El laberinto de los espejos

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Hay dos tipos de personas. Los que siempre o casi siempre tienen el móvil con sonido (como Maialen) y los que siempre o casi siempre lo tienen en silencio. Samantha pertenecía al segundo tipo. Sin embargo esa noche, con todo el jaleo previo, lo había dejado con la vibración activada. Por ello, a la mañana siguiente, la despertó la intensa vibración del móvil.

—¡No para, no para, no para! —Se quejó acabando por revisar de qué se trataba aún con legañas en los ojos. Su hermano Nick estaba llamando—. ¡Nicolás Gilabert! ¿Eres consciente de qué hora es?

—Las nueve y media.

—Exacto. Solo las nueve y media... Déjame dormir.

—Pero es importante. —Replicó con la voz ansiosa mientras se escuchaba cómo tecleaba.

—Lo que sea puede esperar hasta las once y media. —Dijo a punto de apretar el botón rojo para finalizar la llamada.

—No estás de vacaciones.

—Técnicamente lo estoy. Otra cosa es que estemos en un maldito juego de detectives, metidos hasta el fango.

—¿Y si te digo que me ha contactado un tío raro por Facebook diciéndome que es nuestro hermano secreto? —Dejó de teclear.

En cuanto Nick terminó de pronunciar la palabra "secreto", escuchó un golpe al otro lado y el susto no fue pequeño.

—¡Au! Perdón, tete. Es que me he quedao' tan en shock que me he incorporado rápido en la cama y me he caído. —A esto, le siguieron unas risas de la propia Samantha—. En fin, que... En otro momento te diría que sin más pero es que ahora todo me parece muy loco. ¿Qué más te ha dicho?

—Esa es la cosa. —Se mantuvo un buen rato callado—. Me comentó que me iba a sonar muy raro, pero que había descubierto hace poco que él también era un Gilabert y nos buscó en redes para ponerse en contacto. No sé, me pareció tan creepy que me dije: "hostia, pavo". Y le pasé tu número.

—¡Nicolás Gilabert, me cago en tu estampa! ¿Me oyes? Ya basta de pasarme todos los marrones a mí. Siempre igual... —Más que enfado, lo que transmitía Sam era cansancio—. Se está muy bien en Madrid solo preocupándote del curro y de tus citas en Tinder. ¡Gilipollas!

Ganas no le faltaron a la rubia de estampar su teléfono, pero le iba a costar muy caro. Se limitó a colgar, meterse en la cama tapándose entera y, bocabajo; gritar en la almohada. Después intentó reconciliar el sueño. Eso sí, en aquella ocasión con el teléfono silenciado.

Si unos ojos se cerraron, otros se abrieron. Pertenecían a Anne, quien se quedó escudriñando la habitación en la que se encontraba. Reparó pronto en que estaba esposada a la cama sobre la que yacía, pero tan solo de la muñeca derecha. A poca distancia se escuchaba ruido. Alguien estaba manipulando una vajilla.

La novicia se puso en pie aprovechando el único enganche e intentó abrir la puerta con la mano libre. No alcanzaba y la cama pesaba mucho como para ser arrastrada. Aunque trató de ser silenciosa, así como ella escuchó la vajilla parecía que a ella también la habían escuchado. Cuando la manilla de la puerta se giraba se temió lo peor y cerró los ojos con todas sus fuerzas como hacía de pequeña al tener miedo. Muy a su pesar, la realidad no era ninguna pesadilla que puediera disolverse.

Una chica de grandes ojos azules estaba frente a ella en cuanto decidió volver a ver. Al igual que Anne, la contraria era bajita. Podría decir que con tales ojos y esa melena infinita se parecía a Rapunzel. Pero entonces, ¿por qué ella era la secuestradora? Porque era su secuestradora, ¿no?

—Buenos días. Espero que hayas podido descansar en ese colchón de mala muerte. Te he preparado el desayuno. Unas tostaditas con tomate y jamón. —Según presentó el plato se lo dejó en la mesilla contigua a la cama junto a un vaso de zumo de naranja—. Y zumo de naranja. Al fin y al cabo estamos en la Comunidad Valenciana.

Anne la miró desconfiada. El hambre era mayor a cualquier otra sensación. Por lo que, comer comió, bajo la observación de aquella joven. Dejó todo vacío y se colocó de rodillas con los codos apoyados sobre la cama, cerca del cabecero, y las manos juntas.

—Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta. —Se santigüó con la mano libre—. Amén.

—¡Amén! —Repitió ganándose la mirada fulminante de Anne—. ¿Qué? ¿No vas a decir nada? Eres una chica de pocas palabras por lo que veo, pero no lo entiendo porque tienes una voz muy bonita.

—¿Sabes qué es también bonita? Mi libertad. Y no la tengo.

—Ah, ese pequeño detalle... —Se rascó la mejilla que de repente tanto le picaba—. Bueno, en el convento también estabas encerrada y ni tan mal, ¿no?

La única respuesta que le dio Anne fue escupirle en la cara. La chica no se vengó por ello. Su reacción fue la de limpiarse con un pañuelo y hacer como si nada hubiera pasado.

—¿Me vas a decir ya que hago aquí? Ah, y que sepas que seguramente estén ya buscándome.

—No lo entiendes. —Negó con la cabeza y una expresión triste—. Esto es muy grande. Mucho más de lo que puedes imaginar.

—Estás de la olla, chica.

—¿Quieres respuestas? Te las daré con una condición. Necesito que uses tu teléfono para citar aquí a tus amigos. A todos menos a Flavio.

—Amigos... Amigos no son. Da igual. ¿Qué tienen que ver ellos en todo esto?

—Llama a Samantha y repite todo lo que yo te diga. Luego cumpliré mi parte. —Le dio un Nokia de los antiguos con la tarjeta Sim del móvil de Anne—. Por cierto, me llamo Eva.

—Ya... ¿Qué hago con esta piedra?

—Es lo más seguro. He modificado todo, incluida tu tarjeta Sim que está dentro para que no puedan localizarte. Los contactos están intactos para que puedas llamar.

Las respuestas no iban a llegar a menos que aceptase jugar a ese juego de locos. Anne llamó a Samantha hasta en tres ocasiones pero no contestó en ninguna de ellas.

—Nada.

—Prueba con otro. Recuerda: que no sea Flavio.

Horas después, toda la cuadrilla viajaba en la furgo. Todos excepto Anaju que había alquilado una moto. Conducían ambos vehículos relativamente cerca en la dirección dada por Anne. A Flavio le habían comprado una entrada para ver un concierto de jazz para que estuviera ajeno a todo.

El horror tuvo lugar cuando estaban a metros del lugar. Se les cruzó un peatón desorientado en mitad de la carretera. A los de la furgo les dio tiempo a frenar sin problema, pero Anaju no corrió tanta suerte. Al frenar bruscamente, su cuerpo cayó al suelo. Esperaron junto a ella hasta que llegó la ambulancia.

—No será nada grave, ¿no? —Preguntó Javy al auxiliar.

—No sabemos con certeza, pero su novia estará bien.

—Es mi amiga. —Corrigió Javy y luego se dirigió a Anaju, que estaba ya en la camilla—. ¿Seguro que no quieres que vayamos?

—Sí, sí. Y ya sabes que a cabezota no me gana nadie. Id a donde ya sabéis, idiota. —Respondió una Anaju débil.

—En cuanto acabemos, iré a verte. Y prometo que daremos con ese cabronazo que se ha dado a la fuga, que me he quedado con su cara. —Dejó un beso sobre el dorso de la mano ajena.

Se quedaron abrazados Maialen, Samantha y Javy mientras veían alejarse a la ambulancia. Una vez no se oían ni las sirenas, subieron a la furgo. Tenían una tarea esperándoles.







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