Capítulo 2

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mi último día de vida

23 de Septiembre del 2013-Hoy querido diario te voy a dejar a ti, y solo a ti, que sepas lo que pasó para que haya llegado a pasarme esto:

Al principio fue un día normal, como cualquier otro. Me levanté a las siete y media de la mañana, me duché rápidamente, tomé mi desayuno y me fui al instituto. En la puerta me reuní con mi grupo de amigas que estaban sentadas en la acera. Cuando abrieron la puerta me coloqué la mochila, firmada por todas las de mi clase en los hombros y fui caminando mientras escuchaba la conversación. Noté como la coleta castaña que llevaba se balanceaba de un lado a otro al caminar.

Medio día. Se me habían pasado muy rápido las horas. Unos instantes después de salir por la puerta ya había apostado con mis amigas que llegaría antes al final de la calle. Podía ser un poco infantil cuando quería.

Llegué a casa y me recibió mi madre con un buen plato de comida preparado. Ella se fue a trabajar y me quedé sola en casa. A las cuatro me llamó una amiga para preguntarme si podía quedar, le contesté que sí. Le envié un mensaje a mi madre y sin esperar respuesta apagué el móvil y salí de casa.

Habíamos quedado en mitad del bosque, en una casa abandonada hacía mucho tiempo rodeada de malas hierbas. La casa conservaba su aspecto desde la última vez: un arco en vez de puerta (la puerta rota y con agujeros estaba a un lado de la casa sin ninguna utilidad, solo esperar con paciencia a que alguien se la llevase de allí); arriba una puerta de madera oscura y vieja que daba a lo que antaño había sido un balcón pero que ahora solo era una barandilla que no tenía ningún suelo; un tejado empinado con tejas ya descoloridas por el tiempo; en la parte trasera una escalera metálica medio oxidada para subir al tejado al lado de unas cuantas ventanas rotas. Entramos. La primera vez que cruzamos aquel arco nos encontramos una entrada que albergaba zapatos roídos, una cocina con utensilios destrozados, un baño con papel La pajarita y un retrete a conjunto con un lavabo que no funcionaba, un somier era lo que quedaba de un dormitorio, una mecedora compartía cuarto con una ventana sin puerta y luego otra habitación con un suelo de azulejos partidos que no combinaban con el papel de pared rasgado y de colores llamativos. Nos sentamos en un colchón limpio que nosotros habíamos llevado para hablar.

Más tarde decidimos explorar una parte del bosque en la que nunca habíamos estado y nos llevó hasta el cauce seco y profundo de un río. Un tronco de madera cruzaba la zona. Se acercaron y lo intentaron mover un poco con el pie, pero se quedó quieto. Uno de los chicos se subió encima y el tronco parecía soportar su peso. Entonces empezó a hacer equilibrio.

-Rubén, baja de ahí, te caerás.-dijo alguien y el resto comenzó a decir lo mismo. Pero no hizo caso y cruzó. Pensamos que se iba a caer. De repente, como si se hubiesen olvidado del peligro solo porque su amigo no había caído, otros subieron también. Lo superaron también. Al parecer, que ninguno de ellos se cayera estaba dando confianza y haciendo que resultara divertido. Todos pasaron hasta que solo quedamos una amiga y yo. Yo estaba intentando convencerme de que no debía hacer como el resto, que no debía cruzar, pero ahora el tronco lo veía como una madera recta de la que era muy difícil caer. Me subí mientras mi amiga, María, me miraba porque ella no quería quedarse sola pero tampoco quería cruzar. Aún así subí y al cruzar cuidadosamente y mirando hacia arriba sentí la adrenalina. A mitad probé a mirar abajo y retrocedí un paso asustada pero oí a mis amigos llamame y seguí adelante. Cuando llegué al final bajé de un salto. Todos juntos animamos a nuestra amiga a que viniese. Pobrecita, estaba asustada. No debería haberla dejado sola. Me quedé pensando en eso hasta que la vi cruzar y aparté ese pensamiento sacudiendo la cabeza. Nos divertimos jugando y explorando en esa nueva zona del bosque. Cuando nos dimos cuenta de que iba a llover decidimos volver. Llegamos al "puente" por el que habíamos cruzado antes. Cayó la primera gota. Intentamos cruzar lo más rápidamente pero con cuidado. Estaba muy asustada en ese momento, ahora el tronco estaba mojado. Solo tenía que ir más despacio ¿no? Así no me caería. El corazón me latía con fuerza mientras pasaba por el tronco. La lluvia caía pero intentaba hacerle el menor caso y concentrarme en que tenía que pasar. Lo conseguí. Solo quedaba una chica por cruzar, María. Todos la miramos. Puso un pie tembloroso en la madera. Húmeda parecía más peligrosa, como si fuese una trampa. Caminó despacio pero el agua empezó a caer con más fuerza. Se le notaba nerviosa. Comenzamos a animarla. Avanzó un paso más y de repente resbaló. Su gritó resonó en el pequeño acantilado mientras caía. Notaba mi piel húmeda y no solo era por la lluvia. Estaba llorando. Intenté gritar pero no podía, no me salía la voz. Nos abrazamos. Por fin grité lo más fuerte que pude. A continuación echamos a correr por el espeso bosque para avisar a la policía. Llegamos a la comisaría llorando y helados de frío. No sé lo que pasó. Tuve que salir corriendo porque no podía con mi alma. Corrí por las calles sin saber a dónde me dirigía, solo quería correr, huir. Las imágenes y recuerdos se agruparon en mi cabeza. Mientras mis piernas se movían yo pensaba que todo era culpa mía, que no debía de haberla dejado sola, no debería haber insistido en que cruzase... Todo había sido culpa mía. Lo podía haber evitado. El resto pasó muy rápido. Crucé un paso de cebra y vi unas luces avanzando hacia mí. Eran faros de coche. Después solo recuerdo oscuridad.



La historia es triste, pero pienso que tiene una moraleja. Lo que os he leído ha sido el último capítulo de un diario inacabado al que le faltaba esta última historia. Esta chica ha escrito su último día. La historia me ha gustado no por la muerte de las dos jóvenes, sino por lo que transmite la historia en sí.

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