• Está Bien •

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Sentía el frío entrar a su piel mediante la fina ropa, su mirada solo tenía planeada dirigirla a su frente, mientras trataba de no temblar, podía sentir el vaho saliendo de sus labios.

Todo podría describirse como "helado", pero el comportamiento de Cinco lo fue más ¿estará aturdido por su tiranía en las palabras de su carta? Aceptó que él tampoco podía culparlo del todo, ya que él no tenía intensiones de dirigir la palabra.

Siempre terminaba por estropearlo.

Tuvo que haberse hecho caso, comprometerse a mandarle cartas era un deleite que no podía permitirse, y menos después de aceptar finalmente que era él el Anónimo de aquellas frases que por alguna lejana razón repercutían en las cavidades del cerebro de Cinco, ambos tenían en claro las futuras consecuencias, pero omitirlo por todo lo que dure la aventura era satisfactorio.

No podían evitar preguntarse si estará correcto lo que hacen, lo que sienten, pero ese efecto instantáneo de entusiasmo por el sentimiento que todo esto les producía en el pecho era difícil de querer dejar ir, sobretodo después de confesiones, explícitas o implícitas. Mismo resultado de obsesión conseguían.

Diego comprendió, eso no era sano.

En especial contando todos sus problemas internos consigo mismo.

Aún, tener diez y seis no traía su madurez, o al menos no gratuita, pagar aparte era una opción elegible, pero a nuestro Número Dos le gustaban los retos.

Suspiró al rendirse por querer ordenar sus pensamientos, y otra capa densa de humo blanco salió vacilante de sus labios.

Si seguía así pronto su historia se parecería a la del Capitán America, aunque, un héroe por completo nunca sería, solo consentía los deseos de Reginald y a pesar de querer sobresalir no podía evitar estar siempre al margen.

— Mhm. — Le gimió al tacto que tuvo con algo cálido pero liviano, cerrando los ojos con soltura — Ben supo que podrías tener frió — Se excusó una voz familiar, junto con una sensación familiar revoltosa en su estómago que se desató al escuchar aquello no tan lejos de la piel del cartílago de su oreja.

El aroma solo pudo complementar la historia. Sus mejillas tornaron color fuerte y el frío pudo desaparecer un tanto ante esto.

— No me haz dirigido la palabra en todo el día — al ver que este no se volteaba acotó, usando un tono entre reprimienda y burla, pero para Diego sonó más como un reproche, un sermón en crecimiento.

Por lo que decidió cortarlo antes de que empiece a crecer.

Dando paso a sus primeras palabras dirigidas a Cinco en las últimas diez y ocho horas con siete minutos.

— ¿Querías que lo haga? —

— ¿Él qué? —

— El dirigirte la palabra —

— Siempre —.

Sonó muy seco, no le gustó.

— ¿Puedes al menos esforzarte para sonar dulce? —

— ¿Por qué haría eso? —

— Porque ya tengo suficiente con el clima helado, no necesito tu rigidez —

— Solías ser muy nervioso al hablarme, podría decir que hasta cauto ¿qué pasó ahora? —

No le contestó, era mejor no exponerse tanto

— Diego —

Esta vez el nombrado le miró, dispuesto a no abrir la boca, temiendo no poder cerrarla y congelarse los labios

Cinco al ver los ojos del moreno posados en él se dió el lujo de proseguir — ¿Por qué tienes miedo de perderme? —.

Lascivamente cerró y abrió los ojos, tragando pequeñas rocas.

Queriendo evitar en general toda la conversación se acomodó debidamente la chompa de la academia.

Dedujo que el aroma tenue que emanaba la ropa tenía un deje diferente del cual pensó, ¿Dijo que Ben supo de tendría frío. Verdad?

Alzó la ceja derecha. Pudo afirmar antes que por ende el abrigo era perteneciente a Número Seis.

— Le agradeceré a Ben después por el detalle — perspicaz mencionó, mismo momento al cual Cinco le soltó un bufido amargo.

Un copo heló el pómulo del azabache, creando una sonrisa penosa en su rostro y ciñendo consigo unas dispersas emociones que odió al momento el cual se presentaron.

— Responde mi pregunta — Le ordenó frívolo. El latino en vez de enojarse ante el tono se intimidó y las ganas de expresarse fueron más imperceptibles que antes — Diego por favor háblame — Suplicando le agarro de los hombros, un mínimo tacto que su contrario aprecio ya que cortaba el clima de forma más pronunciada.

Sus ojos verdosos se humedecieron sin ambos notarlo, pero fue cuestión de segundos, los cuales Cinco se dió razón de que no iba hablarle que volvieron a opacarse en un matiz gris, a pesar de ser un color vivo era normal verles apagados y serios (si es que ese fuese un color).

El problema aquí fue la posesiva sensación que el agarre contenía. Las palabras ya definitivamente no saldrían. Pero esta vez Diego si quería.

Lo que más temía se hizo realidad en su interior, sus nervios y sentimientos ansiosos tomaron control de lo que decía o hacia, al mismo tiempo, lo que no.

La paciencia de Cinco siempre fue limitada, pero esta vez quizo morderse la lengua, lo hizo después de todo, en un intento de controlar su exasperación.

Pero hizo y dijo algo que no pensó, ya que era absurdo en todo su sentido.
Presionó su frente con la de Diego — Está bien que tengas miedo de perderme, yo también lo temo —.

Susurró. Liberándose.

Cartas, ya que no te puedo hablar | Dienco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora