CAPITULO III

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—Tranquilo. —dijo aquella mujer de ojos helados con voz calmada mientras se sentaba de lado en un lateral de la enorme cama en la que estaba. —Estás en mi suite del hotel Ritz, en Londres.

Mirando a mi alrededor aquello cuadraba, parecía un hotel, sin embargo los colores estaban cambiados,  como si lo hubieran redecorado al gusto del cliente la habitación, como si esta mujer fuese capaz de hacer eso. 

—Mi nombre es Morgana. 

Había preguntado quién eras y responder un nombre a esa pregunta es en ocasiones suficientemente revelador. En esta ocasión lo es, sólo hay que ver quién es tu acompañante. 

Ella sonreía con calma y con una expresión cercana a una calidez que quizás no usaba nunca, la sensación que transmitía aquella mujer era que no no debía solerlo hacer y no sabía porqué me miraba así, como si estuviera perdido o como me sentía ahora, tenso desde que entró aquel asesino en la habitación.

Seguía a varios pasos de nosotros, con los brazos cruzados, mirándome; aunque cuando mis ojos fueron hasta los de él apartó la mirada un poco. No, no fue por mi, me di cuenta que ella también le miraba de una manera inquisitiva en una orden que no había pronunciado pero que aún así existía.

La presencia de aquel hombre robaba aunque no lo quisiera toda mi atención. Casi pudiendo recordar aquella salpicadura cálida al sentir encima esos ojos negros. Si hubiese llevado algo en el estómago además de una copa hubiera podido vomitarlo.

 —Pienso que eres alguien que he sufrido las consecuencias de los actos de otra persona.— Siguió diciendo despacio. —Pero, tranquilo, sabemos que no tienes culpa de nada, aquel hombre... y tu jefe.— recalcó.— estaban haciendo cosas peligrosas que no debían. Cosas por las que sabía aquel tipo que podía morir. 

 —¿Dónde está el señor Blackburn?— pregunto sin aliento. 

¿No podían haberle...? Claro que podían y también a mi. Tragar saliva se había convertido en un esfuerzo titánico. Pero me recompuse tan fríamente como pude.

—El señor Blackburn está en su club, bueno, a estas horas estará en su hogar con su mujercita y sus hijos. —El tono de la bruja con el que lo dice denota cierto retintín.—Vivo.

Añadió ese detalle esencial.

—El otro tipo no tuvo la misma suerte.—de pronto la voz del hombre sonó a la espalda de Morgana haciendo que esta se diera la vuelta y negase con la cabeza despacio.

—Él es Raven.— le presento. 

—O Karasu.— Añadió Raven. 

Su cuerpo está cubierto de tatuajes de estilo asiático y aquella arma que había visto sin duda no era occidental. La bruja asintió ante aquella corrección.

—Karasu me dijo que ese tipo estaba intentando... ¿Estás bien? —preguntó sin una aparente fingida preocupación.— Tranquilo, estás a salvo, puedes confiar en mí.

Tendió entonces un poco su mano, no para tomar la mía ni para tocarme, parecía hacerlo como ese gesto de cuando ves a un animalillo asustado y tratas de demostrarle que está a salvo.

—Ese tipo no intentaba nada. Él era mi trabajo. 

Dije con total firmeza. Rodeado por un peligro como el que intuía en aquella estancia no podía seguir actuando como si estuviera tan asustado como de verdad estaba. Si iban a eliminarle, lo harían de todas formas. Al menos la espada parecía un método limpio.

—Tu trabajo...—masculló disgustada.— Cómo va a ser tu trabajo ese si has nacido para deslumbrar en un escenario.

El sicario asiente despacio sin dejar de mirarme cual depredador.  Desvié la mirada a la mención de la mujer. Aquella era una situación provisional y, en cuanto tuviera solucionado sus asuntos, se marcharían juntos, muy lejos. 

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