A la mañana siguiente me desperté temprano como siempre.
No sé sentía ningún sonido proveniente de la habitación del CEO, señal de que aún dormía.
Silenciosamente bajé a buscar mi brebaje matutino. Me dirigí a la cocina, guiado por el olor a café.
Había una muchacha bastante bonita preparando desayuno.—¡Buenos días! —Sonreí.
—¡Oh! Disculpe, no lo vi llegar, buenos días.
Ví como me sonreía tímidamente sin quitarme los ojos de encima.
Bueno, yo sabía el impacto que causaba mi belleza en el sexo opuesto, y mi sonrisa era sensual, no podía negarlo.
—¿Podría decirme dónde encuentro el café?
—¡Oh! Disculpe —dijo apenada—. Le sirvo de inmediato.
—No es necesario, yo mismo me lo sirvo. ¿Cómo te llamas? —le pregunte coqueto.
—Lette. Me llamo Lette. — respondió sonrojada.
Un pequeño coqueteo por la mañana no andaba nada mal.
—Está bien, Lette, yo me sirvo mi café —le cerré un ojo y sonreí.
Se puso aún más colorada.
Sentí un fuerte carraspeó a mis espaldas.
Me giré para encontrarme con los ojos fríos y acerados de Jungkook. La muchacha nerviosa siguió con sus quehaceres.
Levanté una ceja, devolviéndole la mirada.—Después que tomes tu café, encuentrame en la oficina.
Se giró dándome la espalda y salió de la cocina.
¿Despertaría alguna vez de buen humor?.
Ya tomada mi droga, fui a su encuentro. Probablemente me despedirán. ¡Que diablos! La decisión estaba en sus manos.
Golpeé la puerta de su oficina antes de entrar.—Pasa y cierra la puerta.
Ni siquiera me miró. Siguió revisando una serie de papeles que tenía en su escritorio.
Me acerqué lentamente al ventanal con mis manos en los bolsillos, para ver la ciudad.—Por favor siéntate —y me señaló la silla frente a él.
—Debido, a que éste es el quinto atentado, voy a tomar cartas en el asunto. Contraté un investigador privado que se contactará contigo para informarte.
Lo quedé mirando serio.
—Si voy a seguir trabajando contigo, tengo algunos requerimientos. Si no estás de acuerdo... eres libre de buscarte otro guardaespaldas.
Noté que el hecho de que le hablara informalmente lo pilló de sorpresa. Sus ojos se movían inquietos.
—No tengo tiempo de acostumbrarme a otro, así que dime tus términos.