CAPITULO XI

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—Pe... pero amo... ¡está haciendo muchos cambios!

 Exclamó el criado mientras levantaba la vista del periódico. 

—¿Y?

—¡Ha traído una enorme cama! 

Seguí en silencio. 

—Y ha metido toda clase de arte bárbara en sus alas. 

Miré de nuevo el periódico. 

—Y le ha dicho a Kaede-san que le haga comida inglesa. ¡Y tenedores!

Al final se me escapó una sonrisa divertida. Vaya con la sirenita... al final todos somos bestias.

—No me molestes más con tonterías, es su casa, que haga lo que quieras ¿me entiendes?

Levanté la vista con los ojos muy serios y ennegrecidos. El criado asintió con rapidez y se inclinó mucho. 

—Claro, claro que si, amo sólo decía... 

—Nada. No decías nada. — pasé la página del periódico.— Dile al resto del servicio que él es mi koibito y que por lo tanto tiene permiso a hacer lo que quiera con esta casa mientras así sea. 

El criado asintió con rapidez mientras salía murmurando algo que me hizo levantar la vista con gesto enfurecido provocando que el criado corriera por los pasillos apresurado. 

No me gustó en absoluto que dijera que <<qué clase de koibito era un hombre>>.

Había aprendido varias lecciones aquella noche en su habitación: que era prisionero pero no una víctima y que también él tenías debilidades

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Había aprendido varias lecciones aquella noche en su habitación: que era prisionero pero no una víctima y que también él tenías debilidades. Una de ellas era yo mismo y, por alguna clase de código moral y sin importar cuánto me deseara, necesitaba una invitación. Ahora que lo había visto, que lo sabía, pretendía sacar partido y usarlo a su favor. El reino de las bestias es para las bestias y había despertado la mía.

Los próximos días, puede que semanas, ya que el tiempo pasaba y a veces era complicado saber en qué fecha estaba, comenzó un juego que consistía en tomarme de modo muy literal cosas como que aquella era mi casa o que podía pedir cualquier cosa a los criados. Curiosamente funcionó y muy bien. 

Me fui haciendo con todo aquello que echaba de menos: una cama, la comida, un cuarto de baño en condiciones... y más adelante empecé a cuidar los detalles. Quería las sábanas en negro, unas toallas más suaves, alfombras, oh... y ropa. Tenía la impresión de que todo eso desquiciaba a los criados y estaba pensando en pedir paredes y una puerta de verdad. 

Iba decorando todo como quería sin que nadie me dijese nada, de vez en cuando oía cuchichear a los criados, que siempre eran educados pero lentamente aprendí a ver por debajo de sus máscaras o a través de ellos. Todos aquellos parecían tenerle un enorme respeto a Karasu y devoción. De una u otra manera habías entendido que aquellos habían sido salvados por este, protegidos o estaban inmersos en una relación de servidumbre que me recordaba a algo feudal.

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