Capítulo 7

17 1 0
                                    

Capítulo 7

Volví a levantarme para tratar de abrir la puerta de nuevo, como cuando miras una bolsa de golosinas que te acabaste hace un par de minutos por si acaso apareciera alguna más, pero, aunque no tenía cerrojo, el manillar seguía tozudamente atascado. Puede que pusieran algún mueble con el propósito de que se nos bloqueara la salida. Intenté que Damien me respondiese, pero parecía que estaba completamente sola, y me desconcertaba a la vez que así de repente nadie oyera mi señal. Desgraciadamente estaba en la habitación de mi abuela y no en la mía; su ventana llevaba una eternidad averiada y sólo ella sabía el truco para abrirla, así que a no ser que rompiese el cristal, no tenía ningún remedio inmediato que no fuese sentarme y esperar a que se abriese la puerta, y que no fueran los malhechores quien lo hiciesen.

Esquivé los pedazos de pintura y material descorchados de la pared que habían quedado desperdigados por el suelo, y me senté en el escritorio para tener a mano la ventana. No solía entrar a menudo a ese cuarto, excepto cuando Ivy estaba enferma y tenía que cuidarla con comida y medicina, así que no tenía ni idea de cómo se podía abrir la ventana, ni si se podría realmente abrir; creo que por eso la habitación no estaba demasiado ventilada y estaba impregnado el olor a jazmín de la susodicha flor que tenía adornando la esquina derecha de la encimera. La ventana tenía un marco de madera pintado de verde oliva, y un manillar del mismo color, ambas partes cubiertas por unas cortinas de seda blanca; si el manillar estaba de forma vertical, significaba que la ventana estaba cerrada, y, si, por el contrario, el manillar estaba colocado horizontalmente, suponía que, al tirar de él, la ventana debía abrirse: la teoría general la tenía. Aunque un problema que podría haber surgido podría haber sido la falta de fuerza, por el contrario, mi conflicto surgió por aplicar fuerza de más; al girar el manillar me pasé y me quedé con él en la mano. Rápidamente, traté de volver a encajarlo en el hueco correspondiente, como tratando de revertir el error. Únicamente quería remediar esa pequeña crisis de inmediato y salir de allí antes de que algo malo le ocurriese a mi abuela, a Damien, o incluso a mí misma. Pero había gastado mi único intento.

Siempre que una situación me supera, trato de recordarme a mí misma que la clave es la calma, porque la mente sin calma es como una bicicleta sin ruedas, la estructura básica está, pero no hay avance, aunque haya movimiento. Comprobé que no hubiese alguien escondido o merodeando por el patio, pero el inclinado tejado que continuaba tras la ventana, y el inmenso abeto que adornaba el jardín, apenas se alcanzaba a ver el más mínimo detalle de lo que en el suelo había o pudiese haber. Así que decidí tumbarme la cama, respirar hondo, y contemplar el techo estático y vacío, esperando a que, con ayuda de concentrarme en mi respiración, pudiese mantenerme serena y pensar con claridad.

Me acordé entonces de una canción que canturreaba unos días antes Damien, la cual fijamos como nuestra señal de emergencia, por si algo malo ocurría y nuestra situación de comunicación era complicada; si golpeaba la melodía a un ritmo lento en la pared, él, si es que seguía en la otra habitación, debería reconocer que tenía que esperar a ser rescatado porque yo lo tenía todo bajo control, y por tanto, podía permitirme el lujo de ir a salvarle; por el contrario, si los golpes se sucedían rápidamente con escasamente silencio entre ellos, significaría que yo me encontraba en una situación de riesgo sin escapatoria, así que necesitaría ayuda de mi compañero urgentemente. En ese momento fue cuando me di cuenta de que los golpes que había oído hacía ya un rato, se trataban de la canción de emergencia, pero, ¿era la melodía lenta, o era rápida? A pesar de poner todos mis esfuerzos en recordar semejante detalle, me resultaba difícil distinguirlo entre el batiburrillo de secuencias que se acumulan en la memoria cuando se experiencia algún tipo de vivencia que nos haya resultado angustiante y fuera de control.

Repentinamente, tal y como impresiona la lluvia en época de malas cosechas, se coló una libreta verde oliva por la ventana, rompiendo a su simultáneamente el cristal. Fue una solución tal vez demasiado brusca por su parte, pero he de admitir que fue simple, además de efectivo.

Erika y DamienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora