12| Sin palabras - Corregido

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Hay personas que llegan a cambiarlo todo. Y de un momento a otro las preguntas cambian y te quedas sin respuestas - Valeria Noblecilla

Comienzo a sentir mi cuerpo pesado mientras despierto. Me muevo de un lado a otro en la cama, que es realmente cómoda, hasta que siento algo duro. Tanteo con la mano y escucho un "mmhh..." que me hace paralizarme. ¿Con quién carajos he dormido? Porque claramente no estoy sola. Volteo y me encuentro con el, se le ve tan pacifico y tranquilo.

Levanto la mano y la deslizo suavemente por sus facciones marcadas. Paso los dedos por su cabello, que resulta ser tan suave. Admiro su rostro mientras me acerco, hasta que alguien me sujeta la muñeca.

— No sabía que se te daba por acosar a personas dormidas —le leo en los labios, y me da un susto que me hace brincar en la cama—. Eres todo un personaje, ¿te lo han dicho?

Mi rostro se pone como un tomate; la vergüenza me consume. No puedo creer que estaba despierto todo el tiempo. Siento sus manos en mi rostro, levantándome la cara hasta que quedo a la altura de sus ojos, tan oscuros y profundos que parecen intentar descifrarme. Frunce el ceño y analiza mi rostro como si no quisiera perderse ningún detalle. Logra intimidarme... solo un poco.

— ¿Te sientes mejor? —me sigue mirando—. ¿Qué fue lo que pasó?

No puedo pronunciar una sola palabra. No sé por qué me siento incapaz de hablar, ni por qué no me molesta tenerlo tan cerca, tanto que, si me moviera solo un centímetro, podría besarlo. Me doy cuenta de las pequeñas marcas en su piel, probablemente de boxeo, y una que otra peca que asoma. Siento una protección a su lado que me asusta; la última vez que me sentí así fue antes de que mis padres murieran. Y con ese pensamiento me alejo. Siempre me alejo.

— ¿Qué ocurre? —me pregunta, sin dejar de mirarme.

Me levanto de la cama. Necesito salir de aquí. Hay demasiadas preguntas sin respuesta. Él es demasiado para mí, y yo no puedo manejar eso. No puedo con las cosas que se vuelven complicadas. Por eso tengo un lema: "Soy la estrella fugaz. Me ves, me disfrutas, pides tu deseo y desaparezco". Las relaciones, el amor, todo eso no va conmigo ni con mi personalidad. Después de todo, no lo merezco. Yo maté a mis padres. No merezco una mierda.

— Pero, ¿qué carajos estás diciendo, Emma? Tus papás murieron en un accidente, cariño —siento cómo limpia mi rostro, y solo entonces me doy cuenta de que he hablado en voz alta y que estoy llorando.

— Mírame —me dice, y veo sus labios moverse—. Mírame a los ojos también —. Lo hago—. No tienes la culpa, ¿entiendes? Dime que lo entiendes, por favor. Basta de hacerte daño, basta de sentirte culpable por la culpa de un imbécil borracho que no vio el auto de tus papás.

— Tú... —respiro profundo para hablar mejor mientras coloco mis manos sobre las suyas, que aún están en mi rostro—. Tú no estuviste ahí. No sabes lo que es perderlo todo. Simplemente no estuviste ahí. Después de eso, todo empeoró. Me arrancaron de los brazos de mis abuelos, los únicos familiares que me quedaban. A nadie le importé. Perdí a mis padres y me alejaron de la única familia que tenía cuando apenas era una niña. Me enviaron a un maldito orfanato, un lugar donde existía toda la maldad que puedas imaginar. Fui abusada de mil maneras a mis diez años. No tienes idea de lo que es tocar fondo una y otra vez, y definitivamente no sabes lo que es odiarte a ti misma. Que te digan: "Ya fuiste lo suficientemente usada; ahora sí puedes regresar con tu mugrosa y vieja familia".

— Emma... —dice él, sin poder pronunciar otra palabra.

— ¿Emma? ¡Una mierda, Emma! Ella dejó de existir hace mucho tiempo —lo miro directo a los ojos. Ya no puedo detenerme, y mi vómito verbal tampoco piensa hacerlo—. Y ya que estamos aquí, aprovecho para decirte que soy una completa y estúpida drogadicta —grito—. ¿Quieres saber por qué lo hago? —me acerco aún más a él, con el rostro empapado en lágrimas, mirándolo fijamente—. Porque así olvido a todos esos bastardos que se aprovecharon de una niña que ni siquiera sabía lo que significaba la palabra "virginidad". Pero créeme, lo supo... cuando el primero de muchos le arrebató ese último pedazo de inocencia que le quedaba. Lo único que le quedaba de amor y respeto hacia sí misma y hacia los demás. Después de eso, puedo decirte que el mundo entero puede irse a la mismísima mierda. Ni tú ni nadie me dirá cómo debo sentirme, porque no saben ni una maldita...

Lo miro y veo cómo una lágrima cae de sus ojos. Lo siguiente que hace me deja sin palabras. Y lloro. Porque nunca nadie me ha besado de esa manera. Jamás.

— Basta —me dice entre besos—. Ya no más, por favor.

Me aleja un poco para mirarme.

— Ya no más, Emma —acaricia mi mejilla—. Ya no estás sola —me abraza con fuerza.

Me asusto. Me asusto porque no suelo dar ni recibir afecto de esta forma; soy más de pocas palabras y mensajes fríos.

— Perdón —dice, mirándome de nuevo mientras seca las lágrimas de mi rostro. No logro entender sus disculpas, y parece darse cuenta de mi confusión.

— Perdón, Emma. Perdón por haber tardado tanto en llegar a tu vida —acerca mi rostro hacia el suyo y me besa de nuevo.

Y, por primera vez en mucho tiempo, dejo mis miedos, temores y auxilios muy lejos de mí.

Después de aquel momento y de compartir algo de mi historia, decidimos darnos un baño. Él va al baño de visitas, y yo me quedo en el de su cuarto. Mientras me desvisto, esos horribles recuerdos vuelven. Los rostros de tantos hombres que me tocaron, a pesar de que les grité millones de veces, hasta quedarme sin voz, que pararan... que no quería. Pero eso no duró mucho. Finalmente lograron callarme.

Unos años atrás...

Me encontraba tirada en un colchón en el suelo, en la habitación donde nos llevaban para que nos "probaran", o bueno, así lo decía la señorita Eleonor. Pero todas sabíamos que era para algo más. Ya había perdido la cuenta de las veces que había estado en ese cuarto. Y lo odiaba con todo mi ser. No había un solo día en que no pensara cuánto más se demorarían mis abuelos en sacarme de aquí, cuánto...

Mis pensamientos se detuvieron en seco cuando vi abrirse la puerta y entrar a un hombre que nunca antes había visto. Usualmente reconocía a los que venían, ya que casi siempre eran los mismos malnacidos, pero este en particular tenía algo que me aterraba aún más que los demás.

— A ver, niña, veamos si eres tan buena como muchos dicen —dijo sonriendo mientras sacaba cosas de su maletín—. Prepárate, porque me aseguraré de que jamás lo olvides.

Y no se equivocaba. Jamás lo olvidaría.

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