• Carta Número Amor •

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Diego sentía curiosidad, cómo un órgano interno no podía dejarlo dormir por toda una noche, hace un mes se hubiera preocupado por el penoso aspecto que adquiriría por no dormir como le era correspondiente, pero ahora lo único que podía pensar era en Cinco.

Lo admitió cómo él deseó, puso su nombre en esa carta.

¿Estará feliz? Ojalá.

Pero a quien engañamos, era más claro que el agua, Cinco sintió las palabras, unas simples letras que formaban un «Lᴏ sɪᴇɴᴛᴏ», aún así...

puso su nombre.

Eso era mil veces mejor que el «-Aɴᴏ́ɴɪᴍᴏ».

Esa noche, a pesar de haber iniciado con sentimientos encontrados, una mueca y unos ojos llorosos (si eso suena dramático entonces no has visto literalmente la escena), durmió con una sonrisa de oreja a oreja.

De todas formas, y en todas circunstancias, Diego no podía esperar en mandarle otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y... ahhh.

Y Cinco también añoraba con volver a leer sus palabras, volver a sentirlo tan cerca aunque en verdad estén lejos, tan lejos que hasta la soledad acompañaba sus pechos por las noches.

La preocupación de Cinco aumentaría en las misiones, donde monótonamente sus ojos no dejarían de seguir al moreno, concertado de que le pasara algo, su corazón correría maratones durante lo que tarde resolver la consigna que su padre les obliga hallar

Podría decirse que igualaría a una pesadilla, no es que Diego fuese un idiota, pero tal vez lo suficiente como para hacerse una herida grave, y desde antes sabía que de alguna manera le afectaría.

Odiaba tener sentimientos.

. . .

Diego se acomodó la corbata mientras movía sus labios, repasando mentalmente lo que tendría que decirle a su padre al verlo hoy en su despacho.

Sus ojos se enrojecieron a la vista del espejo, mostrando perfectamente el reflejo de algo roto, por alguna razón aún vivo que temblaba bajo la voz autoritaria de alguien que no merecía ser llamado su padre.

Él lo sabía, erróneamente, de una manera mejor dicha... distorsionada, que todo esto era una simulación real, algo... no real ¿irónico no? Daba gracia, por ello a veces un hoyuelo salía por el lado izquierdo, a Vanya le jodía, le cagaba, pensaba que se burlaba de ella, por eso fruncía el ceño en respuesta, pero el simplemente aborrecía cualquier idea paternal y familiar que cruzara su mente, aún si se trataba de Cinco, cabe recalcar que (y aparte de ser más que obvio) ya no lo ve cómo su hermano, y nunca lo fue, con certeza... pues... no.

Cerró los ojos y anotó sus términos, si le preguntaba por los ojos rojos pues... joder, se había levantado media hora antes que sus hermanos, y aquel amoroso escalofrío no le dejó dormir.

Maldijo a todos y a todo. Puso una sonrisa. La borró. Y salió.

No se preocupó por el ruido que aquellos zapatos de Tap hacían al caminar, gran eco resonando, por el contrario, podríamos decir que lo hacía más confiado, el ruido siempre lo motivó a algo en todo caso, más bien porque el ruido lo escondía a él, a él como persona.

Se puso recto e irguió la postura al pasar por la habitación de Cinco, con su puerta cerrada, imagino que... como se sentiría ser la única persona en esta casa para la cual esa puerta siempre esté abierta, tal vez moriría del honor, lagrimearía en silencio por toda una noche, botando lágrimas amarillas, solo un color para expresar su felicidad ante el detalle qué tal vez para Número Cinco no signifique nada.

Cartas, ya que no te puedo hablar | Dienco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora