El huésped

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Tony y su padre se quedaron en aquella torre por esa noche, uno contra el otro. Howard trató de convencer a Tony de huir, tal vez la puerta estaba abierta, Phillip estaba abajo, sólo tenía que llegar a él para salir de ahí; sería el inventor quien se encargaría de cumplir con el castigo que la Bestia le deparaba al que se quedara ahí. Tony, sin embargo, estaba cada vez más claro en su decisión, no podría vivir con la culpa de saber que había sido por su deseo banal que su padre había perdido la vida.

—Tienes que velar por Arno y Gregory —le dijo mientras ambos se acurrucaban en aquel colchón de paja y se cubrían con las mantas que les habían dejado —. Creo que no están en sus cabales.

—Pero Tony, tú eres mi hijo menor.

—No te preocupes, padre.

Hablaron hasta que la luna abandonó el tragaluz y la oscuridad inundó la habitación. Se hizo un silencio y, finalmente, lograron conciliar el sueño. Tony tuvo un sueño.

Una dama hermosa, vestida de rojo, apareció en él. En su sueño la dama le tranquilizaba y le hacía sentir calma.

—No temas —le dijo —, nada malo te pasará. Mientras veas a través de tu corazón, encontrarás el camino a la libertad.

Al día siguiente, la puerta de la torre se abrió y Sam entró.

—Monsieur la carroza le espera —dijo al tiempo que realizaba una pequeña caravana.

Tony abrazó a su padre y le dijo al oído que estaba seguro de que saldría de ahí. Que no temiera por él. Howard permaneció renuente a dejarlo ahí solo, pero temiendo una reacción peor del amo del castillo salió en pos de Sam en dirección al carruaje. Este esperaba en la entrada del castillo, era negro y alto, parecía una enorme araña y abrió su puerta en cuanto él se detuvo frente a él. Lanzó una mirada hacia lo alto del castillo, seguramente no podría decirle adiós a Tony y tampoco podía resignarse a perder a su hijo. Regresaría y llevaría a todo el pueblo de ser necesario para que le ayudaran y con esa decisión en mente subió al carruaje, el cual cerró su puerta y echó a andar con sus largas patas de vuelta al interior del bosque.

Tony se paró debajo del tragaluz, justo en el rayo de sol que se colaba por ahí. Suspiró y antes de poder notarlo derramó lágrimas. A pesar de su valor, tenía miedo; a pesar de aquel sueño tranquilizador, le preocupaba no poder cumplir con lo que la dama escarlata de le había pedido.

Después de un rato, la puerta volvió a abrirse, Sam y Bucky entraron despacio.

—Sigamos, por favor —dijo Sam.

—¿A dónde? —Tony temió que fuera frente a la Bestia.

—A tu habitación —dijo Bucky comenzando a andar fuera de aquella celda en la torre.

—¿Habitación? ¿No me quedaré aquí?

—¿Se quiere quedar aquí? —preguntó Sam.

Tony negó sacudiendo la cabeza. Por supuesto que no, era una habitación fría y deprimente; pero que era muy ad hoc para un prisionero como lo era él. Sin objetar, siguió a aquellos objetos animados. Bajaron las escaleras de la torre, luego cruzaron una puerta y salieron a un pasillo largo flanqueado por armaduras medievales. Tony caminó mirándolo todo. Todo parecía intacto, quizás algo sucio, pero estaba seguro que debajo del polvo se escondía un palacio majestuoso. Bastaba con ver los altos techos y las columnas talladas, los tapices, y alfombras, los candelabros, los cuadros y sus magníficos marcos.

Sam y Bucky se detuvieron frente a una puerta doble color rojo con ornamentaciones doradas. Empujaron las hojas y se hicieron a un lado para que Tony mirara en el interior de la habitación.

The Beauty and the BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora