros miembros de la familia de Alfonso confirmaran su relación.

–Lo siento, pero así son las leyes aquí, chérie. Te dejo a ti elegir a qué dos miembros de mi familia invitar como testigos –le había dicho él.

Aquella mañana, en el desayuno, mientras miraba su agenda electrónica, Alfonso se lo volvió a preguntar.

–¿Has pensando ya en los testigos, chérie? Tenemos que avisarles con algo de antelación.

–No sé quién de tu familia puede tener tiempo para una formalidad tan banal. No será siquiera una celebración. Solo vamos a firmar un contrato.

–Seguro que estarán encantados.

–Bueno... creo que podemos decírselo a tu madre –comentó ella, sin levantar la vista de la tostada–. Aunque, si se lo pedimos a ella, tendremos que pedírselo también a la tía Marise.

–El tío Georges tampoco querrá perdérselo –repuso él, asintiendo–. Es difícil elegir solo a dos. Es posible que mi padre también quisiera venir desde Venecia.

–Supongo que... podríamos invitarlos–dijo ella, sintiendo que la bola se iba haciendo cada vez mayor.

–Solo si tú quieres, claro –repuso él con una enorme sonrisa.

Ella se encogió de hombros, rindiéndose.

–Claro. Invítalos a todos. Y a sus hijos y a sus perros. Pero sabes lo que eso implica, ¿no?

–¿Qué?

–Invitaciones impresas, fotos, flores, banquete... Yo no sé cómo se organizan esas cosas.

–Bueno, yo puedo encargarme de eso. ¿Y Emilie y Neil?

–¿Bromeas? Los gemelos apenas tienen dos meses. Emilie no querrá viajar con ellos y les está dando el pecho, así que no puede separarse de ellos. No, estoy condenada a pasar por el mal trago sola.

–No te deprimas. Al menos, el sábado podemos ir a comprarte un vestido precioso.

–Bueno. Elije el que tú quieras, a mí me da igual.

Después de despedirse de ella con un beso, Alfonso se fue a trabajar y Anahí se quedó en casa, recogiendo y llorando por los rincones.

Era deprimente estar con un hombre que nunca se habría casado con ella si no hubiera estado embarazada. Al menos, si se hacía la prueba, él podía estar seguro de que el bebé era suyo y la miraría de otra manera. Tal vez.

LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora