Capítulo 9

7 1 0
                                    


Al igual que del agua se inspiró el piano, del viento se inspiraría el violín. Ya era por la tarde y el sol casi se ponía como lo hacía siempre; nada pasaba, cosa que nunca cambiaba. A medida que avanzábamos, las calles empedradas se volvían polvorientos caminos de tierra, repletos a cada segundo de alguna flor distinta. Entendí entonces a lo que se referían aquellos que hablaban de ese tipo de silencio que es natural y cómodo, y el por qué de tanto ruido al respecto. Me gusta pensar que si prestas a los árboles la suficiente atención, te escriben las respuestas en el aire con sus ramitas de cartón, y que por ley de la tierra, si ves a un pájaro aparecer, hay que seguirlo hasta que se te escape por el rabillo del ojo y se te resbale por las pestañas. También me pasa ahora con los coches.

El pasto danzaba y hacía cosquillas en los tobillos que las sandalias que llevaba ese día dejaban al aire. Justamente la corriente iba en contra y se me iba el cabello a la cara, lo que me obligó a parar y recogerlo; solía hacerme un nudo en el pelo a modo de moño si me faltaba un coletero. Damien se percató de que ya no le seguía porque dejó de escucharme andar: paró y se dio la vuelta.

-- ¿Ya te has cansado? No te preocupes, queda poquito.

-- Ya voy. Me molestaba el pelo.

-- Te va a encantar, ya verás. Es muy de tu rollo.

-- ¿De qué conoces el sitio? Estamos como en medio de la nada.

-- Vivimos en medio de la nada.

-- Pero por algo te gustará.

-- Me resulta familiar. Acogedor.

-- ¿Solías venir con tu familia o algo? – Aproveché.

-- No sé nada. Al igual que tú tampoco.

-- Yo tengo a mi abuela.

-- ¿Solo?

-- Más que suficiente.

Me sorprendió, he de admitir que me sorprendió bastante. Es raro cuando se rompe la costumbre de no decir lo que se quiere: no se sabe realmente cuánto le importas a alguien, es terreno impreciso. ¿Cómo lo vamos a saber, si a veces no lo saben ni ellos? Todo cambia cuando algo se pierde, claro está. Pero es parte de las estaciones que se le caigan a los árboles las hojas, aunque nos preocupemos con todas nuestras fuerzas e intentemos pegarlas de nuevo con pegamento. Al final salen otras nuevas, y sanan más.

Hoy en día se habla mucho de cualquier cosa, pero se dice poco; es necesario y no puecde ser de otra forma, porque gente abunda, pero no más que la variedad de temas de los que se puede charlar, entre besugos. Se dan muchas veces por sentadas las estrellas, las plantas o los abrazos y es por eso que pienso que todo el mundo debería ser poeta.

Aparecieron por el horizonte algunas rocas asediadas por abetos, que parecían al sol algodones de azúcar: en un par de minutos ya habríamos llegado. Una vez allí tanteamos con las manos el rocoso suelo para acoplarnos en algún recoveco donde descansar y pensar. Ya sentados, regresó la respiración a su ritmo normal y suspiramos para inspirarnos de cualquier idea que nos pudiese venir: saqué del bolso mi cuaderno.

-- ¿Por dónde nos quedamos la última vez? – Le quité al boli el tapón.

-- Veamos... -- Miré en el cuaderno para no perder ningún detalle. -- Primero, el grito del bosque. – Pensé y asintió. – Después, el incidente en mi casa y el sospechoso encontronazo con mi abuela. – Pasé página. – Lo último que nos queda es apuntar todo lo de Loui. – Recuperé el aliento.

-- Vale... Entonces, buscamos personas, culpables o... -- Trató de encontrar la palabra adecuada. – Gente que sepa cosas, en definitiva.

-- ¿Hago un esquema?

Erika y DamienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora