Mai, Sam, Javy y los demás

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Un verdadero amigo es como un bumerán, por mucho que se vaya siempre acaba volviendo. Algo así es lo que habían sentido Samantha y Maialen con Javy durante los siguientes dos meses, aunque éste continuase siendo distante con Flavio y Bruno.

Maialen había organizado una reunión en su casa a la cual había invitado a Bruno, Samantha, Javy, Flavio y Nick. Estaba que se subía por las paredes. Por suerte, su chico llegó el primero y empleó su táctica tranquilizadora que tan bien funcionaba.

Los segundos en llegar fueron los hermanos. Mientras Samantha saludaba, Nick fue derecho a la mesa en la que había todo tipo de snacks como la típica fiesta del cole de fin de curso.

La de flequillo adelantó que tenía dos sorpresas que anunciar. Nick se atragantó, así que dejó de comer mientras miraba la tripa de Mai, quien miró a Bruno y simplemente rió. Hasta que no llegasen los dos restantes, no hablaría.

Dos veces más sonó el timbre hasta estar todos al completo. La anfitriona, hizo que se sentaran todos y se quedó ella de pie junto a Bruno. Samantha se dio cuenta de cómo se comían con la mirada y en cierto modo, envidió eso tan bonito que tenían.

—Bonicos, Bruno y yo os queríamos decir una cosa... —Según iniciaba la conversación, Bruno le agarró de la cintura.

—Sam, yo creo que va a ser embarazo. Voy a ganar la porra. —Le susurró Nick a su hermana en el oído.

—Yo sigo pensando que se mudan juntos. —Respondió Samantha también en un susurro.

—Bruno y yo... ¡Nos casamos! Y obviamente estáis invitadísimos a la boda.

—Sí... Tenéis una amiga estupenda. Espero que podáis aceptarme a mí como uno más.

—Bru, ya eres uno más. ¡Enhorabuena a los dos! —Samantha fue la primera en reaccionar aunque internamente estaba en shock.

—¿No es demasiado pronto? —Intervino Javy—. Lleváis como tres meses...

—El tiempo no significa nada cuando estás enamorado. Ojalá algún día lo puedas entender, Javichu. —Para decírselo, Mai se acercó hasta él y le acarició la cabeza cual perro—. Pero eso no es todo.

—Mai y yo habíamos pensado en hacer un viaje a nuestros lugares de origen antes de la boda. Para conocer más el uno del otro. Y nos gustaría que nos acompañarais todos los que estáis.

—¡Así es! Nos haría mucha ilusión. Tenéis dos días para confirmar. Nos iremos en furgo el finde de la semana que viene.

Todos fueron confirmando a pesar de que dudasen, unos más que otros. Llegado el día se reunieron todos en el aparcamiento donde esperaba una furgo al más puro estilo Scooby Doo, con Maialen al volante. Después de acomodar el equipaje en el maletero, ocuparon los asientos restantes.

—¿A dónde vamos primero a resolver misterios? ¿A Pamplona? —Bromeó Nick mientras abría una bolsa de patatas de sal y vinagre.

—Cierra eso. Huele que apesta. —Añadió Javy haciéndose pinza en la nariz.

—¡Qué mal gusto tienes, Javier! —Dijo una Samantha burlona, a la que Flavio le rió la gracia.

—¿Preparados? Quiero ver todos los cinturones abrochados. —Revisó Maialen, que vigilaba al resto a través del retrovisor—. Ah, y no, no vamos a Pamplona. Primero vamos a Benidorm, donde pasó la infancia Bruniti.

Cinco horas y cuarenta y cinco minutos y dos paradas después, los jóvenes llegaron a su destino. Como habían parado a comer por el camino, fueron directos a la que era casa de Bruno. Un pequeño chalet rústico cercano a la Playa de Poniente, la zona más tranquila.

—Por fuera no está nada mal. —Comentó Javy tras soltar un silbido de admiración.

—¿Sigues teniendo las llaves, cara de culo?

—No, Mai, ya no. Pero mi padre me dijo que iba a estar en casa.

Todos se miraron esperando a que Bruno hiciese algo. Por fin, se acercó al timbre para picarlo de una forma peculiar como si se tratara de una contraseña. Javy, por su parte lo observó con detalle para grabarlo en su memoria. Pasó un minuto tras otro hasta que se hicieron cinco. Parecía no haber nadie en la casa pero Bruno insistía en que su progenitor se encontraba dentro.

—A ver, que igual está el hombre cagando, pesados. —Bromeó Samantha para romper el momento incómodo.

Cinco minutos y medio. Se escuchó al otro lado como alguien abría el cerrojo. Todos estaban impacientes o al menos, la curiosidad les había invadido. Un hombre en sus cuarenta y de pelo grisáceo, abrió la puerta y se quedó un buen rato analizando a los recién llegados hasta por fin articular palabra.

—Perdona... ¿Querían algo? Creo que se han equivocado de casa.








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