SOL NACIENTE

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Mahina gritaba agonizando en las garras del dolor. Su rostro brillaba debido al sudor del esfuerzo. Casi podría apreciarse tal escena en cámara lenta. Sabanas de seda en colores pastel arrugadas como una hoja de papel en manos de las mujeres que corrían fuera del cuarto y después regresaban con tela limpia. El vapor del agua caliente subiendo hasta fusionarse con el ambiente. La sangre, incesable. Con ese color de alerta y peligro.

En el parto, existen muchas complicaciones. Algunas de ellas por ejemplo, que la madre sea demasiado joven. Un embarazo de alto riesgo. O que la madre tenga un peso muy bajo. En esta ocasión, se cuenta con estas tres opciones. Aún así la mujer invierte sus fuerzas en la vida; en su bebé. Quien, cuando por fin está en brazos de Lúa; alcanza a ver como la luz en los ojos de su madre se desvanece; su piel palidece y su brazo izquierdo que anteriormente se estiraba en dirección a su hija. Ahora cuelga sin vida desde la cama.


Soleil, el rey entra al cuarto. Mira a su niña en brazos de su segunda esposa. Sonríe satisfecho, orgulloso. Pero al caminar hasta la cama. . . Su vida, su flor, su amor. Algo se marchita dentro de el, algo muere. Ruinas. El hombre cae sobre su rodillas, débil y vulnerable ruge desde sus entrañas. Con tanta fuerza que todo el castillo se entera de la mala noticia por aquel lamento. Las lagrimas corren abundantes por su cara casi deformada por el dolor.

La bebé ya no llora más. Mira a la mulata que la cuida con aquellos ojos verdes, regalo de su madre. Lúa le sonríe con tristeza aguantando el llanto. El nudo de su garganta no le permiten cantar a la recién nacida y tampoco lo creé prudente frente a todos. Sale al balcón a cumplir esa tradición. 

Lauren recostada en brazos mira la luna llena. Sus ojos, sorprendidos por el brillo tan radiante se iluminan de la misma manera. Y de alguna forma, en ese momento. Madre e hija se conocieron. Ahora la bebé, arrullada por el tarareo de Lúa sonríe con amor.  La hermosa mulata, puede sentir a Mahina también. Cierra sus ojos y los devuelve a la luna; ahí mirándola, promete cuidar a Lauren como si se tratara de su propia hija.

— Yo también soy madre como tú— susurra al astro la mujer. Y sus lagrimas resplandecen cerrando el pacto. Confesando una mentira, pero guardando un secreto.


El rey adentro corre a todo trabajador del cuarto. Grita, destroza, rompe.  Se arrastra hasta su esposa y la toma de la mano. Llorando mira el techo — Llévame contigo— pide sin pensarlo.

Lúa  pone la mano en el hombro de su esposo —No. Tus hijos te necesitan, tu pueblo te necesita, tu reino. . . Yo, te necesito— dice la mujer que ahora el rey abraza desde el suelo, sobre sus rodillas. Y lentamente ella pone a Lauren en brazos de su padre. Este la contempla. Sus labios rosados, sus cejas que son iguales a las de él, pestañas largas, nariz pequeña. Y esos ojos esmeralda que lo llenan de paz. Idénticos a los de su madre. Soleil abraza con amor a su bebé.

Después de unos minutos el rey se pone de pie, sabe que a la niña hay que limpiarla y vestirla. Camina hacia la puerta y sin voltear atrás, sale de la habitación.


Lúa saca de su corset la carta que Mahina le dio iniciado el parto. Se acerca a la mesa en el centro del cuarto.

Comienza a leer, sus ojos inician serenos pero poco a poco. Van mucho más veloces y se abren sorprendidos al mismo ritmo. Cuando termina, su corazón late con fuerza. Su cuerpo se estremece, deja caer la hoja en la mesa para cubrir su boca con ambas manos. Su respiración se agita y rompe el llanto. Pero finge estar calmada cuando el medico y sus tres ayudantes entran al cuarto a preparar a la reina. Lúa toma la carta para ocultarla. El personal hace una reverencia y proceden con su trabajo. 

Ella pone a salvo el sobre y su contenido. Y sale del cuarto.




Derniére danse: El último baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora