Capítulo 11: Perros y Gatos. Campistas y Cazadoras.

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- ¡Que no escape! -la orden fue fuerte y clara, resonando por todo el bosque.

- ¡Sí, mi señora! -fue la respuesta recibida.

El grupo avanzó como uno solo entre la maleza del bosque, dando caza a una criatura que había sido evasiva la última semana. Pisadas en la tierra, arbustos torcidos, ramas rotas en los árboles, arañazos y raspaduras en la corteza... Todo eso era un rastro dejado por la esquiva bestia. Un rastro que era tan visible como la luz del sol para aquellos que lo perseguían con fervor y ansias de venganza y justicia.

Después de todo, ningún monstruo puede escapar de las Cazadoras de Artemisa.

Una flecha voló a través del bosque, produciendo un sonido de silbido hasta que se incrustó en el hombro de su objetivo. La criatura gruñó y tropezó a causa del dolor, pero no se detuvo. Se arrancó la flecha con brusquedad y siguió corriendo, intentando huir de una muerte segura. Si no estuviera tan enfrascado en huir, había notado que se dirigía a una trampa.

Cuando llegó a un pequeño claro, inmediatamente se vio rodeado por más de una docena de sus perseguidoras, todas ella con flechas listas para liberar a la orden de su señora.

-Maldición... ¡Maldición! -exclamó el monstruo, con rabia. Alzó su cola, lista para atacar, pero sabía que no podía llegar a matar a todas ellas-. ¡¿Por qué no me dejan en paz?! ¡Yo no les he hecho nada!

- ¡Mataste a Jenny! -exclamó una de las cazadoras, con odio ardiendo en sus palabras.

- ¡No creas que serás perdonado por eso!

- ¡Serás enviado al Tártaro por tus crímenes!

- ¡Ustedes no saben nada! -gritó el monstruo-. ¡Su prejuicio y odio hacia nuestra especie les nubla en juicio y les impide ver la verdad!

-Ninguna verdad puede llegar a escapar de los ojos de una diosa-sentenció una nueva voz. Una llena de poder y autoridad.

El monstruo se volteó y miro con odio a la diosa de la caza, quién la miraba directamente con sus ojos amarillos plateados. Ojos que la miraban como si no fuera más que una mancha asquerosa debajo de sus botas.

-Ah, hasta que la diosa se digna a iluminarnos con su presencia-dijo el monstruo, con burla goteando en su voz-. Dime, oh gran diosa del Olimpo, tus cazadoras siguen tus predicaciones, ¿no es así? ¿Les enseñas a atacar a una bestia que no ha hecho ningún mal?

- ¿Ningún mal? No te atrevas a mentirme, bestia repulsiva-fue la voz fría de la diosa de la caza, dando un paso al frente para encarar al monstruo-. Has asesinado a una de mis cazadoras. En lo que respecta, tú te buscaste esto

- ¡Tu cazadora fue la que atacó primero! ¡Actué en defensa propia! -refutó el monstruo-. ¡¿Qué derecho tenía ella de intentar matarme cuando no he hecho nada malo desde que volví a reformarme?!

- ¡Eres un monstruo! -gritó Phoebe, como si fuera su justificativo para todo-. ¡Tu especie misma está destinada a hacer el mal!

-Y es por eso que debemos eliminarte-sentenció la diosa.

- ¡¿Por qué?! -gritó la bestia-. ¿Solo porque soy diferente? ¿Por qué no soy de su misma especie? ¡¿Es esa la arrogancia de los olímpicos?!

- ¡Silencio! -le espetó Artemisa, con furia. Levantó la mano y dio la orden para que sus cazadoras abran fuego.

Las flechas volaron y rapidamente el monstruo fue bombardeando por más de una docena de flechas que se incrustaron en todo su cuerpo.

Antes de morir, el monstruo miró a los ojos de la diosa de la caza, con rabia ardiendo en sus ojos heterocromáticos.

Libro 1: El Origen de un HéroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora