Capítulo Tres

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Capítulo Tres

A la mañana siguiente, Anahí se levantó con el estómago revuelto. Era normal, teniendo en cuenta el día que tenía por delante.

Alfonso Herrera estaría en su terreno, mirándola con desprecio, volcando en ella todos sus prejuicios. Y tan sexy como lo recordaba.

Se vistió despacio para contener una embriagadora sensación de náusea. Emilie le había prestado un precioso traje de chaqueta negro de seda. Tuvo que contener el aliento para cerrarse la cremallera pero, al menos, el conjunto le resaltaba las curvas, sobre todo los pechos.

Con unas delicadas medias negras y tacones altos, se miró al espejo satisfecha. Estaba más elegante de lo que había estado nunca.

Solo le faltaba el sombrero. Em le había prestado uno negro de ala ancha con una rosa negra de terciopelo.

Después de colocárselo sobre un sencillo moño francés, tuvo la impresión de ir disfrazada. Ninguno de sus amigos la habría reconocido. Quizá, ni siquiera Alfonso la reconocería.

A pesar de que se había maquillado, la cara seguía notándosele tensa. Tenía el estómago tan revuelto que ni siquiera consideró la posibilidad de desayunar.

Enseguida, llegó el temido momento. Con la boca seca, Anahí bajó al vestíbulo y pidió al conserje que le llamara un taxi.

Con los pies pisando un freno imaginario en el suelo del taxi, Anahí fue conducida a través de las puertas del cementerio. Al final de un camino rodeado de lápidas, se detuvo delante de una capilla.

Delante había congregado un pequeño grupo de gente, todos de negro. De entre todos ellos, destacaba Alfonso. Estaba un poco alejado de los demás, con gesto solemne e inaccesible.

Al oír el sonido de las ruedas en la grava del camino, Alfonso se giró hacia el coche. Afiló la mirada, tratando de ver al ocupante del taxi. La curva del cuello y la mejilla que vislumbró debajo de un amplio sombrero parecía pertenecer a una mujer joven y muy femenina.

Anahí salió, dudando que sus piernas fueran capaces de sostenerla. Cuando el taxi la dejó sola delante de la capilla de piedra, todas las miradas se posaron en ella.

De pronto, sintió que Alfonso la reconocía. Él se quedó mirándola con intensidad unos momentos. Y comenzó a acercarse.

Con el corazón acelerado, Anahí estaba clavada en el sitio. Alfonso tenía un aspecto poderoso y autocrático, con el rostro serio y ceñudo. Trató de no enfocar la atención en su boca y no recordar lo que había sentido con sus besos, pero no pudo evitarlo.

–Anahí –saludó él y le dio dos besos en las mejillas.

Ella se había preparado para ese momento. Se había prometido a sí misma no dejar que la rozara. Sin embargo, a la hora de la verdad...

–Bonjour –saludó ella con voz temblorosa. De forma inexplicable, los ojos se le llenaron de lágrimas y sintió la urgencia de agarrarse a las solapas de su interlocutor.

–Siento tu pérdida –dijo él con voz suave.

–Oh. Ah, sí. Gracias. Lo sé. Es horrible, ¿verdad? Lo mismo digo.

Alfonso la observó con un brillo dorado en los ojos. Tal vez estaría buscando los restos del moretón, pensó ella.

–Debes de estar desolada.

¿Lo decía en serio? ¿Se estaba burlando?

–No esperaba... –continuó él–. ¿Cuándo has llegado? ¿Por qué no avisaste? ¿Con quién has venido? ¿Dónde te quedas a dormir?

LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora