La biblioteca

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Tony se acercó al balcón de su habitación. Al abrir las puertas lo recibió la blancura de la nieve que caía suavemente del cielo. Estiró las manos y dejó que algunos copos de nieve cayeran en sus palmas. Su tacto frío pronto se disolvió con el calor de su piel. Sonrió.

—¿Aquí siempre es invierno? —preguntó girando el rostro hacia atrás.

—Depende del estado de ánimo del amo—respondió su armario, al que Tony había bautizado como Happy, porque siempre tenía respuesta para todo y siempre parecía estar un poquito alegre.

Tony frunció el ceño. ¿Qué significaba eso? ¿Era bueno o malo? A él no le molestaba la nieve, le gustaba, pero también le gustaban los rayos del sol.

No preguntó. Desde donde estaba localizó a la Bestia en el jardín, no caminaba como siempre, sino que trotaba sobre sus cuatro patas en dirección a los rosales. Tal vez estaba preocupado por ellas, pero no era momento para eso.

—Está herido —dijo para sí —, ¿es qué está loco?

Dio media vuelta y tomó el abrigo que su armario le tendió antes de salir disparado por la puerta de su habitación. Se puso la prenda mientras bajaba las escaleras.

—Buenos días, Tony —escuchó que lo saludaba Pepper.

—¡Hola, Tony! —dijo Harley desde algún lugar.

—¡Hola! —respondió él bajando de dos de dos los escalones.

—¿No vas desayunar? —preguntó Pepper.

—¡Al rato! —gritó él al tiempo que pisaba con ambos pies el vestíbulo.

Sin decir nada más, buscó la salida al jardín. La nieve cayó frente a sus ojos, era más copiosa de lo que parecía desde las alturas. Se ciñó el abrigo y caminó con algo de dificultad sobre la nieve acumulada en el suelo. Estaba seguro de que ninguna planta sobreviviría a ello, ni el pasto.

La Bestia estaba frente a los rosales, tal como había supuesto. No llevaba nada encima, excepto su clásica camisa y sus pantalones, esa vez no llevaba su capa.

—¡Steve! —le gritó Tony cuando no pudo luchar más contra la nieve y se detuvo a unos cuantos metros —¡¿Qué haces?!

La Bestia giró el rostro hacia él lentamente, como si temiera que sus oídos le hubieran jugado una mala pasada. Tony estaba de pie, abrazándose a sí mismo, el pelo ya lo tenía cubierto de nieve al igual que los hombros.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó.

—Te vi —dijo Tony —. Todavía tus heridas no sanan, no es bueno que los vendajes se mojen con la nieve. Vuelve adentro.

Steve bufó, Tony creyó que había sido una especie de risa ahogada.

—No me pasará nada —replicó, pero eso solo hizo que el ceño de Tony se frunciera.

—¡Te vas a enfermar! —le gritó —¡No llevas nada encima!

Esta vez, estuvo seguro de que Steve se había reído. Lo vio echar una última ojeada a las rosas que, aunque algo cubiertas de nieve, parecían igual de hermosas que el día anterior. Luego, caminó hacia Tony. Sus grandes patas se hundían en la nieve, pero no parecía que ésta fuera un obstáculo para él. En tres zancadas estuvo frente a Tony.

—No sé si no te has dado cuenta, pero estoy cubierto de pelo. No tengo frío alguno —le dijo con un dejo divertido en la voz.

Tony frunció un poco más el ceño y torció la boca disgustado. Quería contestarle algo agudo, con algún sarcasmo, pero de alguna manera estaba sorprendido de la obviedad que no había notado. ¿Cómo no lo había hecho? De todas maneras, Steve no le dio mucho margen para pensarlo.

The Beauty and the BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora