• Pestaña Sobre Números •

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Una inquietante necesidad de rascarse se extendió desde el centro de su espalda, liberándose, sumiendo a su paso los delgados brazos de Número Dos, consiguiendo sumergirlo por completo, parpadeó contra Cinco "Está Bien", eso le había dicho.

Trató de no caer por completo ¿En serio estaba bien? Ser tan inseguro, dudoso y nervioso junto a él, tener miedo de hacer algo tan mínimo llegando a perderle, aquello ¿Estaba bien? ¿Era sano? Tal vez signifique que de verdad te importe una persona, pero aún así dolía, dolía con un deje de ansiedad que se plantaba atrás de la nuca, explorando los hombros, bajaba tortuosamente hacia el torso, plantándose en la cintura y terminaba abrazador desde atrás.

¿Estaba bien?

—No.

Fue lo que contrarrestó, haciendo que Cinco entrecierre los ojos de aburrimiento, todavía sin dejar de pegar sus frentes, no quería, y para él eso estaba bien

El moreno temblaba, se sentía maravillado, realizando un acto de obviedad ante el temor creciente en los huesos del contrario, Diego aún tratando de resistir algo que Cinco no.

—¿A qué juegas Número Cinco? —Pareció reprocharle, hasta puntualizarle. No padeció ante la idea de evitar una sonrisa lacónica, abriendo paso a unos hoyuelos en el perímetro de los bordes de su mentón, un brillo travieso en sus ojos apareció, y el segundo de la familia se maravilló de ello, cabiendo que Cinco siempre sonreía de aquella forma cuando de cínico se tratase, esta vez, el sentimiento de aquello ser especialmente dedicado a él lo regocijo de sobremanera.

—Yo solo estoy siguiendo tu propio juego —Mientras él no jugaba a nada, Diego aún quería comprender movidas ni siquiera planeadas.

El aliento dulce rancio del de ojos jade empotró en labios ajenos, y esto erizó la piel de ambos —Yo no juego a nada —Amargo. Así se puede describir el tono con el cual contestó, y basta decir que fue suficiente para que en un impulso rabioso Cinco acunará bruscamente el rostro de Diego con sus manos heladas. Los individuos soltaron vaho y el azabache frunció el ceño ¿Cómo que no jugaba a nada? ¿Qué exactamente eran las cartas entonces? ¿Cómo es que llegó afectarle tanto? Sus pensamientos bajo la luz de la luna que atravesaba limitadamente las cortinas de su ventana eran solo de ello.

—No me agrada la idea —Contempló sus palabras, creciendo un efecto en Diego del cual quedó fascinado— El amor no es un juego Número Cinco.

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No logró besarlo anoche, y eso resaltó su mal humor esta mañana. Klaus irrumpiendo en momentos era recurrente «¿Podrían hablar en otra parte?» Fue lo que inquirió antes de que sus labios se tocasen, aún se tallaba los ojos, por lo que no pudo precenciar un casi acto.

Ojalá su supuesta "benevolencia" tome estribos y lo lleve a su propio karma.

En poco tiempo adquirió el poder preguntarse si había realizado una movida en falso, ya que raudamente el karma se pegó a él, visualizando las anotaciones en el pizarrón de Pogo atestado de manchas, luciendo motas borrosas.

Y en un acabado perfecto su colmo se adueñó del saber y mente.

Discurriendo de manera axial en las palabras botadas por Diego. Sin poder comprender a la exactitud qué estaba haciendo. Cometiendo levemente el error de sintonizar a su hermano con el adjetivo "genio". En todo momento fehaciente en que tenía un plan inmaculado para proseguir hasta un poso sin fondo para ambos.

Graciosa era la situación, dado cuenta que este nunca imaginó, o si quiera consideró, que simple y llanamente Número Dos pretendía exhibirse, pretendía zafarse de las riendas que solían contener algunas cosas llamadas sentimientos; Reginald los detestaba particularmente, cabiendo resaltar su inutilidad para obtener victoria u objetivos de suma repercusión para la vida y sus factores.

Diego en su camino de el tratar de atravesar la frontera y querer ser perfecto (fantasmalmente el Número Uno), obtuvo gradualmente una postura de la cual sus emociones eran omitidas.

Odiando el instante cuando Cinco se manifestó y corrompió todo lo que consideraba elegible.

     «¿por qué no?»

Intensificó la pregunta poco a poco hasta que se tornó en su absoluto abrumadora.

No pudo evitar caer enamorado en su totalidad. Fue ahí cuando repentinamente optó por exponerse en escrito y en un anonimato ajeno, como si no fuese el dueño que aquellos sentimientos. Totalmente impropio.

Lo más soso eran las especulaciones de Número Cinco, cegado por algo que deseaba ser complejo. Se mintió. Todo era un espectáculo de títeres y él era una de esas marionetas.

Asimismo, Diego sentía un dolor que se contactaba con estas perspectivas de Cinco.

—Mierda. —un susurro fue lo que bastó para que Cinco viese límpido e incauto voltease.

En la mira se encontraba el moreno, con un alindado ceño fruncido, levemente empalmando sus labios en una mueca despistada acicalada con tiranía.

Sosegando unos pensamientos maniaticos, la cabeza de Cinco se ladeó para adelante, tirando de su tren superior —¿Todo bien? —inquirió tratando de sonar dulce y consternado para Diego.

El pliege de su tono y su distintivo visaje mudó el sistema nervioso de Número Dos, soltando el lápiz entre sus dedos —S-si —el tartamudeo lo delataba graciosamente; Cinco sostuvo repentinamente una sonrisa divergente a las que todos acostumbraban presenciar con continuidad.

A lo elocuente le levantó una ceja segundos después de que sus ojos paseasen por el libro de ecuaciones —Deja que te ayude —susurró, discretamente agachándose mientras el chimpancé todavía de espaldas explicaba algo ignoto. Cinco aún miraba divertido las escrituras borrosas en el pizarrón al momento de elevar consigo el pequeño lápiz de verde oscuro, tan navideño.

—Creo que lo puedo hacer solo —para quejarse era inoperable, dado el caso que sus expresiones pedían a gritos su ayuda a toda costa, esperándolo tener más cerca de él como recompensa —Ya, entonces dime el mínimo común múltiplo que iría como denominador —exasperado titubeó cualquier número al azar, queriendo roer a su hermano en reto —Ni siquiera cerca. Doce. —declaró seguro de sí mismo, escribiendo un uno y un dos en la hoja cuadriculada— Aplica para ambos y luego realizas la eliminación para la reducción —balbuceó.

Diego entendía menos pero no comentó acerca de ello —Multiplicas, quedando en un lado con diez y ocho "x" y menos tres "x"—su siguiente explicación fue cortada por un fino pelo de color negro media luna. Por lo adyacente de los individuos Diego no evitó sonrojarse viendo su pestaña sobre los números.

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El déjà vu se hizo presente de forma inherente —Ya lo estaba esperando. —admitió con una inflexión en su voz, dulce y consternada haciéndolo incongruente a la situación, ya que las sonrisas refutaban un pesaroso sentimiento.

Sus dedos tomaron con añoranza indebida el sobre rojo —¿Quieres saber que pedí? —soñador habló el latino, asentado una duda traviesa —Ojalá no esté escrito, si es que en verdad deseas aquello —las mejillas carmesí engrieron el ego de Cinco— Obviamente que lo deseo, sino..., no lo hubiese implorado.

Un sentimiento amorfo se prendió en el pecho de ambos muchachos.

—Entonces no lo comentes, no lo escribas, para que se cumpla —Diego rodó los ojos, explotando un complejo de ridiculez —Ajá... ahora que lo dices, me alegro de no haber escrito mi deseo —entre ambos quedaron mirándose, bobas sonrisas ampliadas en los rostros.

Cinco enjauló la imagen del momento y aún con el gesto llamativo cerró la puerta de su habitación, su corazón latiendo por una nueva carta, una nueva escritura, una nueva emoción.

Sabían bien aquellos dos hermanos, que todo su mundo, todo a lo que estaban acostumbrados y todo lo que conocían se estaba viniendo abajo, y yacían encantados con el caso.

Cartas, ya que no te puedo hablar | Dienco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora