El celo

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El aullido de la Bestia se alzó desde las profundidades del bosque. Atravesó como una flecha en los oídos de Tony. Lo despertó y se incorporó en la cama como un resorte. Sentado en ella, se llevó las manos al pecho y pudo sentir el martilleo de su corazón contra su palma. Sintió la garganta seca, junto con un calor asfixiante que subía por sus miembros y le erizaba la piel. Tony trató de calmarse, tenía que calmarse. Apartó las mantas y pisó el suelo frío de su habitación. El contraste con su propia temperatura lo hizo estremecerse.

―Si llego a la cocina... ―se dijo jadeando, y tuvo que terminar la oración en la mente. Si llegaba ahí podía pedirles a los cocineros que le hicieran su té para controlar su celo. Lo necesitaba.

Había sido tan tonto. ¿Cómo es que había olvidado contar los días? Nunca antes le había pasado, pero ahora, en el castillo, había estado tan absorto en tantas cosas: los libros, sus inventos, la bestia...

Otro aullido rompió el silencio. Tony tropezó y cayó de rodillas en el piso. Temblaba, su cuerpo no le respondía como deseaba, su espalda se arqueó haciéndolo levantar la cadera. Tony apoyó la frente en la alfombra. Jadeó y trató de calmarse. Su cuerpo entero le pedía aparearse, aquella posición no era más que una invitación bastante explicita. Por suerte para él, no había ningún alfa presente. "¿Suerte?" se preguntó mientras apoyaba las manos y se empujaba con ellas de nuevo hacia arriba. Suerte hubiera sido que pudiera aliviar lo que sentía.

Se puso de pie, las piernas le temblaban, pero consiguió llegar hasta la puerta. Tomó aire y cerró los ojos. Tal vez, lo único que tenía que hacer era gritar por ayuda, todos en el castillo estaban prestos para sus necesidades. Pero apenas podía hablar. Tomó el pomo de la puerta y la abrió. Una fragancia tenue llegó hasta sus fosas nasales, lo había percibido antes. Era cedro, era tierra mojada, era almizcle. Cerró los ojos y aspiró con fuerza, era un perfume delicioso y se sintió ávido de él. Las fuerzas que había perdido, volvieron. Como atraído por el aroma de un pastel recién horneado, Tony siguió el camino que este le trazaba. Bajó las escaleras y se dirigió al vestíbulo.

La puerta de la entrada principal estaba abierta de par en par, cuando llegó a ella, lo recibió el soplo de un viento frío combinado con la nieve que caía del cielo. Sin embargo, aquello no alivió el fuego que inundaba su cuerpo ni un poco, por el contrario, cada copo nieve llevaba consigo un concentrado de esa esencia tan magnética. Tony bajó los escalones y caminó hacia la reja que rodeaba el castillo. La cual también estaba abierta y sin pensar en nada más que encontrar la fuente de ese maravilloso perfume, la franqueó.

Olvidó que el bosque no era el lugar más seguro del mundo, que los lobos acechaban y la oscuridad podía confundir los senderos. Pero, así como él era atraído por el aroma de un alfa, así ahuyentaba cualquier peligro que se interpusiera en su camino. Los lobos lo vieron entre los arboles con la cabeza gacha y sin moverse, solo siguiéndolo con la mirada, mientras él atravesaba el camino descalzo en busca de ese alfa. La oscuridad tampoco supuso un problema, no necesitaba ver para encontrar la dirección correcta. Se encontró pronto en un claro que conducía a una pendiente, en ella el aroma se hacía más intenso.

Comenzó a subir y, entonces, el llamado de la Bestia volvió a escucharse, con más claridad y potencia que antes. Tony sintió que su celo volvía a arrastrarlo como una ola avasalladora. Sus piernas volvieron a temblar, los latidos en su corazón lo ensordecieron, sudó copiosamente y sintió que se humedecía entre sus piernas. Cayó de rodillas, esta vez sobre la nieve.

―Ah... ah... Ste... Steve ― jadeó y gateó un par de pasos.

No llegó muy lejos, se desplomó por completo, se giró sobre su costado y miró hacia el cielo estrellado recortado por las copas de los pinos. ¿Cómo era posible que el calor no se fuera, ni siquiera así, tendido en la nieve? Solo había un alivio para eso. Pero no podría llegar hasta él, sentía tanta desesperación, deseo y dolor que creyó que moriría si no recibía el calor de un alfa. No, no cualquier alfa. De ese que olía tan maravillosamente bien.

The Beauty and the BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora