Capítulo Seis

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Capítulo Seis

–Estás muy callada –comentó él cuando estaban cruzando el Sena en dirección a la casa de Laraine–. ¿Te sientes bien?

–Sí. Me siento genial. Solo estaba pensando. Eso es todo.

Anahí estaba pensando en que era una idiota. Había caído en su propia trampa. No quería que le hicieran esa espantosa prueba a menos que el médico la recomendara.

Le estaba bien empleado por proponerlo. Si un hombre no estaba enamorado, no podía hacerse nada para cambiarlo.

Al menos, Alfonso no la engañaba. Ella debería estar contenta de que no le jurara amor eterno cuando, en realidad, él no lo sentía.

Mareada, se dio cuenta de que, si no se hacía la prueba, Alfonso asumiría que sería por miedo del resultado.

–Puede que no sea buen momento para ir a comer después de una mañana tan agotadora –comentó él–. Pero, en un día normal, yo estaría en el trabajo. No estoy seguro de que estés preparada para visitar a mi madre sola. ¿Qué opinas?

Anahí le lanzó una rápida mirada. ¿Visitar a su madre sola? ¿Acaso había comido setas alucinógenas?

–Puede que tengas razón –fue todo lo que respondió ella, aunque por dentro su cabeza no dejaba de hacerse preguntas, nerviosa. ¿Era eso lo que le esperaba? ¿Quería Alfonso que hiciera visitas de forma regular a su madre? Por otra parte, su relación no estaba demasiado clara. Ella no era su prometida. Quizá, fuera una amiga sin más.

–¿Qué soy yo?

–¿Cómo?

–¿Cómo explico a tu familia mi relación contigo? Es difícil... saber qué lugar ocupo. ¿Soy una amiga de la familia?

–Claro que eres una amiga. Eres mi... –dijo él, también con problemas para encontrar la palabra exacta–. No te preocupes. Todo es más fácil de lo que parece.

Después de quedar en ridículo dos veces delante de su familia, Anahí lo dudaba. Tendría que conseguir algo increíble, como salvar a Francia de una invasión o resucitar a Napoleón, para corregir la impresión que les había causado.

–¿Qué es lo que sabe tu madre exactamente? –inquirió ella.

–No sabe nada. O... –replicó él pero, arqueando las cejas, sonrió y añadió–: O puede que lo sepa todo. Es una madre.

Genial.

–Míralo de esta manera. Mientras estás en París, te viene bien conocer gente. Cuando yo esté en la oficina todo el día, necesitarás tener amigos con quien hablar. Algunas personas tienen muchas ganas de conocerte.

Anahí rio. Aquel hombre era un primor. Al menos, se preocupaba por su soledad. Y parecía emocionado por el bebé.

Por suerte, su visita fue menos difícil de lo que había pensado. Los esfuerzos que había hecho el día anterior para dejar claro que no era la mujer de Rémy dieron sus frutos. No había ninguna urna con cenizas a la vista y todos los reunidos a comer la trataron con exquisito cuidado.

Anahí intentó mostrarse normal, feliz. La verdad era que, tras su visita al médico, se sentía feliz en el fondo de su corazón. Alfonso y ella compartían el mismo entusiasmo por su secreto y eso le daba muchos ánimos.

–Alors, Anahí, ¿cómo estás hoy? –le preguntaron, después del intercambio habitual de besos–. ¿Estás bien, chérie? ¿Estás comiendo lo suficiente?

Laraine también fue muy atenta con ella. ¿Cómo era posible que una mujer fuera tan encantadora, inteligente y discreta al mismo tiempo?

Al menos, Anahí se sentía más segura de sí misma que la vez anterior con la ropa que llevaba. Se había puesto un vestido azul de flores, tacones y el pelo recogido para dejar ver unos pendientes de aguamarinas que le había regalado Alfonso para celebrar su primera visita al médico.

LA NOCHE EN LA QUE EMPEZÓ TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora