Il Bello

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Había una vez un gran inventor de nombre Howard Stark, que gozaba de fama y fortuna. Había contraído nupcias hacía unos años y se consideraba el hombre más afortunado del mundo.

Lastimosamente, perdió prematuramente a su esposa y la felicidad que un día creyó eterna se derrumbó. Tres hijos ella le dio, antes de su último aliento. El dolor y la tristeza hicieron mella en el corazón del inventor, pero su férrea voluntad lo sobrepuso. Durante los siguientes años cuidó de sus pequeños hasta verlos convertirse en unos jóvenes apuestos e inteligentes.

El mayor de ellos, Gregory, era un zorro astuto, un jugador de póker de temer y un buen bebedor. Le gustaba jugar y humillar a sus contrincantes hasta dejarlos en ropa interior, lo que provocaba peleas cada dos por tres. Ganaba mucho dinero cada noche, pero nunca le duraba; se lo gastaba de inmediato y cada noche terminaba con nuevas deudas, que no le preocupaban, ya que confiaba en que su padre las liquidaba a fin de mes.

El hijo de en medio, Arno, era un joven galante, famoso en los salones por ser un excelente bailarín. Su gran defecto era meterse con las esposas de los señores de las casas que visitaba. Cargaba sobre sus espaldas muchos duelos ganados y muchas lágrimas de esposas que ahora, viudas, se encontraban a la deriva.

El más pequeño de los tres, era el único que parecía haber heredado el gusto de su padre por la ciencia y la tecnología. Pasaba más tiempo en el taller con Howard que en los salones, aunque en ellos era bien visto y siempre invitado, ya que poseía un sentido del humor particular, ácido, ligeramente sarcástico. Se ganaba fácilmente la atención de la gente y todos decía que de los tres era el más inteligente y el más bello. Su nombre era Anthony, pero todos le apodaban Tony, il bello pronunciado así, a la italiana.

Sus hermanos solían mirarle con recelo, por no decir envidia. No solo era el niño de los ojos de su padre, sino que tenía en el bolsillo a toda la crema y nata de la ciudad. Eso hacía mella en sus orgullos, porque además de ser el menor, era el único omega de una familia de alfas (sin contar a su difunta madre). Parecía inverosímil que ese joven nacido dentro de aquella casta tuviera más habilidades que sus hermanos mayores alfa. Porque, si había alguien que podía ganarle a Gregory en el póker, era Tony. Y si alguien podía ganarle la mano a Arno de una bella señorita en algún baile era, sin duda, Tony. También le guardaban resentimiento, puesto que, solían decirle, él había sido la causa de la muerte de su madre, ya que había fallecido al darle a luz.

Howard se preocupaba por sus hijos, no solo por los alfas que siempre se metían en líos, sino también por el más pequeño. Insistía a sus hijos que se casaran y sentaran cabeza, pero ninguno parecía oírlo. Pero aún eran jóvenes y los entendía, así que no insistía mucho, a pesar de recibir cartas de omegas cuyos padres deseaban emparejar a sus hijos con los suyos mayores; como cartas de familias con hijos alfas que querían desposar al más pequeño. Siempre, estas últimas superaban a las otras en cantidad.

Entre esos pretendientes de Tony, había uno especialmente insistente. Se presentaba siempre con el heredero de un reino cercano, aunque su título nobiliario era el de un conde. Prometía colmar a Tony de todo aquello que quisiera. Pero al joven omega, aquel miembro de la realeza, le parecía soberbio y molesto. Además, decía, tenía un carácter frío y autoritario, digno de su estirpe proveniente de Europa del este, se llamaba Víctor von Doom y solía perseguir a Tony en cada baile en el que se lo encontraba. Howard recibía cada mes una carta suya solicitando la mano de su hijo, junto con una joya de gran valor, la cual siempre devolvía junto con una carta con el respectivo amable rechazo de turno. Siempre era así, porque Tony, siempre sacudía la cabeza y regresaba la vista al libro que estuviera leyendo o al mecanismo en el que estuviera trabajando. "De ninguna manera" lo escuchaba murmurar "Yo, ¿esposo de ese patán mentecato?, Já"

The Beauty and the BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora